Elio Berhanyer: "María Zurita es como la hija que nunca tuve"
Siete y media de la tarde. Un grupo de chicas ataviadas con sus mejores galas corren por los pasillos del rectorado de la Universidad Politécnica de
Siete y media de la tarde. Un grupo de chicas ataviadas con sus mejores galas corren por los pasillos del rectorado de la Universidad Politécnica de Madrid. Zapatos de tacón, trajes falda e incluso algún tocado se atisba en el salón principal, haciéndolo parecer el lugar escogido para una boda. Pero dentro no hay un enlace. No hay cura. Y aunque los invitados esperan, ni tan siquiera hay novia, aunque de esas, el protagonista de la jornada haya vestido a muchas.
Elio Berhanyer descansa en un butacón flanqueado por el rector de la universidad y el creador Modesto Lomba, unos metros más allá, se sienta su gran amiga María Zurita. Hoy todo son loas y alabanzas. Él es el homenajeado, uno de los últimos modistos de los de antes, por no decir el último que nos queda, con permiso y compañía de Pertegaz. Berhanyer sonríe, asiente en silencio e intenta contener las lágrimas mientras recorren su biografía. “Los niños y los viejos lloramos mucho” cuenta a modo de disculpa cuando se emociona por los aplausos.
“¿Cuándo era joven era usted menos emotivo?” le preguntamos. “Prefiero no acordarme de aquella época”, responde con suavidad pero sin miramientos. “He tenido una infancia muy triste. Mataron a mi padre el 25 de agosto de 1936 y lo pasé muy mal, prefiero no acordarme, no fue una infancia feliz”. Lo dice con voz firme, sin elevar el tono y la dureza que oculta sus recuerdos asusta. No es una persona altiva, ni condescendiente. Cuando habla lo hace con la misma sinceridad que un chiquillo porque aún hoy, ochenta y dos años después de su nacimiento, sigue habiendo algo de niño en su voz.
Hoy le entregan un merecido homenaje. Uno de esos que, dice, le hacen más ilusión “que todas las medallas”. Se lo entrega la universidad, una institución que hace años le reconoció con una cátedra en Córdoba. Le nombraron maestro a él, que, autodidacta, aprendió a leer y a escribir con 14 años. “Yo enseño, pero también aprendo de ellos” dice eufórico pero envuelto en esa humildad que muchos pierden al envejecer y que en él sólo se ve acrecentada.
Levanta la vista, se acerca y dice con voz pausada y plenamente convencido: “El amor es un camino de ida y vuelta. Tú quieres para que te quieran. Yo enseño, pero también aprendo”. Quizá tenga razón, por su amor por María Zurita, hija de la infanta Margarita y sobrina del Rey Don Juan Carlos, es recíproco. “Tuve, dos hijos, varones, y María es como la hija que nunca tuve”, asegura. Y María, ni corta ni perezosa, profesa su adoración sin medida por este venerable anciano, que ha llegado a posar sus creaciones sobre las curvas de la imponente Ava Gardner e incluso convertirse en su confesor.
El cierre del atelier de Fortuny
Aquello eran otros tiempos, por eso nos habla de la crisis sin paños calientes. “En 1954 me casé con una señora que se llama moda. Hemos vivido sin separarnos y ahora parece que nos hemos distanciado un poquito, no sé si nos vamos a volver a arrejuntar. Está un poco rara la cosa. Mi mujer –la moda- y yo en este momento estamos un poco distanciados, pero espero que se arregle y volvamos a vivir juntos”.
No se esconde. Su taller, que vistió a las divas y a las princesas, el que tuvo que abandonar la alta costura para convertirlo en el rey del Pret à porter español y diseñó el uniforme de las azafatas de Iberia, ha cerrado sus puertas de la madrileña calle Fortuny. Pero nadie conseguirá pararle los pies. Él sigue creando, algo que según dice, “no se puede enseñar, nace de uno mismo”.
Quienes han pasado tiempo en ese atelier ahora clausurado, recuerdan a un Berhanyer siempre activo y con un cigarro en la boca. “No me gusta nada esta nueva ley, me indigna. Todas las prohibiciones me indignan”, dice categórico. “Tendría que estar prohibido prohibir”, añade. Pero de la misma forma que suelta esta sentencia, con simplicidad y convicción asegura que, aunque no es “muy religioso, las tres virtudes cardinales, que son fe, esperanza y caridad debería aplicárselas todo el mundo”.
“Hay que tener fe en uno mismo; hay que tener esperanza, aunque vayan mal las cosas, creer en que van a mejorar, y tener caridad, que no es la limosna, es que, si a tí te va bien, le eches una mano a los que les va mal”, explica.
“¿Qué le pide usted a la vida a estas alturas?”, le preguntamos “¿Yo?”-responde- “irme al castillo de irás y no volverás sin muchos dolores, es lo único que le pido”. Pero hasta entonces, seguirá, de una forma o de otra, creando. “Ya que sus hijos no han seguido sus pasos, ¿Le gustaría tener un heredero en esto de la moda?”. Sonríe de nuevo y menea la cabeza en señal de negación para acabar diciendo: “No. Son los reyes los que tienen sucesores, yo no quiero ningún príncipe de Asturias”.
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