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¿Cómo son las esposas de los candidatos presidenciales norteamericanos?
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¿Cómo son las esposas de los candidatos presidenciales norteamericanos?

Las elecciones en Estados Unidos cambian al inquilino del 1600 de la Pennsylvania Avenue cada cuatro u ocho años, pero no sólo a él: también a

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¿Cómo son las esposas de los candidatos presidenciales norteamericanos?

Las elecciones en Estados Unidos cambian al inquilino del 1600 de la Pennsylvania Avenue cada cuatro u ocho años, pero no sólo a él: también a la primera dama, esa persona que se encarga de sonreír, de mostrar la tan exigida imagen de familia tradicional modélica que a todo presidente se le demanda y de desplegar su saber hacer -o al menos algún esfuerzo- en algún tipo de labor benéfica, humanitaria o simplemente representativa. La primera dama, más que en Europa, representa al presidente en los temas en los que él no alcanza a estar, reafirma el lado humano de la persona que en el resto de las circunstancias ha de ser visto como un jefe superior Además, posa cada navidad junto al árbol de Navidad.

La ahora candidata Hillary Clinton sabe bien de qué va todo eso. Su llegada en 1993 a la Casa Blanca fue una revolución que cambió la imagen de amante esposa que habían cultivado sus predecesoras, y sobre todo la última, Barbara Bush, madre del actual presidente. Hillary trató, desde allí, de impulsar un plan de salud que nunca llegó a buen puerto y que ahora ha tratado de resucitar como gran herramienta de su campaña política. El papel de su marido Bill en el caso de que ella ganara sería aún más difícil de suponer, habida cuenta de la doble revolución que supondría, por tratarse de un hombre y por ser éste un ex presidente joven, en activo y con ganas de trabajar, pero en cualquier caso a él ya se le conoce y el misterio gira en torno a las cónyuges de los otros candidatos.

No hay mucho que contar de Bill, porque ya se le conoce: todos sabemos sus aciertos y sus debilidades y hay que decir que en las primeras damas (y él se incorporaría a esta categoría aunque fuera como 'primer caballero', con un nuevo retrato oficial incluido) este último punto, el humano, ha servido siempre como tema de discusión entre los estadounidenses en su equivalente de la hora del café. En EE.UU. gustan las historias heroicas de superación personal y las que algunas de ellas han contado les han servido para pasar a la historia casi con más renombre que sus maridos. Betty Ford, que vive retirada en California, es tan recordada como su marido Gerald y su impacto en la cultura americana es sin duda superior.

Boda con una 'miss'

McCain, el hombre al que la derecha religiosa detesta por sus posiciones liberales (término repudiado entre los conservadores estadounidenses), comparte varios rasgos con el fallecido Gerald Ford en relación al matrimonio. A ambos se les criticó por no cumplir de algún modo aquello del "hasta que la muerte os separe": el sucesor de Richard Nixon se casó con una bailarina suplente divorciada y John McCain rompió su primer matrimonio en abril de 1980 para contraer matrimonio pocas semanas después -el 17 de mayo- con Cindy Lou, una reina de los rodeos hija de un prominente industrial de Arizona a la que había conocido una año antes. La pareja tiene actualmente cuatro hijos. La posición de la familia de Cindy en Arizona ayudó en buena parte a John, que en esos momentos buscaba abrirse una carrera política en ese estado tras encargarse de las relaciones de la marina con el Congreso.

Otro rasgo que comparten estos dos republicanos son las debilidades de sus esposas: las dos han sido adictas a los tranquilizantes opiáceos. En el caso de Betty esta adicción, sumada a la del alcohol, la llevó en 1981 a fundar la clínica que lleva su nombre y que, en un rancho al sur de California, ha servido a cientos de estrellas para recuperarse de hábitos perniciosos para su salud. Cindy, por su parte, se enganchó a los mismos medicamentos por los que se pirra el doctor House en 1989 y su grado de dependencia fue tal que llegó a robar las pastillas de la ONG que ella misma había fundado (y a través de la cual conocería en 1991 a una niña de Bangladesh que ella y el candidato acabarían adoptando). El caso resultó un escándalo público que le llevó a hacer público su problema. Entonces declaró: "Aunque mi conducta no comprometió ninguna misión de AVMT [la organización, que se encargaba de distribuir medicamentos en situaciones de emergencia humanitaria] mis acciones fueron incorrectas y lo lamento".

Desde entonces ha vuelto a la empresa familiar, una de las mayores distribuidoras nacionales de cerveza. Cuando las expectativas presidenciales de McCain parecían bajas, hace unos meses, ella no se veía como un factor fundamental en la toma de decisiones de su esposo: "Yo le ofrezco mis opiniones y pensamientos, pero él es el electo y el experto", declaraba entonces a la cadena ‘Abc’. En esa misma entrevista rechazaba la excesiva exposición pública de las mujeres de los candidatos. Ella misma sufrió, durante las primarias del año 2000 en las que el senador se enfrentaba a George W. Bush, varios ataques personales. "Nosotras no somos los candidatos" es una de sus frases. Cindy sabe que hay parte de su electorado que se opone a su marido de manera frontal y que critica cada aspecto de su persona, y ella prefiere no ser parte del juego.

Michelle y los pantalones de la casa

La que sí es una baza en campaña es Michelle Obama. Si Cindy McCain es homologable a Betty Ford, la esposa del senador por Arizona puede intentar buscar su réplica en Jacquie Kennedy, al menos en cuanto al estilismo. Valga como ejemplo la entrevista que recientemente concedió a Larry King (exclusiva periodística que es toda una demostración, por otra parte, de la fuerza de su mensaje dentro de la campaña de su marido, equivalente a la que tenía Hillary durante el mandato de Bill) en la que vistió con un top azul marino -un color que suele repetir-, un collar de perlas de tres vueltas y el pelo perfectamente peinado, un estudiado atuendo 'casual' digno de la que le robara el corazón -y la cartera- de Aristóteles Onassis a María Callas.

Michelle sabe lo que se juega en la campaña de su marido, al que no sólo acompaña sino que también representa en su ausencia. La abogada licenciada en Harvard que ingresaba dinero a la familia mientras el ahora senador trabajaba en los servicios sociales tiene una agenda para su posible paso por la Casa Blanca y se encarga de transmitir un mensaje de madre trabajadora (aunque reconoce tener suerte porque tiene a su madre, "que está cuidando de mis hijas ahora mismo", como aseguraba ante Larry King en la entrevista). Michelle quiere tener su propio mensaje en esta carrera y no quiere ni comparaciones con Bill Clinton. "Somos personas diferentes", responde tajante. Posiblemente el papel que ella desempeñaría se parece bastante al de Hillary entre 1993 y 2000. Paradojas de la vida.

Michelle complementa a Obama de cara a la población afroamericana. Él, hijo de un africano de Kenia y una mujer de Kansas, puede jactarse de usar ese término con más sentido que la mayoría, pero a la vez no había vivido en sus ancestros la historia de la emigración forzosa, la esclavitud y la segregación. Su esposa nació al sur de Chicago y logra "parecer una madre de a pie y una modelo 'glamourosa' a la vez que sabe imponer el respeto", como la definen en un artículo de Vanity Fair. Con cargos de responsabilidad en los centros médicos de la Universidad de Chicago, cuando su marido -casi un novato en la política nacional- se postuló como aspirante a presidente decidió reducir su carga laboral un 80% para dedicarse a ayudarle. Michelle, que se encuentra entre los 100 abogados más influyentes salidos de Harvard -al igual que su marido- había pertenecido al consejo de administración de una empresa suministradora de Wal-Mart y tuvo que dejar el puesto después de las críticas de su marido a esta cadena de grandes almacenes. La pareja tiene dos hijas pequeñas, la mayor de nueve años.

Las elecciones en Estados Unidos cambian al inquilino del 1600 de la Pennsylvania Avenue cada cuatro u ocho años, pero no sólo a él: también a la primera dama, esa persona que se encarga de sonreír, de mostrar la tan exigida imagen de familia tradicional modélica que a todo presidente se le demanda y de desplegar su saber hacer -o al menos algún esfuerzo- en algún tipo de labor benéfica, humanitaria o simplemente representativa. La primera dama, más que en Europa, representa al presidente en los temas en los que él no alcanza a estar, reafirma el lado humano de la persona que en el resto de las circunstancias ha de ser visto como un jefe superior Además, posa cada navidad junto al árbol de Navidad.