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Borja, Blanca y Tita en ARCO: juntos pero no revueltos
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Borja, Blanca y Tita en ARCO: juntos pero no revueltos

 A estas alturas, la nula relación de la baronesa Thyssen con su hijo se ha contado por activa y por pasiva. De sus desavenencias familiares y

 A estas alturas, la nula relación de la baronesa Thyssen con su hijo se ha contado por activa y por pasiva. De sus desavenencias familiares y los motivos que han llevado a madre e hijo a caminar por distinto lado de las avenidas, bulevares y demás vías transitables, se sabe todo. Al menos todo lo que una y otra parte han querido contar. Por eso no sorprende que si madre, nuera e hijo coinciden en algún punto del continuo espacio-tiempo, algo chirríe y las cosas no sean del color de las mariposas.

Ayer se hizo esa brecha en el continuo espaciotemporal en pleno IFEMA. Borja y Blanca llegaban al mediodía a ARCO para ver que se cocía por la feria. Ahora que se están sumergiendo de cabeza en el mundo artístico –por el bien del patrimonio Thyssen- gustan del pop art y de descubrir nuevos horizontes culturales y pasean solamente por actos muy escogidos.

La pareja posaba ante los cuadros, tan enamorada y unida como siempre. Los niños bien, gracias. Veinte minutos después de su primer posado, era Tita Cervera la que seguía sus pasos hasta confluir en el pasillo paralelo. Toda una metáfora de la situación de su relación: cada uno está en un plano distinto de la realidad. Tita en su universo de obras de arte, las mellizas y Más Mañanas y Borja con lo de que el asunto tiene difícil solución

Por eso, el hijo evitó coincidir con la madre, que paseaba en tensión de cuadro en cuadro. Sonreía entre dientes, como diría Isabel Pantoja con su cachuli al lado. Quizá deseara abrazar al hijo, que de pródigo –por aquello de regresar al seno materno-, por el momento no tiene nada. Borja, cada día más centrado en su familia –la formada por su mujer y sus dos hijos, Sacha y el pequeño Eric- se cierra en sus posiciones. No quiere saber nada de la madre hasta que su mujer y niños entren en el lote y de ahí que evite la foto.

Por eso, y pese a la tensión de Tita, no hubo encuentro. Veinte minutos de diferencia y una estudiada ruta hicieron que no hubiera cruce de miradas ni repetición posible de aquella Semana Santa en que paseaban los tres juntos. A este paso la relación entre ellos tiene los tintes de durar más que la guerra de los Cien Años, que por cierto duró 116 o que en vez de ejemplarizar con La guerra de los Rose, sea haga con la de los Thyssen. Parece que ni el arte les ayude acercar posiciones. 

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 A estas alturas, la nula relación de la baronesa Thyssen con su hijo se ha contado por activa y por pasiva. De sus desavenencias familiares y los motivos que han llevado a madre e hijo a caminar por distinto lado de las avenidas, bulevares y demás vías transitables, se sabe todo. Al menos todo lo que una y otra parte han querido contar. Por eso no sorprende que si madre, nuera e hijo coinciden en algún punto del continuo espacio-tiempo, algo chirríe y las cosas no sean del color de las mariposas.