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Beatrice, duquesa de las ranas: visionaria de la moda, Marbella y la tragedia de su vida
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POSITIVA, ESPIRITUAL E IDEALISTA

Beatrice, duquesa de las ranas: visionaria de la moda, Marbella y la tragedia de su vida

A Beatrice Von Hardenberg zu Furstemberg nadie la conocía por su apellido de soltera. “Es impronunciable”, decía con su acento alemán que nunca perdió. Para

Foto: Beatrice Von Hardenberg y su familia en una imagen de archivo. (Paloma Barrientos)
Beatrice Von Hardenberg y su familia en una imagen de archivo. (Paloma Barrientos)

A Beatrice Von Hardenberg zu Furstemberg nadie la conocía por su apellido de soltera. “Es impronunciable”, decía con su acento alemán que nunca perdió. Para todos, era Beatrice de Borbón, por matrimonio, o la “duquesa de las ranas”, por su afición a estos animales.

Aseguraba que tenía la mejor colección del mundo y en sus casas de Madrid y Marbella no había un resquicio donde no apareciera la rana en cualquier variante posible. “Conmigo los amigos y la familia no tienen problemas a la hora de elegir mis regalos. Saben lo que me gusta y más si es un colgante o algo que me pueda poner”. Aseguraba que le daban suerte.

[LEA MÁS: Muere Cristina Elena de Borbón, hermana de Olivia, a los 44 años de edad]

La historia de su querencia venía de cuando era pequeña y vivía en el castillo de la Selva Negra, donde nació. Contaba que fue su abuela Minzie la que se lo inculcó con cuentos y leyendas de ranas que se convertían en seres mágicos. Nada de príncipes azules, en los que nunca creyó a pesar de tener un árbol genealógico aristocrático con una madre que sí lo era y un padre que era conde prusiano.

Solo le gustaban las hadas, que disimulaban sus poderes disfrazadas de esa manera y que solo las personas con corazón podían verlas.

placeholder Beatrice Von Hardenberg junto a su hija Olivia de Borbón. (Cordon Press)
Beatrice Von Hardenberg junto a su hija Olivia de Borbón. (Cordon Press)

Beatrice se quedó con ese testimonio infantil y lo adecuó a su vida. Fue siempre una mujer generosa, buena y creativa.

Consiguió que la revista Vogue tuviera la versión española y llenó sus páginas de talentos nuevos para los que habría sido imposible aparecer en un medio como el que ella dirigió varios años.

Manuel Piña, Agatha Ruiz de la Prada, Francis Montesino, Pepe Rubio, Pedro del Hierro o Adolfo Domínguez eran la novedad que alternaban con los históricos.
Una de las convocatorias que aún recuerdan muchos de ellos fue cuando organizó un desfile al aire libre en el museo de Arte Contemporáneo (hoy museo del Traje) y las modelos bajaban por la escalinata ante el aplauso de un público muy diferente al que asistía a las pasarelas Cibeles y Gaudí.

Invitaba a dueños de tiendas pequeñas de las que se conocían como boutiques, a costureras y patronistas que habían trabajado en talleres y casas de moda.
La etapa Vogue se acabó y ya no quiso probar en otros medios a pesar de las ofertas que recibió. Si algo ha salido bien no hay que repetir porque segundas partes no son buenas”.

placeholder Beatrice Von Hardenberg zu Furstemberg en una imagen de archivo. (Paloma Barrientos)
Beatrice Von Hardenberg zu Furstemberg en una imagen de archivo. (Paloma Barrientos)

Se dedicó al sector inmobiliario, a la venta de arte y a criar a sus tres hijos: Olivia, Cristina y Francisco, que siempre fueron su prioridad y a los que educaba en libertad y con el punto justo de su herencia alemana.

Su casa de Marbella era una especie de cuartel general que abría al sol cuando empezaban las vacaciones escolares.

En verano recibía a la prensa de Madrid que se desplazaba para contar en sus medios las andanzas de la llamada jet marbellí, que en aquellos años 80 y 90 eran potentes.

Organizaba cenas y las tertulias podían alargarse hasta la madrugada. Por el jardín paseaban tranquilamente perros sin pedigrí que jugaban con conejos con aspecto de figurantes de película Disney y un cerdo vietnamita que un verano desapareció y nunca más se volvió a saber de él. Los rumores aseguraban que alguien lo cocinó. Historias de esa Marbella donde todo era posible.

placeholder Beatrice con su familia en una imagen de archivo. (Paloma Barrientos)
Beatrice con su familia en una imagen de archivo. (Paloma Barrientos)

Beatrice de Borbón utilizaba el apellido de su marido porque en su pasaporte alemán siempre figuro así. Nunca ejerció de duquesa y respetaba los títulos, pero decía que el único valor que hay en la vida “son nuestros principios”.

Fue feliz mientras duró su matrimonio con Francisco de Borbón Escasany. Se casaron en el castillo mágico donde nace el Danubio.

El duque, al que conoció en Marbella, tenía 26 años y ella unos pocos menos.

Beatrice era una mujer positiva, espiritual, idealista y sensible. Lo que no le acompañó en estos últimos años fue la salud.

Cambió Madrid por la Costa del Sol para tener más calidad de vida. Allí viven su hija Olivia, los nietos y su hijo Francisco. Hasta su casa llegaba también Cristina, la niña de sus ojos que también era como ella, sensible, idealista y un “alma blanca”, como la definía la madre, y que murió el pasado 13 de febrero.

Desde esa fecha el calendario de la duquesa de las ranas se paró. Poco a poco se fue apagando hasta que este sábado 14 de marzo se marchó de este mundo para encontrase con su hija pequeña, quien la estaba esperando.

A Beatrice Von Hardenberg zu Furstemberg nadie la conocía por su apellido de soltera. “Es impronunciable”, decía con su acento alemán que nunca perdió. Para todos, era Beatrice de Borbón, por matrimonio, o la “duquesa de las ranas”, por su afición a estos animales.

Olivia de Borbón
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