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María Jiménez, una mujer de rompe y rasga que regalaba corales
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OBITUARIO

María Jiménez, una mujer de rompe y rasga que regalaba corales

María era generosa, le gustaba compartir lo que tenía y lo hacía no solo con su gente, sino también con quien se encontrara en la calle. Si la saludaba una señora y le comentaba lo bonito que era su abanico, se lo regalaba

Foto: María Jiménez, en 1986. (Europa Press)
María Jiménez, en 1986. (Europa Press)

María Jiménez fallecía este jueves a la una de la madrugada en su casa de Triana, el mismo barrio donde nació y vivió con su familia. No era ni tan siquiera un piso entero, sino una habitación donde sus padres, Gabriel Jiménez y María Gallego, hacían lo posible para que todos los días hubiera algo que comer. María ayudaba desde muy pequeña a esa economía de guerra. El baño era comunitario y a ella le quedó ese recordatorio de carencia.

En sus chalés en Villaviciosa de Odón y después el de Chiclana, estos espacios resultaban peculiares. Los decoraba más allá de su utilidad natural con jarroncitos, cuadros y hasta alguna imagen religiosa. Lo contaba muerta de risa y reconocía esa manía que trasladaba a toda su vida: “Ay, hija, que cuando no has tenido nada procuras que no falte de nada. Ni a mí ni a los míos”.

Foto: María Jiménez, en una entrevista en 2020. (EFE/Luca Piergiovanni)

Y así era. María era generosa, le gustaba compartir lo que tenía y lo hacía no solo con su gente, sino también con quien se encontrara en la calle. Si la saludaba una señora y le comentaba lo bonito que era su abanico, se lo regalaba. La última vez que acudió a una fiesta fue en la entrega de los premios Escaparate, que organiza todos los años el periodista Mario Niebla. No faltaba nunca. Era fija y le gustaba sobre todo porque se reencontraba con los amigos de Madrid que viajaban a Sevilla para ese encuentro festivo. En la cena servida en Casa Pilatos, llegó como siempre sonriente, con sus labios pintados de rojo y sus vestidos de gasa que definía como “de mesa camilla”.

Me da igual si me sobran kilos. Lo importante es que estoy viva, que sigo disfrutando de mis chiringuitos, de mi Chiclana, de mis nietos”.

La salud de María se había resentido en los últimos años con un cáncer y un problema intestinal que la tuvo dos meses ingresada en la UCI del Hospital Virgen del Rocío, en Sevilla. Muchos de los amigos querían visitarla, pero no era posible y solo acudían su hermana Isabel y su hijo, que, aunque vive en Toledo, viajaba a menudo a Sevilla para estar con su madre. Y esa soledad médica la afectaba, como contaba en su primera salida pública a la cena de la feria del caballo Sicab: “Sabía que no me podía morir, que aún tenía que reírme mucho”. Unos meses atrás había acudido a la boda de María Toledo, donde le cantó a la novia.

Tuvo una depresión tras la muerte de su hija Rocío de la que consiguió salir gracias al trabajo. En aquel tiempo, también comenzaron sus desencuentros con el que fue su marido, Pepe Sancho. Una desgracia que revolvió la existencia de la artista hasta su muerte. Se casaron dos veces y sus peleas, que también eran públicas, se convirtieron en la versión doméstica de Richard Burton y Liz Taylor.

placeholder María Jiménez, en 1979. (Europa Press)
María Jiménez, en 1979. (Europa Press)

Con el tiempo, esas riñas fueron a más hasta que llegó un divorcio terrible con demanda de malos tratos. Esa relación tóxica con Sancho le costó a María enfrentarse en aquellos primeros años de matrimonio a sus padres, que nunca conectaron con el actor. Los padres tampoco se portaron bien con ella cuando era una niña, pero, como decía, “eran otros tiempos. No tuve el afecto familiar, lo que interesaba era que llegara dinero a casa”.

A pesar de las muchas tristezas y del dolor del alma que le supuso la muerte de “mi Rocío”, como se refería siempre a su hija, salió adelante. Era una superviviente que hizo de las carencias que vivió en su infancia y juventud su mejor arma para enfrentarse a la vida: “Yo sé lo que es no tener nada”.

placeholder María Jiménez y Pepe Sancho, en una imagen de archivo. (Cordon Press)
María Jiménez y Pepe Sancho, en una imagen de archivo. (Cordon Press)

Cuando le preguntaban por sus comienzos, dejaba con la boca abierta a los que desconocían que a los 11 años ya estaba trabajando, limpiando en casa de familias pudientes de Sevilla y después en Barcelona. “Yo he sido sirvienta, no empleada de hogar, como se dice ahora. No había fregonas y me ponía de rodillas para limpiar el suelo y las terrazas. Cocinaba, planchaba y cuidaba de los niños. Cuando terminaba, me iba a jugar con ellos porque yo era una niña”.

Ese currículum tan duro la hizo ser una mujer valiente, reivindicativa y muy comprometida con la violencia y abusos sexuales. Fue madre soltera de un señorito andaluz que nunca la ayudó ni ella reivindicó la paternidad. Sacó adelante a su hija como hizo con todo. “Se echaba las penas a la espalda y se ponía a bailar”, contaba el periodista y amigo Agustín Trialasos, que fue testigo de los momentos felices, pero también de las tragedias. La muerte del periodista fue para ella muy triste y lo seguía recordando cuando coincidía con periodistas que habíamos vivido esa época.

Foto: María Jiménez, en el Universal Music Festival de 2020. (EFE/Paco Campos)

Una de las últimas veces que no necesitaba aún silla de ruedas fue en la cena previa a Sicab en la casa palacio de la familia Ruiz Berdejo. Llegó radiante vestida de flores bajo un mantón de Manila, la raya negra en los ojos y la boca pintada de rojo. Estaba contenta porque decía que una firma le enviaba productos y el que más le gustaba era una barra de labios permanente.

Sus joyas (pendientes, collares, pulseras) eran siempre de corales. Decía que daban fuerza y que tenían vida. Y explicaba su teoría basada en su experiencia propia: “Cuando estoy tiempo sin ponerme alguna cosa, el coral se va apagando hasta que me lo vuelvo a colocar y coge otra vez su color”.

placeholder María Jiménez, el 20 de enero de 2006. (EFE/Chema Moya)
María Jiménez, el 20 de enero de 2006. (EFE/Chema Moya)

Ante las dudas del personal y para reafirmar su razonamiento se quitó un collar que llevaba y me lo dio: “Mañana en la entrega de premios me lo devuelves. Duerme con él y verás”. Nunca quiso la devolución y fue un regalo que otros conocidos y amigos también tienen. Una especie de punto de unión de todos los que admiramos y quisimos a María.

Esa noche, igual que otras muchas cuando regalaba su voz, cantó y bailó hasta que amaneció. Su cierre final en este tipo de reuniones que pedían los presentes era 'Se acabó'. Lo convirtió en su himno y en su testamento vital, que decía la representaba: “A mí y a muchas mujeres que no saben decir 'ahí te quedas' a hombres y a historias malas”. María Jiménez nunca fue conformista en nada. Y así ha sido hasta su muerte. Descanse en paz.

María Jiménez fallecía este jueves a la una de la madrugada en su casa de Triana, el mismo barrio donde nació y vivió con su familia. No era ni tan siquiera un piso entero, sino una habitación donde sus padres, Gabriel Jiménez y María Gallego, hacían lo posible para que todos los días hubiera algo que comer. María ayudaba desde muy pequeña a esa economía de guerra. El baño era comunitario y a ella le quedó ese recordatorio de carencia.

María Jiménez Gallego
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