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Portman busca su lado oscuro
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Portman busca su lado oscuro

Si la protagonista de Repulsión (Roman Polanski, 1965) hubiera llevado tutú, aquella cinta podría confundirse por momentos con Cisne Negro en su intento de reflejar, mediante

Si la protagonista de Repulsión (Roman Polanski, 1965) hubiera llevado tutú, aquella cinta podría confundirse por momentos con Cisne Negro en su intento de reflejar, mediante la paranoia y la alucinación, las dos caras de toda personalidad.

 

Darren Aronosfky ha preferido llevarse a su protagonista al Lincoln Center, para bailar con ella El lago de los cisnes. Recurre el director a la retórica de Tchaikovsky  para narrar su historia de opuestos: el cisne negro versus el blanco o, lo que es lo mismo, el ángel frente al reflejo demoniaco que le devuelve a ratos el espejo.

 

Puede parecer una metáfora un tanto simple. De hecho lo es. Como resultan arquetípicos también algunos personajes secundarios del film (la madre represora de la bailarina, la amiga liberadora) o desacertadas, por redundantes, algunas secuencias.

 

Pero lo cierto es que, a pesar de todo, la película funciona como un desgarrador thriller psicológico, más psicológico que thriller, en el que el espectador vive la agonía de una bailarina angelical reprimida hasta la médula por la disciplina de la danza (cisne blanco), que por necesidades interpretativas se ve obligada a buscar en su interior su vertiente más carnal, deseosa de aflorar (cisne negro).

 

La atmósfera opresora de Aronosfky logra el milagro. Su narración en focalización interna, siempre desde el punto de vista de la protagonista, que es el centro motor de todas y cada una de las secuencias (Portman merece Oscar y medio por este papel) traslada al espectador a un relato agobiante desde su mismo inicio.

 

A ratos aparece el Aronosfky más extravagante, el de films como La fuente de la vida o Réquiem por un sueño y la película cae en un cierto formalismo vacuo y demente que le invitan a uno a clavarse puñales en el estómago. Sin embargo, y gracias a un trabajo de dirección portentoso, el espectador acabará, en efecto, con ese puñal clavado, pero no por decisión propia.

Si la protagonista de Repulsión (Roman Polanski, 1965) hubiera llevado tutú, aquella cinta podría confundirse por momentos con Cisne Negro en su intento de reflejar, mediante la paranoia y la alucinación, las dos caras de toda personalidad.