Salzburgo, la ciudad de la cerveza

Salzburgo es una pequeña ciudad con gran encanto. Creada por principies arzobispos que levantaron palacios barrocos, iglesias de interior luminoso y blanco y cúpulas que visten el perfil de la ciudad. Hoy Salzburgo invita a pasear entre tumbas y flores de los hermosísimos cementerios que perviven en el centro de la ciudad. Música, conciertos y festivales que recuerdan y reviven en primera persona a su hijo más universal, Mozart. El Hangar 7, junto al aeropuerto guarda aviones de época de estética efectista, que reposan como joyas de la colección de otro de sus hijos, el fundador de Red Bull. Pero por encima de otras experiencias Salzburgo es sobre todo la ciudad de la cerveza. Más allá incluso de Munich, Praga o Dublín, Salzburgo vive en torno a, por y para la cerveza, no en vano los austriacos son los segundos consumidores de cerveza en el mundo y me atrevería a afirmar que los salzburgueses son los primeros.

Desde 1621, en la abadía de la pequeña colina Mulln, los monjes agustinos siguiendo una receta que aún mantienen en secreto, producen una de las mejores cervezas del país. Marzen es la variedad que se bebe todo el año. Hay otras dos variedades que solo se hacen en Adviento y en Cuaresma. Para acompañar una u otra variedad, decenas de quioscos donde comprar algo más que un aperitivo: salchichas, embutidos, filetes empanados, pescado ahumado, prezels, y ensaladas más o menos consistentes. Todo ello se puede tomar en el Beer Garden, una vez que te has servido al menos una jarra de medio litro de cerveza. Además, es un centro de divulgación de cultura. En su interior, amplísimos salones y largos bancos de madera invitan a sentarse y mantener interesantes tertulias sobre casi cualquier tema. Cada día de la semana y en cada bancada se dan cita los grupos de tertulianos bajo la placa que identifica su temática y día de reunión. En cuanto sale el sol, los locales corren a beber y comer en el jardín y al estilo de lo que ocurre en algunos bares del norte de España, coros improvisados o no, se arrancan a cantar.

A la distancia de un paseo en bicicleta, se encuentra la fábrica de cerveza Stiegl, que aún hoy realiza la distribución de sus apreciados barriles a los bares cercanos, en carros tirados por caballos tal y como se ha hecho siempre. Stiegl, no solo produce buena cerveza, sino que además diseña y produce los vasos más apropiados para beberlas. En la misma fábrica, hay un beer garden en el que se pueden disfrutar de una degustación de cuatro o cinco variedades de entre las cervezas que produce Stiegl y que se suelen acompañar de las típicas salchichas blancas bratswurt cocidas y a las que se limpia la piel y se untan en la deliciosa mostaza dulce. Grupos de música en directo amenizan el momento a ritmos de animadas polkas.

Ya en la ciudad hay un mirador o mejor dicho un restaurante con las mejores vistas de la ciudad. M 32, en lo alto, al otro lado de la fortaleza que defiende la ciudad y que permaneció inexpugnable siempre. Se puede comer el típico filete vines empanado de grandes dimensiones y beber cerveza observando la ciudad, sus cúpulas y agujas, a vista de pájaro.