Hablamos con el escultor Fernando Oriol, bisnieto del fundador de Talgo y rey de la forja y del acero
Este fin de semana finaliza la exposición en Madrid de este escultor autodidacta que convierte el acero en un auténtico vergel de plantas y árboles tan decorativos como funcionales
El escultor Fernando Oriol recibe a Vanitatis en la exposición que tiene instalada en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid hasta este domingo. Es un hombre atractivo, con un suave acento andaluz y unos ojos claros que brillan al hablar de la pasión que siente por su trabajo. A su lado, al pie del cañón, está su mano derecha, su mujer Sylvia Ripoll y la 'culpable' de que este escultor extremadamente discreto se haya abierto al público, a la prensa y a las redes sociales. Se conocieron en Sotogrande, en la primera exposición a la que Fernando acudía a mostrar sus esculturas, y desde entonces forman un gran tándem.
Fernando pertenece a una de las familias más relevantes de la historia empresarial de nuestro país: es bisnieto de José Luis Oriol y Urigüen, fundador de Talgo. Su madre, Marta Pastega Benjumea, fue además una de las fundadoras de la reputada floristería Búcaro, encargada de adornar la boda de los actuales reyes de España, la celebrada entre la duquesa de Alba con Alfonso Díez, y el enlace entre Eugenia Martínez de Irujo con Francisco Rivera. También cuentan con clientes fijos de la jet patria como las hermanas Koplowitz, Isabel Preysler, la Casa Real o el Hotel Ritz.
Aunque comenzó haciendo muebles de madera, rápidamente el escultor que llevaba dentro afloró y Oriol se convirtió rápidamente en uno de los escultores más importantes de nuestro país y de los que más proyección internacional tienen más allá de nuestras fronteras. Totalmente autodidacta, Fernando esculpe en acero corten con una clara inspiración: su amada naturaleza. Tiene la suerte de haber vivido desde niño en el campo, en la sevillana finca familiar ‘El Pino de San José’, donde tiene instalado su taller y donde trabaja como mínimo doce horas diarias en compañía de sus inseparables perros de raza labrador: Sancho, Arturo y Fo.
¿Cuándo comienzas a esculpir, Fernando?
Yo hacía muebles de madera antigua y en el año 2002, por la crisis, empezaron a cerrar un montón de estudios de arquitectura con los que trabajaba, así que me tuve que reinventar. Empecé la escultura ‘La costilla de Adán’ y a partir de ahí nunca dejé de esculpir.
Tenías ciertos antecedentes familiares. Tu madre fue una de las fundadoras de la famosa floristería Búcaro. ¿Ha influido ella en ti como artista?
No ha influido directamente, porque yo no iba mucho a la floristería, pero es verdad que se me han podido quedar los movimientos que ella le daba a las flores o a las plantas. Darle movimiento a las obras vegetales que hago no me cuesta en absoluto; pero yo lo achaco más a que siempre he tenido la suerte de vivir en el campo rodeado de naturaleza. He sido el único de mis hermanos que nunca se ha movido de nuestra finca ‘El Pino de San José’, vivo ahí desde niño.
¿Cómo es un día en tu vida?
Me levanto a las cinco de la mañana y hay días que me dan las diez de la noche trabajando. Si no me gustase mi trabajo, sería imposible que me dedicara a ello y que viviera de esto. Siempre trabajo solo... bueno, acompañado de mis inseparables perros Sancho, Arturo y Fo (ríe). Adoro la tranquilidad de mi taller. Solo salgo del taller para hacer sesenta kilómetros en bici por el campo, que es lo que me mantiene en forma.
¿Cómo es el proceso de crear una de tus esculturas, Fernando?
Todas mis esculturas son de acero corten. Primero dibujo la hoja en la chapa, después se corta con láser a mano, se calienta y le doy forma a los nervios de las hojas o al detalle que haga falta al rojo vivo. Más tarde monto las ramas y por último, los troncos principales, uniendo todo y dándole forma a la pieza en su totalidad. Todo ello, a mano, por supuesto.
¿Cuánto tiempo puedes llegar a tardar en hacer un trabajo tan minucioso?
Hay esculturas compuestas de seis mil hojas cortadas una a una a mano y posteriormente soldadas también una a una. Esas, unos cuatro meses, pero depende de la obra.
¿Por qué elegiste el metal como material para esculpir cuando no es un material fácil ni de trabajar ni de transportar?
Es cierto que no es un material nada fácil. Lo más difícil es lograr que te de sensación de realidad, crear movimiento en las hojas con él es complicado; pero, como te decía, a mí no me cuesta trabajo, me sale innato. Y a cambio es un material muy duradero, y el resultado una vez que lo dominas es espectacular.
Muchas de tus piezas tienen unas dimensiones considerables, ¿cómo las mueves?
Hay piezas enormes que no caben por la puerta de casa de mis clientes. Por lo tanto, se desmontan y yo mismo, si lo desean, acudo a montárselas. También por el peso, hay una palmera, por ejemplo, que mide seis metros de altura y pesa cuatrocientos kilos montada, no habría quien la moviera así.
Eres completamente autodidacta…
Cierto, a mí nadie me ha enseñado nada. Ni colores ni pátinas ni nada.
¿Qué buscas con tus esculturas?
Quiero que mis esculturas, además de adornar, sean prácticas, por eso muchas de ellas tienen luz. Tengo pérgolas, duchas de exterior… También hago estructuras para lobbies de hoteles.
¿Tienes una obra favorita?
El olivo y la parra son las que más me gustan. Coincide con las que tienen más trabajo y las menos rentables.
¿Tu casa está llena de esculturas?
Llena no, pero sí que tengo. Lo que ocurre es que van cambiando porque si me llama un cliente que quiere una de las que en ese momento tengo en casa no hay problema en vendérsela.
¿Quién te gustaría que tuviera una obra tuya?
Es una pregunta difícil. Más que alguien en concreto, sobre todo me gusta que la persona que compre la escultura valore el trabajo que hay detrás.
¿Funciona el boca a boca a la hora de vender?
Los cinco primeros años yo solo vendía por el boca a boca. Después una amiga mía se empeñó en que expusiera en Sotogrande, yo no quería, me costaba mucho salir del taller, conocí a Sylvia mi mujer y ya empezó a convencerme de hacer exposiciones, salir en redes sociales etc.
Se dice de ti que vendes todo lo que haces, ¿cuál consideras que es el secreto de tu éxito?
Que los precios no son desorbitados. Por ello abarco mucho público, desde matrimonios jóvenes a personas que me compran obras para un regalo de boda o ya otro tipo de esculturas con otros precios más altos. El rango es de 300 a 12.000 euros.
¿Entre tus clientes figuran rostros conocidos confesables además de la joyera Casilda Finat o la periodista Teresa de la Cierva?
He vendido a marcas como Bvulgari, Sisley, Diptique o Campari, y trabajo mucho con decoradores como Lorenzo Castillo, Luis Bustamante o Javier Sitges, que hacen cosas a personajes conocidos. Pero lo siento, no puedo nombrar a mis clientes.
¿Alguna vez has dicho que no a un encargo?
Sí. A la menina de Madrid, cuando me ofrecieron poner una en la calle, pero me daban unas condiciones particulares y tenía que ser hecha en fibra y pintada. Yo me ofrecí a hacerla con el tema en el que yo trabajo porque yo no soy pintor, pero no encajó, así que no la hice. Y mi menina salió de eso, de hacerla a mi manera, está formada por hojas de distintas especies.
Tienes dos hijos, ¿han heredado tu vena artística?
A Marta, mi hija mayor, le encanta pintar y lo hace que te mueres. Está estudiando en Londres, pero si hubiese vivido conmigo más tiempo en Sevilla creo que sí podría haberse dedicado a algo artístico. Javier, nada; es más de motos y fútbol (ríe).
¿Qué proyectos tienes de cara al futuro?
Tengo ahora mismo un proyecto en un hotel en Tenerife. Se trata de un comedor para desayunos con una isla de veinte metros de largo en la que quieren poner un palmeral. También un nuevo hotel en Madrid y mis clientes mexicanos y de Miami me piden una exposición allí. Pero, por supuesto, lo principal para mí es seguir atendiendo a mis clientes particulares, que son los que me han llevado a donde estoy.
El escultor Fernando Oriol recibe a Vanitatis en la exposición que tiene instalada en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid hasta este domingo. Es un hombre atractivo, con un suave acento andaluz y unos ojos claros que brillan al hablar de la pasión que siente por su trabajo. A su lado, al pie del cañón, está su mano derecha, su mujer Sylvia Ripoll y la 'culpable' de que este escultor extremadamente discreto se haya abierto al público, a la prensa y a las redes sociales. Se conocieron en Sotogrande, en la primera exposición a la que Fernando acudía a mostrar sus esculturas, y desde entonces forman un gran tándem.
- Fernando Oriol: de la historia empresarial española a escultor de metales María Luisa G. Moro