Antonio Pelayo, sacerdote y periodista, cuenta algunas anécdotas de sus comidas con el Papa Francisco: "En Navidades le enviaba una botella de coñac"

Antonio Pelayo es sacerdote, periodista y consejero eclesiástico de la embajada española en la Santa Sede. Párroco de la congregación de las religiosas hijas de María Inmaculada. Colaborador de la revista española 'Vida Nueva' y de la cadena 'Atresmedia'. Ha vivido la experiencia de conocer a los últimos cinco Papas, pero con el que más intimidad ha mantenido ha sido con el último y así lo ha querido recordar para Vanitatis.

“La primera vez que nos vimos aquí en Roma fue cuando se celebró el Sínodo de los Obispos en el año 2001. Tenía una entrevista con él y una vez que terminamos marchó porque había sido el atentado de las Torres Gemelas. Mi relación personal con él es más intensa a raíz de mis colaboraciones en la revista 'Vida Nueva' que él leía. Estaba suscrito en Argentina y leía mis crónicas vaticanas. Cuando ya estaba en Roma elegido como Pontífice, me recordaba algunas de las cosas que yo había escrito que a mí se me habían olvidado por completo. Durante todos estos años esa lectura ha continuado. Tanto es así que este viernes el secretario personal del Papa me contaba que el último sábado antes de morir, lo hizo porque era una lectura que no dejaba de hacer”.

En todos los viajes papales, Antonio Pelayo era uno de los periodistas que compartía vuelo en el avión. “Nos saludaba a todos y conmigo solía tener una pequeña conversación preguntándome como estaba y de vez en cuando la charla era más larga. Cuando fuimos a Japón le comenté que había estado a punto de no ir porque había tenido un dolor de lumbago y pensaba que no podría viajar. Y fue muy divertido porque me contestó: 'Eso no es nada, eso se quita con coñac y mejor si es Cardenal Mendoza”.

A raíz de ese comentario, Antonio Pelayo le relató una anécdota personal. Había asistido a una cena con el Cardenal Ratzinger, que aún no era Benedicto XVI y no bebía, pero se hacía servir para no llamar la atención. Al final de la comida, el Cardenal Javierre le comentó al futuro Papa que como cierre de la reunión iban a beber un brandy español que era precisamente Cardenal Mendoza.

“Le conté al Papa la historia y desde ese año yo le enviaba todas las Navidades una botella de esa firma. Si se la bebía o no nunca lo supe, pero siempre me lo agradecía”. Cuando el religioso cumplió 80 años, el 11 de enero, Francisco tuvo la deferencia de enviarle una caja de seis botellas de vino argentino con un tarjetón que decía: “Feliz cumpleaños. Eso hay que celebrarlo”

Después recibiría una llamada del secretario en la que le convocaba a un encuentro en Santa Marta, sede de los apartamentos privados. La sorpresa fue grande cuando quien le abrió la puerta directamente fue el Papa Francisco. Estuvieron casi una hora hablando de lo divino y lo humano. “Era todo tan natural que en un momento dado me di cuenta de que le estaba tuteando y lo aceptaba con total tranquilidad. Hemos tenido una relación de total proximidad que te hacía sentir el interés por lo que hacías y escribías”.

Otro de esos encuentros alternativos que recuerda Pelayo era cuando ejercía su trabajo como asesor en la embajada de España ante la Santa Sede. Su labor consistía dar las directrices en que cualquier acto que pudiera tener la sede diplomática con relación a la iglesia, que son la mayoría. En muchas de las ceremonias le hemos visto colocando a los ministros o a los reyes en las celebraciones. Estará presente en el funeral este sábado y acompañará a los reyes a la misa hasta que se vayan. Viajan en dos aviones. El rey Felipe se trasladará a Sevilla y la reina vuelve a Madrid.

El día que falleció el Papa, realizó un directo desde la plaza de San Pedro para el programa 'Y ahora Sonsoles' donde se emocionó al transmitir la información. Con lágrimas que no pudo contener, contaba las últimas horas en la vida del pontífice con el que había tenido una importante conexión. “Se ha ido un padre, un hermano mayor, una persona muy querida, un hombre bueno”, mientras sacaba su pañuelo de tela (no un kleenex) ante la cámara y se limpiaba los ojos. Ese gesto emocionó a todos los que en ese momento veían y escuchaban sus palabras.