Hablamos con Almudena de Arteaga, duquesa del Infantado: una noble novelista, montañera y minera

El 24 de noviembre de 2019, Almudena de Arteaga y del Alcázar (Madrid, 1967), duquesa del Infantado, entre otras muchas distinciones, se convirtió en una de las aristócratas con más títulos de nuestro país. Poco después de fallecer su padre, Íñigo de Arteaga y Martín, a los 76 años, esta escritora de éxito quiso cumplir con determinación la voluntad de este de preservar el legado de la Casa del Infantado. Solicitó los títulos y, en esa fecha, el BOE publicó el traspaso a su heredera.

La triste muerte de su hermano Íñigo a la corta edad de 43 años en un fatídico accidente de avioneta despejó cualquier duda acerca de la sucesión. Hoy, es la primogénita, Almudena, la encargada de velar por los intereses de este título que fue concedido por primera vez por los Reyes Católicos en 1475.

Se declara una mujer casi renacentista, fascinante y llena de aficiones, pero por encima de todo, está comprometida con mantener el patrimonio herededado para que les llegue a sus hijas tal y como lo recibió: “La responsabilidad no es solo no dilapidar lo que recibes, sino mantenerlo e incluso, si se puede, agrandarlo”.

Experta en la narrativa de intrigas palaciegas, su vida no queda atrás de la de los personajes, todos ellos femeninos, que a lo largo de los últimos 20 años ha sacado del ostracismo. Una de ellas, Isabel Zendal, que cuando publicó la novela poco se sabía de ella “y ahora tiene hasta un hospital”, asegura entre risas. “Televisión Española produjo una película basada en mi novela”, añade.

Dos matrimonios, dos hijas, cinco nietos, 6.000 árboles y más de 20 novelas después (la más exitosa, ‘La princesa de Éboli), la duquesa del Infantado se sincera sobre lo que supone para ella la responsabilidad de gestionar el ingente patrimonio familiar, sobre los prejuicios hacia la nobleza en nuestro país y, sobre todo, sobre literatura, donde ha sido galardonada en multitud de ocasiones.

Escritora, madre y minera

La duquesa del Infantado tenía una carrera de lo más solvente antes de heredar el ingente patrimonio familiar de sus antepasados. Su carrera literaria, de éxito, le ha permitido vivir de su gran pasión. De hecho, sus inicios en el mundo laboral corrieron por otros derroteros en su juventud.

“He tenido una vida de mujer luchadora, como somos todas en este siglo. Desde muy joven empecé a trabajar y eso que se cree que en España la nobleza no trabaja. Empecé con 18 años porque no me dejaban trabajar antes, porque si no hubiese empezado a trabajar al mismo tiempo que estudiaba. Las dos cosas. Soy muy americana en eso”, recuerda con orgullo.

Y prosigue: “Después de terminar mi carrera de Derecho y estar ejerciendo la abogacía en un despacho de laboral y otro de civil, tras el gran éxito de ‘La princesa de Éboli’, que nos pusimos en 20 ediciones en apenas seis meses, colgué la toga y hasta hoy”.

Casada en dos ocasiones, primero con el abogado José Luis Anchústegui y después con el marino José Ramón Fernández de Mesa y Temboury, asegura que se casó “muy rápido” y que tuvo a sus hijas “muy joven”. Ahora, con tan solo 56 años, es la orgullosa abuela de cinco nietos, a los que adora: “No hablo mucho de ellos, pero los disfruto mucho. Son maravillosos. La mayor tiene nueve, y la pequeñita, año y medio. Me llaman la abuela Cuchufleta que viene en bicicleta porque voy y vengo en una bici eléctrica” (risas).

“Yo corro mucho en ese aspecto, mucho. Tengo cinco nietos, he plantado 6.000 árboles en un bosque realmente bonito que tenemos, soy minera porque tengo una pequeña canterita... ¿Si soy una mujer fascinante? No es que lo sea, es que me ha tocado ser como la vida me viene”.

Con su primera novela, alcanzó el estrellato. Un éxito del que confiesa no conocer la fórmula: “No he conseguido repetirlo. Me preguntan muchas veces cuál es el secreto del éxito de un libro. Siempre digo que me encantaría saberlo. Pero al final hay que conjugar diferentes parámetros que no podemos controlar. Yo intento superarme de todas maneras en cada una de mis obras y siempre intento poner algún reto en la siguiente, en el siguiente libro, la siguiente novela. Hay veces que sale, en otras que no”.

Por lo pronto, no le importaría volver a adaptar una novela al cine, como ya pasó con 'Ángeles custodios', la obra sobre Isabel Zendal que se convirtió en película bajo el título ‘22 ángeles’. “La virreina criolla' es una historia fascinante que ojalá veamos en la pantalla algún día. Yo huyo del aburrimiento”, declara. “Se podría hacer una película fantástica sobre ella, sobre todo rompiendo un poco con los moldes, que es lo que me gusta a mí”, agrega.

Seis títulos y un ingente patrimonio

Cuando Almudena no está escribiendo novelas, ejerce como marquesa de Cea, condesa de Corres, condesa de la Monclova y del Real Manzanares, duquesa del Infantado, señora de la Casa Lazcano y almirante de Aragón. Todo ello, con la responsabilidad que para ella supone.

Una carga que ostenta con orgullo, pero también con el temor a los prejuicios. “Cuando dicen ‘ahí viene una duquesa’, inmediatamente, mucha gente cree que no trabajas, y hay que demostrarles que las personas tituladas en España somos como todo el mundo. No es que te caiga un título y ya no hagas nada y te dediques a los demás, como si estuviésemos en la corte de Carlos IV”, bromea.

La herencia de los títulos y todo el legado ligado a la casa supuso una larga lista de responsabilidades extra a su día a día. “Indudablemente hay que hacerlo muy responsablemente, hay que ser muy generoso y desde luego hay que tener muy claro en dónde estás para actuar acorde con tu posición. No es un cuento de princesas y de reinas, como se puede pensar”, continúa.

Hay una cosa que repite como un mantra y que le ha transmitido a sus hijas de manera insistente: “La obligación de heredar a mis hijas lo que yo he recibido. Lo que recibes de tus padres tienes la obligación de pasárselo a tus hijos y engrandecerlo si se puede a todos los niveles posibles. Es como la parábola de los talentos. Esa es mi manera de ver la vida”.

Dedicada a rentabilizar las grandes propiedades en su poder para que se mantengan ellas solas, sin necesidad de grandes inversiones ni desembolsos (“la nobleza ahora sí que paga impuestos”, recuerda), tiene grandes ideas para explotar aún más su legado.

“A mí me encantaría el día de mañana tener una fundación que diese grandes premios a creadores, por ejemplo”. Un proyecto que junto a todos los demás la convierten en una de las aristócratas más multidisciplinares de su generación.