Ortega Cano, desatado y con fuerza
Ortega Cano ya no está en edad para hablar de nuevas ilusiones, así que las revistas tiran de otros eufemismos: "Inseparable de Isabel Luna", dicen
"Dicen que no hay mejor terapia tras romper un matrimonio de muchos años que salir a divertirse con los amigos". Me gustan mucho este tipo de verdades supuestamente universales. Primero divorcio, después jarana. Es lo que recogen las revistas que ha hecho José Ortega Cano, después de decirle a su mujer que su semen aún es de fuerza y que si se animaban a por la niña y ella, después de chillarle a la tele como hice yo al escuchar aquello, saliera corriendo a llamar a su abogado.
Una vez firmados los papeles de la separación, al extorero le ha dado por salir a tomarse algo y a echarse unos bailes. Algo nada criticable y que no está recogido en el Código Penal, pero conviene recordar que uno de los reproches de su ahora exmujer era que el buen hombre era de estar en casa y no la llevó al cine ni una vez durante el tiempo que estuvieron casados.
Ortega Cano ya no está en edad para hablar de nuevas ilusiones (tampoco lo estoy yo, aclaro), así que las revistas tiran de otros eufemismos. “Inseparable de Isabel Luna”, dicen, cuando en la foto se los ve en un coche, uno delante y otra detrás. Que pueden ser novios o simplemente compartir taxi para volver a casa.
Del cartagenero se han dicho muchas cosas. Triunfó en la vida porque consiguió salir por la puerta grande de Las Ventas, pero sobre todo enamoró a Rocío Jurado y la llevó al altar de la finca Yerbabuena. Ella llevaba un crucifijo en el escote del tamaño de mi muslo y una redecilla como de goyesca poco favorecedora. Pero era la Jurado. Al cielo con ella, que hasta le dedicó un pasodoble. ¿Qué más le vas a pedir a la vida después de eso?
No tengo conocimiento suficiente como para calificar su tarea delante del toro. Mi padre me dijo una vez que era un poco “posturitas” y que por eso no le gustaba. Que donde estuvieran Antonio Ordóñez y Paco Camino se quitaran los demás. Y no profundicé mucho más tras esas verdades tan supuestamente universales que repartía de vez en cuando mi progenitor.
A mí, en todo caso, la que me interesa es Isabel Luna. Es cantante. He encontrado una página web en la que te animan a contratarla, al ser estandarte, dicen, del “flamenco más elegante”. También he visto por ahí que tira de boleros y los adapta a su estilo, y eso me lleva a pensar en Pitingo y se me ponen los pelos como escarpias. Que Dios me perdone, pero es que me da fatiga ese flamenquito.
Volvamos a Isabel. ¿Se dan cuenta, por cierto, del peso que implica llevar ese nombre? La Católica, la Pantoja, la Preysler. Yo no podría. El caso es que Luna se sirve de los boleros y las canciones de siempre llevadas al flamenco. "El espectáculo se caracteriza por su elegancia, que hace que esta artista sea diferente en el mundo del flamenco. Su larga trayectoria y experiencia profesional harán que el éxito de su evento esté garantizado", prometen.
Estoy muy a favor de esta mujer y el bien que pueda hacer su amistad con el torero, teniendo en cuenta que desde entonces el hombre está mucho más tranquilo, ha dejado de decir sandeces delante de las cámaras y comparten una amiga en común que ha sido siempre venerada en mi casa: la diseñadora doña Marily Coll.
Isabel Luna, además, es de esas personas a las que conoces por los títulos de sus discos: 'El amor es libre', 'Fallaste corazón', 'Mi dulce pecado', 'Cuéntale', 'Morir a gusto'. Que innove Madonna si eso, Isabel le canta al amor, que es lo que hacemos todos aunque con peores cuerdas vocales.
Es una mujer, además, discreta. Sus declaraciones son amables, también su gesto. Su única llamada de atención son los labios pintados de rojo.
“El arte converge y siempre se une. Hace mucho conocí a quien hoy sigue inmortal, a una persona de bien, un gran hombre, excelente profesional y una grandísima figura del toreo. Está entre nosotros nuestro querido compadre y amigo José Ortega Cano. ¡Ole, maestro, ole”, recoge 'Diez Minutos' que dijo Isabel. Todo esto mientras ella estaba actuando y él “se atreviera” a subir al escenario, se quitara el abrigo y bailara con él a modo de capote. Me gusta mucho pensar que hay amistades que continúan tras pasar por momentos de este calibre.
Yo, si fuera Ortega Cano, le pediría matrimonio a Isabel de inmediato.
"Dicen que no hay mejor terapia tras romper un matrimonio de muchos años que salir a divertirse con los amigos". Me gustan mucho este tipo de verdades supuestamente universales. Primero divorcio, después jarana. Es lo que recogen las revistas que ha hecho José Ortega Cano, después de decirle a su mujer que su semen aún es de fuerza y que si se animaban a por la niña y ella, después de chillarle a la tele como hice yo al escuchar aquello, saliera corriendo a llamar a su abogado.