Cónclave de poderosos en casa del abogado de 'Los Albertos'

Las fiestas del abogado Ramón Hermosilla y su mujer Ana siempre han constituido un acto ineludible en el calendario lúdico festivo de la capital. El verano pasado, el ex de la viuda de Luis García Cereceda no recibió en su casa y todo el protagonismo se lo llevó el macro evento que ofrecieron José María Amusátegui y su mujer Amalia en su casoplón de La Moraleja. Pero, si alguien pensó que los encuentros privados entre los miembros más selectos de la jet set madrileña habían tocado a su fin, el abogado de los 'Albertos' ha vuelto a abrir las puertas de su casa para felicitar la Navidad a cerca de 30 amigos.

Carmen Lomana, fiel a sus amigos, rivalizó en pieles con Cari Lapique, el alma máter de cualquier sarao, que acudió a la cita en compañía de su marido, Carlos Goyanes. Lomana, en cambio, se desplazó hasta el epicentro festivo gracias a las habilidades de su queridísimo y sempiterno Wilson al volante, que lo mismo coge una rotonda por la izquierda que atiende las miles de llamadas que la socialité recibe por minuto. O por segundo.

Anoche, el sistema de medida se cambió por los metros cuadrados, no por la inmensidad de la casa del abogado Hermosilla, decorada hasta al extremo con Papás Noel y abetos bicromáticos, sino por la cantidad de empresarios y gentes de bien que se congregaron en pléyade. En esta ocasión, vestían de paisano- ellos con traje y ellas con estolas-, ya que la fiesta no fue temática como las que organizan en verano. Nadie se encontró con Marilyn Monroe en la cola del baño ni a Humphrey Bogart sirviéndose un mojito.

Alfonso Martínez de Irujo, duque de Aliaga; el decorador Pascua Ortega; Amusátegui, presidente del Banco Hispanoamericano; Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés, los Horcher y los Salazar Simpson departieron sobre lo humano y lo divino ante cada uno de los detalles que los Hermosilla preparan con atención. Con el frío intempestivo que arrasó en la capital, los invitados se recogieron a una hora decente para continuar ya hoy con sus quehaceres diarios.

De quien no hay testimonio gráfico, tal vez por el frío o por el ostracismo mediático que profesa, es de Marina Castaño. La viuda de Camilo José Cela solía cerrar la fiesta dedicando unas bonitas palabras a los periodistas allí apostados.