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Carmen Ordóñez, 18 años sin la mujer solitaria que estaba "divinamente"
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TRISTE ANIVERSARIO

Carmen Ordóñez, 18 años sin la mujer solitaria que estaba "divinamente"

La vida de Carmen Ordóñez pudo ser muy diferente, su destino podría haber sido otro. Sin embargo, no pudo evitar la tragedia, que llegó demasiado pronto

Foto:  Carmina, en una imagen de archivo. (Mediaset España)
Carmina, en una imagen de archivo. (Mediaset España)

Hay fechas que nunca se olvidan, días que quedan marcados en nuestra memoria eternamente, y la muerte de Carmen Ordóñez hará que siempre se recuerde el 23 de julio con cierta punzada de tristeza. Una noticia que dejó a su familia sumida es una gran pena, pero también conmocionado al mundo entero, que no podía entender por qué se marchaba tan pronto una mujer que había demostrado estar dispuesta a exprimir la vida.

Han pasado dieciocho años de la muerte de Carmen Ordóñez y, en este tiempo, la vida de sus tres hijos ha discurrido por caminos muy diferentes a los suyos. Los dos mayores, Francisco Rivera y Cayetano, mantienen una estabilidad personal invariable. Cayetano y Eva González superaron la traición de la amiga Karelys, ahora ya olvidada, y se muestran más felices y unidos que nunca junto al pequeño Cayetano.

Los dos hermanos tienen sus propias familias, y Carmen habría ejercido de abuela feliz y consentidora con los tres nuevos nietos. Ya lo fue con Tana, la primogénita de su primogénito, y hubiera repetido patrón con Carmen, Curro y Cayetano. En este tiempo de ausencia, Julián, el pequeño de los Ordóñez, es quizá el más frágil, un verso suelto que busca su camino.

Los tres sufrieron la desaparición de la madre, pero Julianín (como le llamaba), al ser el más joven y el que compartía vida familiar, padeció con más intensidad el mundo oscuro por el que transitó la bella Carmen. Ahora parece que su futuro cercano está mejor estructurado y con posibilidad de ser feliz. Los hijos, los amigos y los seguidores de la Divina tienen hoy un recuerdo para una mujer que vivió como quiso.

Verano de 2004

Cuando muchos ciudadanos preparaban el inicio de la diáspora de agosto y en las redacciones se organizaban los turnos de verano, llegó la noticia sorprendente y dolorosa por lo que suponía de tragedia. Las primeras informaciones eran aún un rumor hasta que oficialmente la agencia EFE lo confirmó. Carmen Ordóñez había fallecido en su casa de Madrid a los 49 años. No había más datos que los que se recibían con cuentagotas y que daban un perfil de la soledad en la que se encontraba la Divina ese fatídico día en el que no hubo vuelta atrás.

Este apodo, que la acompañó durante los últimos años de su vida, tenía dos acepciones: una por la belleza espectacular de la hija de Ordóñez y otra por utilizar la expresión "divinamente" cada vez que alguien le preguntaba cómo estaba.

placeholder Carmina, en una aparición televisiva.  (Mediaset España)
Carmina, en una aparición televisiva. (Mediaset España)

Los últimos años no fueron buenos para una mujer que lo tuvo casi todo: una madre bondadosa y cariñosa que murió demasiado pronto y un padre al que la hija consideraba su héroe desde que era una niñita y que también desapareció de su vida antes de tiempo. "Con ellos se fue parte de mí", decía cuando se refería a la falta de brújula familiar.

Ausencias y caminos sin retorno

Seguramente si sus padres no hubieran faltado, la trayectoria vital de Carmen (Carmuca para ellos) habría sido muy diferente. El mundo oscuro por el que ingenuamente paseó pensando que ella no iba a caer tal vez no habría existido. Y tampoco los colaterales que la acompañaron en ese camino sin retorno y que tampoco hicieron nada por ayudar. La responsabilidad siempre fue suya cuando eligió una ruta en la que se alejó de los amigos de verdad que no le bailaban el agua, igual que sucedía con sus hijos. Los tres la querían con locura y ella fue siempre cariñosa aunque viviera la maternidad de una manera muy diferente a la tradicional.

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"No era una madre al uso y no estaba pendiente de mí cuando me fui haciendo mayor, pero era la mejor madre del mundo", contaba Julián Contreras, el hijo que sufrió con más intensidad la desaparición de Carmen porque vivía con ella. "Empecé a sacar malas notas para que fuera a las tutorías. Me decía que no pasaba nada por suspender, que yo era muy listo y aprobaría a final de curso". Recuerda cómo se apuntó a un curso de repostería y le hacía pasteles y bizcochos "para que se alimentara porque comía muy poco. Le encantaban y me decía: 'Podrías ser un buen cocinero".

placeholder Julián Contreras, a su llegada a la fiesta de 'Corazón'. (EFE)
Julián Contreras, a su llegada a la fiesta de 'Corazón'. (EFE)

Carmen, Carmina, era divertida, cariñosa con quien quería y borde como ninguna cuando no le gustaba quien tenía enfrente. Su famosa frase "a mí plin, yo soy Ordóñez Dominguín" era como un mantra para ella. Generosa hasta decir basta y fundamentalmente buena persona, con ese punto pijo que le salía cuando se encontraba en su camino con personas presuntuosas. La ironía también la utilizaba 'divinamente' y con una frase hundía al enemigo que la infravaloraba.

Han pasado dieciocho años y los que la conocimos en aquellos días de risas infinitas charlando con Lolita y Charo Vega en la terraza de Los Gitanillos, la casa familiar de Lola Flores en Marbella, recordaremos esa imagen de mujer de apariencia potente que no lo era. La fragilidad y la inseguridad emocional formaban también parte de su vida interior.

Hay fechas que nunca se olvidan, días que quedan marcados en nuestra memoria eternamente, y la muerte de Carmen Ordóñez hará que siempre se recuerde el 23 de julio con cierta punzada de tristeza. Una noticia que dejó a su familia sumida es una gran pena, pero también conmocionado al mundo entero, que no podía entender por qué se marchaba tan pronto una mujer que había demostrado estar dispuesta a exprimir la vida.

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