Es noticia
Menú
El único vino palestino lucha por sobrevivir
  1. Gastronomía
  2. Vinos

El único vino palestino lucha por sobrevivir

A las afueras de Belén se levanta el monasterio salesiano de Cremisán entre cuyos muros se elabora el único vino palestino, un negocio cada día más

Foto: El único vino palestino lucha por sobrevivir
El único vino palestino lucha por sobrevivir

A las afueras de Belén se levanta el monasterio salesiano de Cremisán entre cuyos muros se elabora el único vino palestino, un negocio cada día más estrangulado por la ocupación israelí. Desde 1985, monjes italianos trabajan la uva en este convento de altos techos arqueados y anchos muros de piedra desde donde se divisa Jerusalén y, también, los cada vez más amplios asentamientos judíos en Cisjordania y el muro de hormigón que Israel construye para "protegerse" de la "amenaza palestina". "Antes producíamos 700.000 botellas de vino anuales, pero con el comienzo de la Intifada (en el 2000) redujimos a 100.000 y ahora todavía no llegamos a las 200.000", explica a el Padre Franco Ronzanni, apenado por tener "mucha demanda a la que no podemos atender por problemas políticos".

Los puestos de control militares, las trabas a la entrada y salida de productos a los territorios palestinos, la limitación de movimientos de sus proveedores y el muro de separación israelí que, según está planificado, partirá las tierras de Cremisán, son sólo algunos de los problemas con los que a diario se topan los ocho religiosos que tratan de mantener viva la bodega. "Los beneficiarios finales no somos nosotros. Nuestro vino tiene un importante valor social", dice Ronzzani, y explica que el dinero se destina a mantener las obras salesianas: una escuela en Nazaret, un instituto tecnológico para jóvenes palestinos, un seminario y un horno que reparte pan a familias pobres.

El producto más exitoso de Cremisán, como no podía ser de otra manera, es su vino de misa, que envía a monasterios de todo el mundo para el sacramento de la comunión. Pero, además, producen Merlot, Cabernet, Riesling, Chardonnay, Malvasia y otros vinos de uva local como el Torre de David o el Caná de la Galilea.

 

En esta bodega, situada en lo alto de una bucólica colina y repleta de antiguas barricas de roble, también se elaboran Oporto, Vermut, Brandy, Jerez y hasta Sangría española, de marca Don José y con un toro en la etiqueta que, como las demás, nombra orgullosa el origen del producto: "Tierra Santa".

Hasta hace pocos años, además de las uvas que recogen en Belén y en su monasterio de Latrún (en territorio israelí), compraban uva a unos sesenta agricultores palestinos, pero ahora las restricciones al movimiento en Cisjordania han reducido su número de proveedores a menos de una veintena. El monasterio está ampliando sus viñedos, no sólo para poder autoabastecerse, sino también porque tiene como vecino el asentamiento judío de Har Gilo y, según indica sin dar más detalles el padre Franco, "no queremos dejar la tierra vacía".

Por si los problemas de aprovisionamiento fueran pocos, una vez producido el vino Cremisán se enfrenta a la hercúlea tarea de distribuir las botellas, que ahora mismo no consiguen hacer llegar siquiera a Jerusalén, a menos de doce kilómetros de distancia. "Hay muchas trabas administrativas, del Ejército, fiscales, obstáculos sin fin", explica el director de Exportación, Amer Kardosh, que asegura que "esta navidad no podremos ni siquiera llevar nuestro vino a Nazaret", porque hace meses que esperan la licencia de los militares israelíes.

Kardosh dedica largas jornadas a luchar contra los problemas burocráticos para intentar servir a los clientes que no le faltan en localidades palestinas e israelíes y en países como Italia, Inglaterra, Irlanda y Alemania. Este árabe israelí, nacido en Nazaret y que heredó la tarea de exportar los vinos de Cremisán de su padre, que se crió en un orfanato salesiano, deja sonar una y otra vez su teléfono móvil diciendo impotente: "No puedo cogerlo: es un restaurante de Nazaret que quiere comprar, pero no tengo nada que decirle". Según él, para peregrinos a Tierra Santa y cristianos de todo el mundo es muy especial poder comprar "un vino producido en Belén y elaborado en un monasterio por los padres salesianos", y la subsistencia de Cremisán es también "muy importante para la continuidad de las comunidades cristianas en Palestina e Israel".

En Cremisan no buscan exportar masivamente ni enriquecerse, su objetivo es más humilde, sólo desean permanecer. Como dice el padre Franco: "Queremos seguir existiendo. Llevamos más de 120 años haciendo vino y queremos seguir haciéndolo otros mil más".

A las afueras de Belén se levanta el monasterio salesiano de Cremisán entre cuyos muros se elabora el único vino palestino, un negocio cada día más estrangulado por la ocupación israelí. Desde 1985, monjes italianos trabajan la uva en este convento de altos techos arqueados y anchos muros de piedra desde donde se divisa Jerusalén y, también, los cada vez más amplios asentamientos judíos en Cisjordania y el muro de hormigón que Israel construye para "protegerse" de la "amenaza palestina". "Antes producíamos 700.000 botellas de vino anuales, pero con el comienzo de la Intifada (en el 2000) redujimos a 100.000 y ahora todavía no llegamos a las 200.000", explica a el Padre Franco Ronzanni, apenado por tener "mucha demanda a la que no podemos atender por problemas políticos".

Los puestos de control militares, las trabas a la entrada y salida de productos a los territorios palestinos, la limitación de movimientos de sus proveedores y el muro de separación israelí que, según está planificado, partirá las tierras de Cremisán, son sólo algunos de los problemas con los que a diario se topan los ocho religiosos que tratan de mantener viva la bodega. "Los beneficiarios finales no somos nosotros. Nuestro vino tiene un importante valor social", dice Ronzzani, y explica que el dinero se destina a mantener las obras salesianas: una escuela en Nazaret, un instituto tecnológico para jóvenes palestinos, un seminario y un horno que reparte pan a familias pobres.

El producto más exitoso de Cremisán, como no podía ser de otra manera, es su vino de misa, que envía a monasterios de todo el mundo para el sacramento de la comunión. Pero, además, producen Merlot, Cabernet, Riesling, Chardonnay, Malvasia y otros vinos de uva local como el Torre de David o el Caná de la Galilea.