Georgina 0, 'la Giorgi' 1
Cuando se relaja y se olvida de la cámara, Georgina Rodríguez se convierte en 'La Giorgi' y es pura magia
En el catálogo infinito de Netflix, la plataforma ha tenido a bien regalarnos un documental sobre la vida de Georgina Rodríguez, una mujer de solo 27 años cuyo principal reclamo para la fama y la popularidad es compartir su vida con Cristiano Ronaldo desde hace cinco años. Los puristas, tan pesados como siempre, pondrán cara de chupar un limón y nos deleitarán con un número ingente de personas que, antes que ella, merecen eso y más mucho. La que escribe ha visto dos capítulos y espera con ansiedad los siguientes. Será que una es pesada, pero no purista.
Cuando habla para las cámaras, la Rodríguez parece tener ensayado el guion desde mucho antes de que empezara su relación con el futbolista portugués. Parece gélida, aunque su aspecto físico diga todo lo contrario. Joyones tan infinitos como el número de diamantes que los componen, oro amarillísimo, todo al dorado, bolsos que son todo menos minimalismo, ropa prieta, tacones de vértigo, pelo negrísimo y brillante, cejas dibujadas con precisión… Una estética excesiva, barroquísima, con su punto hortera. Si no hay logo, no pasas. ¿Mataría por pasar un mes ocupando su lugar? Sin duda.
“He pasado de no tener nada a tenerlo todo”. “Dios me dio la fuerza para luchar”. Son frases que pronuncia como sacadas del folleto de una iglesia evangélica y sin inmutarse, sentada en un salón que puede ser el de su casa o el de cualquier hotel en Dubái. Hay estéticas que son iguales en todas partes. Muebles imponentes, materiales nobles, cero estanterías, un buda gigante. “No me pongas muchos libros que así no hay tanto que limpiar”, dice Georgina cuando se relaja, no mira a la cámara y se convierte en 'la Giorgi'.
Ella y Cristiano hablan de cómo se conocieron. El guionista les ha preparado una serie de frases almibaradas y poco creíbles. Sintieron "cosquillitas en el estómago", manos que cuando se agarraron por primera vez se hicieron una, "manos familiares", cosas así. Él iba a buscarla al trabajo en un cochazo y a ella le daba vergüenza. El primer viaje como pareja fue a Eurodisney y él se puso una peluca para que no le reconocieran. Esa peluca casi sale volando en una montaña rusa. Fantasía.
Luego hay otra serie de perlas con las que ella demuestra que quiere ser amable con todo el mundo y proyectar la imagen de esposa, madre, niñera y asistente personal perfecta. "Lo mejor del jet de Cris es la tripulación"; "intento hacer las cosas en un día porque así le puedo dar los buenos días a mis hijos"; "para la habitación de matrimonio había pensado en el granate porque es más sensual".
La parte de la maternidad es la más cómica. Si yo me fuera en un avión privado a probarme vestidos de Jean Paul Gaultier a París, me quedaría un mes y dejaría que el padre se buscara la vida con mis hijos. No es así la vida para Georgina. Ella se zampa una pulga de jamón ibérico en el jet, llega a París, se prueba ropa de museo y luego vuelve para vivir el mágico momento de dormir bebés y verles desayunar cereales. "Ser mamá es estar las 24 horas del día preocupada", afirma. El polígrafo dice que es mentira. "Los amo tanto que soy incapaz de ponerme estricta con ellos". El polígrafo dice que es verdad, que te presto a mis hijos y a ver qué haces con ellos, Giorgi.
Lo mejor, de lejos, son los amigos. Y la mejor Georgina es la que está con ellos, sin corsés y con acento aragonés. La que llama querida a todo el mundo y por eso su grupo de Whatsapp se llama “Querida’s team”, un grupo de mujeres en el que también está 'Ivancico', al que conoció cuando ambos curraban "en el Massimo Dutti".
Con ellos, la Giorgi es pura magia. Recuerda cuando vivía en un bajo y dejaba la puerta abierta para que se secara antes lo fregado. Dice que ella no suda, que pide presupuestos "baratitos" y que ejerce la "Giorgiología", una religión que consiste en averiguar el sexo del bebé cuando alguna mujer de su entorno le cuenta que está embarazada.
"Georgina no ha cambiado nada en este tiempo", dicen las amigas en la cubierta del yate atracado en Mónaco, tapadas con mantas de Hermès mientras aguardan a que empiece la carrera de Fórmula Uno que les interesa casi tanto como a mí.
Mi Rodríguez favorita, y a la que espero como agua de mayo en el resto de episodios, es la que se ríe de su sombra, por ejemplo en esa escena en la que regresa de "almorzar con el dueño de Ferrari", que suena a cumplir el compromiso profesional que no le apetecía a su novio, el del rostro brillante. Va sentada en una lancha con su amiga Elena y un par de guardaespaldas gemelos y portugueses. Les cuenta que en ese almuerzo ha conocido a Pierre Casiraghi y a su mujer, Beatrice Borromeo. Es entonces cuando se hace un lío con príncipes, princesas, cuñados y otras endogamias reales. "Es que el árbol genealógico es jodido. ¡Joder, que soy de Jaca!", dice en voz muy alta. Todos ríen. También ella. Y sin guion.
En el catálogo infinito de Netflix, la plataforma ha tenido a bien regalarnos un documental sobre la vida de Georgina Rodríguez, una mujer de solo 27 años cuyo principal reclamo para la fama y la popularidad es compartir su vida con Cristiano Ronaldo desde hace cinco años. Los puristas, tan pesados como siempre, pondrán cara de chupar un limón y nos deleitarán con un número ingente de personas que, antes que ella, merecen eso y más mucho. La que escribe ha visto dos capítulos y espera con ansiedad los siguientes. Será que una es pesada, pero no purista.