Tomás Muñoz, el cordobés y magnate de la música al que querían Ricky Martin y Ana Belén
Su último suspiro tuvo lugar este miércoles en Villanueva de Córdoba, el pueblo que lo vio nacer en 1934, hace ya 88 años
“Este es un país de tribus, querido. Siempre lo fue. Para bien y para mal”. Palabra de Tomás, Tomás Muñoz. Pese a emigrar y vivir fuera durante gran parte de su vida, el magnate de la industria musical siempre llevó a España en su corazón y a esa España volvió hace unos años, cual elefante, para morir. Su último suspiro tuvo lugar este miércoles en Villanueva de Córdoba, el pueblo que lo vio nacer en 1934, hace ya 88 años. Un día más tarde, ha sido enterrado en un relativo silencio mediático.
Compartir cenas con este cordobés, nombre fundamental para el mundo de la música española, pero seguramente desconocido para el gran público, suponía toda una experiencia. Retirado ya de su labor como directivo musical, Tomás viajaba de cuando en cuando a Madrid. Solía alojarse en un hotel de la plaza de Colón y, con puntualidad británica, establecía una hora concreta para bajar a la recepción y encaminarse a cenar a algún restaurante del barrio de Salamanca, ataviado con una gorra muy americana que delataba sus años de residencia en Estados Unidos. Camino del local, no era infrecuente que recibiese llamadas de Julio Iglesias, Manuela, la mujer de José Luis Perales, o de un sinfín de nombres emblemáticos que seguían pendientes de él tras muchos años de grabaciones, conciertos y firmas de contratos.
Memoria banal
Muñoz nació en una familia humilde, en los años previos a una Guerra Civil que marcó a fuego su ideología progresista y también sus ganas de escapar de la miseria. De ahí su relación de amor por España y de odio hacia aquellos que amordazaron su libertad durante muchos años. Escucharle hablar del carácter español, de miserias políticas o de tótems de la música era una 'master class' de sabiduría. Muchos años y mucha vida habían pasado por ese hombre de más de metro ochenta de estatura y presencia imponente. Y sus logros profesionales eran tantos que serían imposibles de resumir en un artículo como este.
Se puede decir que Muñoz era genio y figura allá donde iba. Cuando dedicaba su libro autobiográfico, ‘Memoria banal’, editado por él mismo “porque no me gustan las vanidades, querido”, no olvidaba comentar algunos de los pasajes más jugosos que había reflejado en aquellas páginas. Por ejemplo, su paso por la China de Mao siendo un adolescente. En aquellos años ya estudiaba Humanidades y soñaba con una vida más allá de la que le ofrecía una España de sacristía y misa de 12. También hacía hincapié en cómo se trasladó a París con apenas 21 años y muy poco en los bolsillos. De estudiar con los jesuítas, a los que siempre agradeció su labor, pasó a huir del servicio militar y de los corsés de la dictadura.
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Aquellos que ansiaron ser como él decían que “no se puede evolucionar de botones a magnate musical siguiendo el camino recto”. Esta frase textual era su favorita de todas aquellas que recordaba de sus enemigos. Él, en sus años de octogenario, obviaba los puñales, a los que probablemente se tuvo que enfrentar en más de una ocasión entre representantes, egos artísticos inflados y rebeldías de micrófono en mano.
Música, cenas y la Jurado
La música siempre le había gustado (“aunque la que más escucho es la clásica, pese a lo que pueda parecer”) pero fue a su llegada a México, a los veintitantos, cuando se convirtió en el cofundador de Gamma, un sello discográfico independiente. Aquel movimiento emprendedor significó el inicio de su ascenso a la gloria, que se completó cuando trajo la internacional CBS (la actual Sony, de la que fue su primer director general) a nuestro país en los años 70. Primero, desde su piso de la calle Juan Ramón Jiménez ("me jodieron las alfombras", comentaba entre risas). Después, desde su despacho en la Torre de Madrid, donde fue el impulsor de carreras como las de Cecilia, con la que compartía su “dolor por España”, Lolita, Ana Belén, Víctor Manuel y muchos otros. Con algunos de ellos, como Raphael o Julio Iglesias, compartió también una enorme amistad. No era nada raro que este último lo invitase a su casa de Ojén o lo llamase por teléfono habitualmente.
Las cenas que compartía con amigos, en restaurantes como el del hotel Wellington o el Paraguas, donde conocían bien su pasión por las cocochas, también eran una muestra de su sarcasmo y enorme sentido del humor. Con su voz profunda y tan potente como su alta estatura, elaboraba relatos y ordenaba recuerdos que suponían un verdadero lujo para cualquier cronista que se precie de serlo: su orgullo por aquel homenaje que se le dispensó a Lola Flores en Miami, su conversación con Marlene Dietrich cuando fue el cerebro tras la idea de traerla a Madrid, sus comidas compartidas con Raphael y Natalia Figueroa… Responsable también de convertir una misa flamenca en ‘Como las alas al viento’, uno de los temas emblemáticos de la Jurado, contaba cómo la propia Rocío le había confesado que aquellas estrofas (“ayúdame, Señor, a caminar”) la acompañaron en los peores tragos de su cáncer, durante su tratamiento en Houston.
También rememoraba los músicos que habían pasado por algunos de sus lujosos apartamentos en Park Avenue, Nueva York, o Río de Janeiro. En este último llegó a alojarse José María Cano, al que consideraba un genio, durante unos carnavales. Otra de sus historias favoritas era la de aquel viaje al Trastévere en el que convenció al mismísimo Miguel Bosé de que era un artista en ciernes y tenía que firmar un contrato con ellos. Bosé no es el único que tenía algo que agradecerle. Las Grecas, Joaquín Sabina, Ricky Martin o Chayanne jamás habrían existido artísticamente si no fuese por él. Humilde, pese a ser consciente de su importancia, se asombraba cuando unos jóvenes trataron de proponerlo para el premio Príncipe de Asturias, algo que nunca se materializó. A veces, con un disimulado pesar, hablaba (en petit comité) de aquellas primeras figuras que, ya en sus últimos años, se olvidaban de marcar su número de teléfono para saber cómo estaba. Tajante a la hora de calificar el capitalismo ("un robo legalizado que nos ha hecho mucho daño") o recalcar su ideología, se jactaba de haber negado el saludo a Franco cuando pasó debajo de su despacho de la Torre de Madrid, en coche junto a Nixon. "Yo siempre dije que aunque Franco nos llenase los bolsillos de oro, seguiría siendo antifranquista".
En la última década, Muñoz se había cansado de tantos viajes. En su última década de vida, su secretario personal o algún amigo se encargaban de enviar un mail a sus amistades con el itinerario que iba a seguir en los meses siguientes. La vida nómada no le era ajena. Su periplo vital, de la Andalucía de posguerra a Francia, de Francia a México y de México a España de nuevo, lo había convertido en el ejecutivo más importante de la música en español. En 1980 abandonó de nuevo nuestro país para irse a Brasil, esta vez como vicepresidente de la CBS Internacional y director-presidente de la CBS Brasil. Después fue vicepresidente de desarrollo de artistas y repertorio de Sony Music Latin America en Nueva York, lo cual le dio la oportunidad de trabajar con emblemas de la música como Michael Jackson o The Police. Ni más ni menos. Cierta vez le preguntamos qué había significado la música en su vida. Su respuesta estaba llena de esa melancolía que los poderosos como él solo sacan a relucir muy de cuando en cuando. "Una sublimación de los sentimientos y un negocio que ya se ha acabado", nos dijo.
Un encuentro con la historia
A mitad de la década pasada, el soltero empedernido que siempre fue se dio cuenta de que necesitaba compañía. Más de lo que a él mismo le gustaba reconocer. A principios de los 2010 se quiso establecer en su querida (y a veces amarga, de ahí aquella frase de “país de tribus”) España. Lo intentó en Valencia, cerca de la playa de la Malvarrosa, pero pronto decidió que sería más razonable residir en Madrid, cerca de sus sobrinos. Al piso que adquirió en Príncipe de Vergara acudió Vanitatis una mañana. El propósito era hacerle una entrevista, hacer justicia a su nombre. Tan elocuente como siempre, Tomás no tuvo pelos en la lengua aquel día. Describió numerosas situaciones vividas con tantos artistas, algunas de ellas impublicables, pero siempre narradas con un fondo de bonhomía, cariño y respeto. Días antes de que se publicase aquel reportaje, titubeó y pareció algo arrepentido de haberlo hecho. Finalmente, accedió y, según fueron pasando los días, se mostró más que orgulloso de ver su nombre en las primeras búsquedas de Google, con todas aquellas imágenes impagables (al lado de Julio, del Puma, de Raffaella Carrà o del expresidente argentino Carlos Menem) que nos había cedido con total generosidad.
Amante del cine de Visconti, hombre que se emocionaba con aquel ‘Yo te diré’ de ‘Los últimos de Filipinas’, nunca se olvidó de felicitar la Navidad a sus amigos con un christmas personalizado. A un servidor siempre le recordaba que probablemente era de origen judío debido a mi apellido, Madrid. Hace apenas unos meses volví a escribirle por WhatsApp y obtuve una escueta respuesta de sus sobrinas, que comentaban su precario estado de salud. Muñoz había vuelto a vivir en Villanueva, el pueblo que amó incluso en sus momentos de gloria allende los mares. Allí ha querido morir un hombre sin el que la música pop española del último medio siglo habría sido muy distinta; la música de ese “país de tribus” que nunca será del todo consciente de su importancia. Hasta siempre, querido Tomás.
“Este es un país de tribus, querido. Siempre lo fue. Para bien y para mal”. Palabra de Tomás, Tomás Muñoz. Pese a emigrar y vivir fuera durante gran parte de su vida, el magnate de la industria musical siempre llevó a España en su corazón y a esa España volvió hace unos años, cual elefante, para morir. Su último suspiro tuvo lugar este miércoles en Villanueva de Córdoba, el pueblo que lo vio nacer en 1934, hace ya 88 años. Un día más tarde, ha sido enterrado en un relativo silencio mediático.