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Rocío Carrasco, yihadismo televisivo
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OPINIÓN

Rocío Carrasco, yihadismo televisivo

Carrasco es la viva imagen del dolor, es un ser que parece haber tirado la toalla porque no tiene ya nada que perder

Foto: Rocío Carrasco. (Vanitatis)
Rocío Carrasco. (Vanitatis)
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Se vació en una hora y media. Pim, pam, pum. Un ejercicio de yihadismo televisivo en el que Rocío Carrasco llegó, se sentó y explotó de nuevo. Pero esta vez era ella la que controlaba el mando y el cinturón con los cartuchos que rodeaban su cuerpo. Le importaban un bledo los presentadores, los colaboradores, los focos y si su escote asomaba o no de más. Llegó con sus pausas, esas respiraciones entrecortadas, las lágrimas cuando escuchó a Blas Cantó versionar una canción de su madre, y se desenmascaró a lo grande.

“Ahora sí tengo la fuerza”, explicó con la barbilla alta, la piel con los poros dilatados, el pelo color pajizo y la boca ligeramente seca. “Soy el testimonio de miles de mujeres, y vengo aquí porque mi caso se ha dirimido en lugar público”. Jugó constantemente con las manos y esos dedos largos como la mujer que la trajo a este mundo. Y, como si la nacida en Chipiona la hubiera poseído por completo, comenzó a hablar de su hija, la tercera Rocío de esta historia, la que se apellida Flores.

Carrasco es la viva imagen del dolor, es un ser que parece haber tirado la toalla porque no tiene ya nada que perder

Le costó poco arrancar y enseguida apretó el primer botón. Narró la historia de aquel verano en el que una adolescente de 15 años le propinó una paliza y salió de casa dejando a su madre inconsciente en el suelo. La joven, apellidada Flores Carrasco, se subió en el coche, saludó al chófer que la llevaría a su curso de verano, sacó del bolsillo un teléfono móvil y pronunció cuatro palabras: “Papá, ya lo he hecho”. Horas después, padre e hija denunciaron a la que recibió los golpes por maltrato psicológico.

placeholder Rocío Carrasco, en el plató. (Mediaset)
Rocío Carrasco, en el plató. (Mediaset)

Y nada más contarlo, Rocío Carrasco recurrió a lo aprendido después de tantos años de terapia. Frases que solo salen si las has escuchado muchas veces a un profesional que quiere ayudarte: “A mí me estaba pegando una paliza su padre, no ella”; “Rocío llega a ser verdugo porque antes ha sido víctima”; “Rocío no ha salido de esa manipulación”; “Esa niña de las imágenes no existe ya”.

Carrasco es la viva imagen del dolor, es un ser que parece haber tirado la toalla porque no tiene ya nada que perder. No le queda una migaja de autoestima, aunque se esfuerce en sonreír, y le salga un acento andaluz algo impostado. Es el relato de una víctima en prime time. Es el relato de tantas víctimas.

Foto: Rocío Carrasco. (Vanitatis)

Pero tras la voladura controlada, el sopor.

Fue un programa planteado con las mejores intenciones, pero que desbarró después de esa hora y media. Mensajes cruzados de colaboradores, unos abrazados a la crónica rosa y los otros a la perspectiva de género. La entrada sorpresa (ejem) de Fidel Albiac, sentado en su sofá con las gafas que uno se pone para ver la tele y luego acostarse, que le dijo a su mujer que volviera pronto a casa.

placeholder Uno de los momentos estelares de la noche. (Mediaset)
Uno de los momentos estelares de la noche. (Mediaset)

Y en medio de todo eso, el humor negro, las toneladas de sarcasmo de Jorge Javier Vázquez, que quizá debería haberse guardado los chistes para el 'Deluxe'. O a lo mejor lo hacía para oxigenar el ambiente, pero quedó raro. Como rara quedó una Carlota Corredera que lleva semanas con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento tomándose este caso como una herida propia. Anoche tuvo un discreto segundo plano. Tanto que a ratos parecía invisible.

Y por si no hubiéramos tenido poco con la traca inicial y el debate electoral de los candidatos al 4M en otro canal, las preguntas de amigos y conocidos, como si fuera un partido homenaje. Unos con emotividad y otros con escasas ganas.

Fue una hora y media necesaria. Fue una hora y media para hacérnoslo mirar. Todos.

Se vació en una hora y media. Pim, pam, pum. Un ejercicio de yihadismo televisivo en el que Rocío Carrasco llegó, se sentó y explotó de nuevo. Pero esta vez era ella la que controlaba el mando y el cinturón con los cartuchos que rodeaban su cuerpo. Le importaban un bledo los presentadores, los colaboradores, los focos y si su escote asomaba o no de más. Llegó con sus pausas, esas respiraciones entrecortadas, las lágrimas cuando escuchó a Blas Cantó versionar una canción de su madre, y se desenmascaró a lo grande.

Rocío Carrasco
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