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De la pena de muerte al matrimonio igualitario: el universo LGTBIQ+ en dos mapas y un vídeo
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De la pena de muerte al matrimonio igualitario: el universo LGTBIQ+ en dos mapas y un vídeo

Cada año, nuevos países reconocen los enlaces entre personas del mismo sexo, mientras otros abrazan la homofobia: Costa Rica y Hungría son dos ejemplos de ambos polos

Foto: Mapa del mundo LGTBIQ+. (Imagen: Vanitatis)
Mapa del mundo LGTBIQ+. (Imagen: Vanitatis)

“Hemos hablado con personas LGBTI a quienes han apuñalado, propinado patadas, quemado con colillas y amenazado de muerte por su identidad de género o su orientación sexual”. El testimonio es de Magdalena Mughrabi, investigadora de Amnistía Internacional sobre el norte de África. Es solo uno de los muchos relatos que recogen año tras año estudios desarrollados por este y otros organismos que dedican trabajo y esfuerzo en tomar la temperatura global a los derechos de este colectivo. En esos informes se explican algunos datos que pueden resultar extraños ya avanzado este siglo XXI, como que 70 países tipifican como ilegales las relaciones consentidas entre personas del mismo sexo o que en algunos pueda suponer pena de muerte.

Uno de los últimos casos fue el del joven iraní Alireza Fazeli Monfared, al que su propia familia secuestró, degolló y arrojó su cadáver debajo de un árbol. Alireza no había denunciado nunca esos incidentes a la policía porque temía sufrir violencia y persecución a manos de las autoridades, ya que, en el Código Penal Islámico de Irán, la conducta homosexual consentida está criminalizada y se castiga con penas que van desde la flagelación hasta la muerte. “El brutal asesinato de Alireza Fazeli Monfared pone de manifiesto las mortales consecuencias de la homofobia alimentada por el Estado… Estas leyes fomentan un clima permisivo para los crímenes de odio homofóbicos y transfóbicos, y legitiman los ataques violentos, incluso mortales, contra personas a causa de su orientación sexual o identidad de género o presunta orientación sexual o identidad de género”, declaraba Diana Eltahawy, directora adjunta de Amnistía Internacional para Oriente Medio y el Norte de África.

Tal vez haya quien piense que cosas así solo ocurren en países cuyo desarrollo cultural, social o religioso va por otros derroteros, estados en los que pisar por encima de los derechos humanos está muchas veces legislado, pero el caso del ‘espantapájaros de Wyoming’ contradice esa teoría.

En 1998 dos jóvenes de Laramie (ciudad de unos treinta mil habitantes situada en Wyoming) llevaron a Matthew Shepard a un descampado, le golpearon repetidas veces, le desnudaron, le robaron y le dejaron atado a una cerca. Su único ‘delito’, ser gay. Matthew fue encontrado inconsciente, a la mañana siguiente, por un ciclista que al verle en la distancia le confundió con un espantapájaros. Llevaba 18 horas agonizando. Murió poco después en el hospital.

El caso conmocionó a Estados Unidos y dejó en evidencia la violencia contra las personas del colectivo LGBT al tiempo que provocaba un movimiento para endurecer la legislación federal sobre los delitos motivados por el odio. Mientras miles de personas se manifestaban en todo el país para protestar por estos crímenes, manifestaciones homofóbicas que proclamaban que ‘Dios odia a los maricones’ irrumpía durante el funeral de Matthew. Su historia fue contada años después en ‘La historia de Matthew Shepard’ y ‘El proyecto Laramie’, y el propio Elton John, conmovido por el suceso, compuso ‘American Triangle’: “He visto un espantapájaros envuelto en alambre, dejado morir en una valla alta…”.

Un 'no delito' castigado

En el mundo hay una docena de países que castigan la homosexualidad con la pena de muerte: en algunos, con plena certeza jurídica (Arabia Saudí, Brunéi…); en otros, como Afganistán o Emiratos Árabes Unidos, donde potencialmente se impone este castigo. El resto del mapamundi es ambiguo en este sentido: en casi setenta estados (como Egipto o Irak), los actos sexuales entre personas adultas del mismo sexo son considerados ilegales. Países como Barbados y Guyana contemplan la cadena perpetua, y en otro medio centenar existen penas de prisión que van desde uno hasta 20 años, como ocurre en Malasia.

Uno de los últimos países en incorporarse a la lista negra de la homofobia ha sido Hungría. El Gobierno de Viktor Orbán aprobaba recientemente una ley que prohíbe compartir con menores de edad cualquier contenido que hable de la homosexualidad en las escuelas o de un cambio de sexo o mostrar solidaridad con este colectivo en programas de televisión. A unos cientos de kilómetros, el presidente checo, Milos Zeman, hacía unas declaraciones en las que tachaba de "repugnantes" a las personas que se someten a una operación de cambio de sexo: "Puedo entender a gais y lesbianas, pero no a esos transgénero. Esos me desagradan desde lo más profundo de mi alma".

En el polo opuesto, países como España, sigue a la cabeza en el desarrollo de los derechos LGTBI. La controvertida ley trans ha sido una de las últimas incorporaciones. La norma, aprobada esta misma semana en el Consejo de Ministros, facilita la filiación de hijos de lesbianas, la reproducción asistida para personas “con capacidad de gestar” y sanciona las terapias de conversión.

En total hay una treintena de estados que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo, la mayoría de ellos en el viejo continente: Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Islandia, Luxemburgo, Malta, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Suecia se han ido incorporando a un movimiento que arrancó Países Bajos el 1 de abril de 2001, hace ahora dos décadas. En el continente americano, Canadá, Argentina, Brasil, Uruguay, Estados Unidos, Puerto Rico, México, Colombia, Ecuador y Costa Rica (el último en sumarse) también lo contemplan.

En la actualidad, el único país asiático que ha legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo es Taiwán, mientras que estados como Israel y Armenia reconocen estos enlaces celebrados en el extranjero. En el continente africano, solo Sudáfrica contempla este tipo de matrimonios (aprobado en 2006), y en Oceanía, Nueva Zelanda (desde 2013) y Australia, cuyo Parlamento aprobó la ley después de más de una veintena de intentos y una consulta popular no vinculante.

El 'closet'

Salir del armario ha sido, durante años, un acto reivindicativo, una forma de dar un paso al frente, un sinónimo de lucha, de normalización o simplemente una forma de decir ‘yo soy así y así seguiré’, como cantaba Alaska en una canción que se ha convertido con el paso de los años en un himno del colectivo.

‘Salidas’ ha habido muchas y muy variadas: desde la sinceridad apocalíptica de Sandra Barneda (“En caso de holocausto nuclear, a una isla desierta me llevaría al hombre más fértil de la Tierra y a mi pareja, que es una mujer”) a la celebración homo de Ricky Martin (“Hoy acepto mi homosexualidad como un regalo que me da la vida. ¡Me siento bendecido!); desde la juventud de Ellen Page, que declaraba a los 26 (“Estoy aquí hoy porque soy gay y porque puedo marcar la diferencia, ayudar a otros a tener una vida más fácil y esperanzadora) a la veteranía de Chavela Vargas, que a los 81 años contaba en una entrevista para ‘El País’: “Yo he tenido que luchar para ser yo y que se me respete, y llevar ese estigma, para mí, es un orgullo. Llevar el nombre de lesbiana”. Una de las más sonadas de 2020 fue la de Pablo Alborán; una de las más divertidas y televisadas, la de Kristen Stewart en 2017, y una de las más tiernas, la de Epi y Blas en 2013.

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Sin embargo, declararse abiertamente gay, o lesbiana o trans, sigue siendo tan complejo que también lo es calcular el porcentaje de población que pueda pertenecer a este colectivo tan amplio que contempla otras alternativas como la bisexualidad, la pansexualidad o la demisexualidad.

Hay que tener en cuenta diversas variables si queremos intentar cuantificar el alcance poblacional de este colectivo: una encuesta reciente realizada por Ipsos (una de las mayores empresas de investigación de mercados y consultoría) sobre la visibilidad y percepción pública del colectivo LGTBI+ determina que, a nivel mundial, el 80% de la población se identifica como heterosexual. En España, un 12% se identifica con otro género, lo que sitúa a España como el tercer país a nivel mundial y el primero europeo con mayor población no heterosexual.

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Por otro lado, un estudio realizado por Dalia Research en Europa llegó a la conclusión de que el 5,9% de los europeos son gais, o al menos eso respondían sus encuestados. En Alemania, la cifra subía hasta un 7,4% y en Hungría tocaba fondo en un 1,5%. España era el segundo país con mayor población LGBT, con un 6,9%. Hay que matizar que este estudio no daba solo una opción, es decir, elegir entre gay o hetero, sino que ofrecía la posibilidad de elegir un punto en la escala Kinsey.

Eso, claro está, en los países en los que los miembros de este colectivo pueden expresarse libremente. En algunos países como Turquía, el 33% de los encuestados prefirieron no expresar su identidad sexual. Por lo general, se tiende a pensar que un 10% de la población (entre los que se declaran abiertamente y los que no) se considera 'no heterosexual'.

“Hemos hablado con personas LGBTI a quienes han apuñalado, propinado patadas, quemado con colillas y amenazado de muerte por su identidad de género o su orientación sexual”. El testimonio es de Magdalena Mughrabi, investigadora de Amnistía Internacional sobre el norte de África. Es solo uno de los muchos relatos que recogen año tras año estudios desarrollados por este y otros organismos que dedican trabajo y esfuerzo en tomar la temperatura global a los derechos de este colectivo. En esos informes se explican algunos datos que pueden resultar extraños ya avanzado este siglo XXI, como que 70 países tipifican como ilegales las relaciones consentidas entre personas del mismo sexo o que en algunos pueda suponer pena de muerte.

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