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El trompetista que amó a Amparo Muñoz
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El trompetista que amó a Amparo Muñoz

Tenía todas las papeletas para ser feliz y no lo fue. Amparo Muñoz fue una mujer débil que se dejó llevar por amores imposibles que le

Tenía todas las papeletas para ser feliz y no lo fue. Amparo Muñoz fue una mujer débil que se dejó llevar por amores imposibles que le hicieron conocer un mundo al que nunca debería haber entrado, porque fue su cruz. Así me lo reconocería, muchos años después, en una charla de café cuando sus ojos ya no tenían brillo, pero sí mantenían ese poso de dulzura que en ningún momento la abandonó.

Mientras fue joven y bella todo el mundo le bailaba el agua. Nunca pudo o quiso organizar su vida y se olvido de negociar con su destino, que ya apuntaba maneras. Lo que no le gustaba lo obviaba y así las veinticuatro horas del día, durante los doce meses del año, que para ella eran pura fiesta.

Los amigos que la querían y le decían que había cosas que no eran buenas ni para su salud ni para su mente, los aparataba a golpe de sonrisa. Algunos los recupero después de muchos años, cuando ya sabía que los abrazos no se pueden comprar y el afecto tampoco. Quizá eso sí lo tuvo más claro y no se dejó comprar.

Regalaba su tiempo a los periodistas que le caían bien y a los que no le ofertaba sus declaraciones a precio de caviar iraní. Recuerdo como hace años instalada en uno de los  bungalows del Marbella Club un kuwaití horroroso, al que le salían los petrodólares por las orejas, llenó su habitación de rosas y en cada cestillo colocó una joya.

Mientras esperaba para empezar la entrevista que teníamos concertada, Amparo, con tono de chufla, me dijo: “¿Y este que se habrá creído? ¿que me puede comprar con pedruscos?. Yo no estoy en venta”. A continuación llamó a recepción para que se llevaran las flores “porque me agobian y no puedo respirar”.

Al día siguiente me contó que el vanidoso jeque le había enviado más joyas que ella volvió a despreciar. Esa vez eran bandejas de bombones, acompañadas de las cajas rojas de Cartier. Por la noche Amparo, bella y joven se fue con un trompetista como si fuera Ligia Elena, la protagonista de la canción de Rubén Blades.

Cuando, años después, le recordé esta historia, me dijo nostálgica: “¡Ojalá hubiera tenido más trompetistas en mi vida!. Seguramente todo habría sido diferente”. Aunque después con su chunga de siempre aclaró: “Al menos yo lo tuve. Hay quien no tiene en su vida ni una cajita de música”.

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