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Cuando la madre de Julio rociaba su cama con agua bendita y la pillada a Preysler
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UNA LLAMADA ANÓNIMA

Cuando la madre de Julio rociaba su cama con agua bendita y la pillada a Preysler

Hubo un tiempo en el que Charo de la Cueva esperaba a que su hijo se ausentara de la casa familiar para bendecir su lecho como si fuera un exorcismo

Foto: Julio e Isabel, en una imagen de 1975. (Getty)
Julio e Isabel, en una imagen de 1975. (Getty)

Los amores de Julio Iglesias y sus encuentros afectivos, tanto en su casa (cuando estaba en Miami) como en hoteles, aviones privados o fincas de amigos multimillonarios por medio mundo, fue una constante en su vida. Las propias trillizas argentinas, que durante años le hicieron los coros, contaban en un programa de radio que la actividad sexual que le rodeaba resultaba impactante. “Cuando estábamos de gira, golpeaban la puerta de su habitación y decían a la que estaba dentro: '¿Terminaste ya? Que me toca a mí”. Estas eran algunas de las situaciones que vivieron junto a Iglesias. Ellas fueron las únicas que no tuvieron más trato que el estrictamente profesional.

En la casa de Miami, en Indian Creek, sucedía lo mismo. Los desfiles de chicas eran algo habitual. El problema, salvo para Julio, era que en la mansión vivía también Charo de la Cueva. La madre del artista nunca se llegó a divorciar del doctor Iglesias Puga. Para ella el matrimonio solo acababa con la muerte, como así fue.

placeholder Julio, en una imagen de archivo. (EFE)
Julio, en una imagen de archivo. (EFE)

La exorcista y el marqués

La casa era muy grande y Julio tenía su zona, a la que solo accedían el servicio y las amigas. Cuando el cantante salía, la madre preguntaba a las personas de confianza cuánto tiempo iba a estar fuera. Entonces tomaba un bote lleno de agua bendita y entraba en las dependencias privadas del hijo. A continuación, rociaba la cama como si fuera un exorcismo. Julio sabía de las costumbres de su madre y la dejaba hacer. Decía que era su manera de entretenerse y que a él “no le molestaba”. El agua se la facilitaba un sacerdote de la misma iglesia a la que Charo iba a rezar. A cambio, dejaba buenos donativos, con lo que todos quedaban contentos.

Las cosas cambiaban cuando Isabel Preysler viajaba a Indian Creek para ver a sus hijos, una vez que ya se instalaron allí definitivamente tras el secuestro de su abuelo. Los niños tenían su espacio y con ellos vivía Elvira Olivares, la Seño, que fue como una segunda madre para Chábeli, Julio José y Enrique. A este último le prestó el dinero para grabar su primera maqueta de música. En esas visitas, la madre del cantante se encerraba a cal y canto en su suite y allí comía, cenaba, veía la televisión y daba órdenes al servicio. Cuando Isabel regresaba a España, volvía a su rutina.

placeholder Isabel Preysler. (Getty)
Isabel Preysler. (Getty)

A diferencia de Papuchi, que sentía gran estima por Presyler, Charo de la Cueva nunca llegó a congeniar con ella. Le echaba la culpa de la separación por no haber tenido más paciencia con su hijo querido. Las constantes infidelidades no eran asumidas por la madre. En realidad, el primer desencuentro con la nuera se produjo cuando se quedó embarazada, algo que precipitó la boda.

Años después, cuando ya el divorcio era una realidad inminente, tampoco comulgó con las nuevas amistades masculinas de Isabel. El coche del marqués de Griñón aparecía con demasiada frecuencia en el garaje del edificio que compartían los Iglesias de la Cueva con sus dos hijos. En varias ocasiones se encontró con Isabel despidiendo a Carlos Falcó. Una vez divorciada, se convirtió en su segundo marido.

placeholder Carlos Falcó, con su hija Tamara. (IG)
Carlos Falcó, con su hija Tamara. (IG)

Charo no fue la única que intuía que había algo más entre el aristócrata y su nuera. El 20 de julio de 1978 se produce una llamada anónima grabada en el contestador de Jaime Peñafiel, por aquel entonces director de '¡Hola!'. Una dama con título, que con el tiempo abandonaría a su marido cuando este le dijo que era gay, acusaba a Preysler de infidelidad conyugal. El chivatazo aceleró la disolución del matrimonio: Isabel acudió al despacho del periodista acompañada de Carmen Martínez-Bordiú, aún duquesa de Cádiz. Escucharon mil veces la cinta acusatoria intentando reconocer la voz de la traidora. Ese mismo día llegaba Julio Iglesias de Argentina y ya no hubo vuelta atrás. La charla que mantuvo esa noche el matrimonio es de las pocas cosas, junto con las alegaciones presentadas más tarde para la anulación en el tribunal de Brooklyn, que nunca han transcendido.

Los amores de Julio Iglesias y sus encuentros afectivos, tanto en su casa (cuando estaba en Miami) como en hoteles, aviones privados o fincas de amigos multimillonarios por medio mundo, fue una constante en su vida. Las propias trillizas argentinas, que durante años le hicieron los coros, contaban en un programa de radio que la actividad sexual que le rodeaba resultaba impactante. “Cuando estábamos de gira, golpeaban la puerta de su habitación y decían a la que estaba dentro: '¿Terminaste ya? Que me toca a mí”. Estas eran algunas de las situaciones que vivieron junto a Iglesias. Ellas fueron las únicas que no tuvieron más trato que el estrictamente profesional.

Isabel Preysler
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