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Ordenando Ana Belenes
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Ordenando Ana Belenes

Su belleza, indiscutible. Su talento, innegable. Su profesionalidad, irrefutable. Su compromiso, irrebatible. Su posicionamiento… axiomático

Foto: Ilustración de Ana Belén. (Jate)
Ilustración de Ana Belén. (Jate)

Tengo en mi cabeza diez o doce Ana Belenes. Un par de ellas por década. Aun sin prestarle atención nadie de nuestra nación bajará de cinco o cuatro. Podría ordenarlas por bellas, inspiradas o morbosas. Podrían otros desordenarlas por intensas, repetidas o metepatas. Pieza cotizada, siempre en el punto de mira, poco la hemos abatido con tanto tiro pegado desde casi cualquier sitio. Sesenta años expuesta han dado, no por igual, a unos felicidad y a otros, más torpes, rabietas. Su supervivencia artística también podría tener que ver con el eficaz camuflaje personal con el que ha sobrevivido en la selva de la envidia.

Foto: María Villar, concursante de 'OT 2018'. (RTVE)

Su belleza, indiscutible. Su talento, innegable. Su profesionalidad, irrefutable. Su compromiso, irrebatible. Su posicionamiento… axiomático. Y aquí empiezan los problemas, que en España, ni con el largo paso del tiempo, tal problema se nos apaña. Ese brochazo de color que aquí le pegamos a todo manchó de rojo su España camisa blanca. Esa boda civil en Gibraltar, ese marido de Asturias cantando “por sindicatos”, ese colegio de curas que la “curó” el catolicismo, ese busto deseado destapado de tan niña. Esos gestos solidarios, y ese no querer nunca ocultar sus pensamientos, han convertido en cegatos de sus talentos a los que miran el mundo con lentillas de celofán, azul intenso en este caso.

placeholder Ana Belén. (Getty)
Ana Belén. (Getty)

Es la única explicación que puedo encontrar a la crítica, al desdén o al poco reconocimiento que le profesan algunos. Supongo que es duro vivir este mundo bajo el yugo de tu propia ideología si ésta te impide disfrutar tanto a diestro como a siniestro. Los que tenemos ese yugo más elástico disfrutamos mucho más de artistas de todo espectro y no necesitamos hacerlo discretamente ni en secreto. Ni tenemos que demostrar lo férreo de nuestra yunta en comentarios tan abyectos y tan injustos como los que a veces se vierten aludiendo a la vez a las ideas y los dineros de los que no piensan como uno. Ana Belén, como otros, estoy seguro que sabrán a qué me estoy refiriendo. Si no basta leer algunos de los lamentables comentarios que acompañan los artículos publicados estos días por su setenta cumpleaños.

Si ordeno mis “anabelenes” por el nivel del deseo aparecerían las más jóvenes, aquellas que conseguía parar en las cintas VHS, no sin dificultad, ciertos días en que te dominaba la poderosa mezcla de soledad y adolescencia. Esa mirada turbia, y fija, que me miraba era sin duda la que a mí y, con seguridad a muchos más reprimidos jóvenes, más turbaba por aquellas épocas. Y eso que fueron años de muy dura competencia de bellas que mostraban de repente sus encantos.

placeholder Fotografía facilitada por el Festival de Almagro de la actriz Ana Belén. (EFE)
Fotografía facilitada por el Festival de Almagro de la actriz Ana Belén. (EFE)

Pronto abandonó ese empedrado camino y mucho más allá de lo físico llegaría poco después mi deseo de disfrutarla escuchando su voz y viéndola, por fin, en movimiento. Y ordenando mi deseo, quizá estoy ya siendo muy franco, me tengo que pasar al trío. Me gusta Ana Belén cantando, pero el disco que más le escucho sigue siendo uno que canta con su marido. Es verdad que en solitario también la disfruto mucho –espero que se me entienda que ya pasé los cincuenta años-. Pero según he ido creciendo he ido necesitando experiencias más complejas y ahí es donde he llegado a disfrutarla ya en grupo. Rodeada de hombretones, a los que admiro por igual, he alcanzado grandísimos niveles de satisfacción y disfrute. Esa combinación de voces, ese repertorio variado, esa mezcla de estilismos me genera todavía largas horas de emociones, gran recarga de endorfinas -y algunos guiones malignos-.

placeholder Fotografía facilitada por el Festival de Almagro de la actriz Ana Belén. (EFE)
Fotografía facilitada por el Festival de Almagro de la actriz Ana Belén. (EFE)

También, llegada una edad, pondría en mi lista de anabelenes favoritas la madura y elegante madre que todos querríamos tener. Y por supuesto la esposa que cincuenta o más años te acompañe. Eso sí que mata de envidia. Además tiene el valor, el suertudo de su marido, de habernos ido contando con sus canciones sus cosas. Conocemos a Ana Belen, la esposa, por lo que nos cuenta Víctor. No sé si alabarle por lo que comparte u odiarle por restregárnoslo. Del “Solo pienso en ti” al “Quiero abrazarte tanto” uno empieza a pensar que con Ana en tu cama tú también podrías hacerlo. En especial algunas tan fáciles de escribir como el “Sube al desván” y el explícito y cabreante “Nada sabe tan dulce como su boca”. Es verdad que algún defecto indetectable en la distancia debe tener esta supermujer. Eso explicaría el “Todas son como tu” o el “Déjame en paz”.

Defectos que no conozco y que no quiero investigar por si existieran. La imagen que quiero guardar es la de su vida entera, la profesional. Que está dejando una carrera a la que algún día alabarán con cierta unanimidad hasta los bueyes más sordos.

Tengo en mi cabeza diez o doce Ana Belenes. Un par de ellas por década. Aun sin prestarle atención nadie de nuestra nación bajará de cinco o cuatro. Podría ordenarlas por bellas, inspiradas o morbosas. Podrían otros desordenarlas por intensas, repetidas o metepatas. Pieza cotizada, siempre en el punto de mira, poco la hemos abatido con tanto tiro pegado desde casi cualquier sitio. Sesenta años expuesta han dado, no por igual, a unos felicidad y a otros, más torpes, rabietas. Su supervivencia artística también podría tener que ver con el eficaz camuflaje personal con el que ha sobrevivido en la selva de la envidia.

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