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Un destino escrito para Belén Ordoñez
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Un destino escrito para Belén Ordoñez

Me la encontré hace un tiempo en Torrelodones donde estaba acogida y arropada en la casa de una amiga. Físicamente estaba como siempre, muy delgada y

Me la encontré hace un tiempo en Torrelodones donde estaba acogida y arropada en la casa de una amiga. Físicamente estaba como siempre, muy delgada y con una tos cavernosa porque era incapaz de dejar de fumar: “He probado de todo, hasta la hipnosis y no me ha funcionado y encima se me pone un carácter endemoniado. Con lo cual continúo con mis cajetillas diarias que es lo único que me queda porque ya por no hacer tampoco viajo. Me canso mucho y no tengo dinero", me decía, añadiendo con mucho sentido del humor: "Ni tengo ganas de estar con nadie en la cama y no lo echo en falta".

En realidad todo esto lo comentó con mucha ironía, ya con su enfisema pulmonar  y señalando convencida: "¡Con lo que hemos sido las Ordóñez!".

Después volví a verla en Sevilla y a partir de ahí la perdí la pista directa. Sabía de ella por sus apariciones en televisión cuando la pillaban saliendo o entrando del hospital o de la residencia donde vivía en Madrid.

Cuando murió Carmen su mundo se hundió. Poco a poco se fue recuperando con la ayuda de su hija y de sus sobrinos, Francisco y Cayetano, que a pesar de lo que a veces se dijo nunca la dejaron sola. De hecho, los toreros han pagado facturas cuando la tía no tenía liquidez y la  echaban una mano cada vez que los problemas económicos se presentaban en su vida, que en los últimos tiempos fue lo habitual.

Mientras que su deterioro físico era visible, sus declaraciones resultaban positivas y con el referente de Carmen siempre presente porque lo fue todo para ella. Era su alter ego, su gemela, su cómplice, su mitad y su protectora. Una relación más allá de la meramente filial porque toda su vida había dependido afectivamente de la primogénita Ordóñez que era la que marcaba la ruta durante muchos años. Después las cosas cambiaron y era ella la que estaba pendiente porque sabía de su vulnerabilidad.

Belén, igual que Carmen, lo tuvo todo para ser feliz y no lo fue o el destino no la dejó serlo. Era noble, divertida y cariñosa con los que quería. Implacable con el “enemigo” que eran todos aquellos que criticaron a su hermana. A sus 56 años la hija de Ordóñez ha vuelto a reencontrase con su media naranja.

Me la encontré hace un tiempo en Torrelodones donde estaba acogida y arropada en la casa de una amiga. Físicamente estaba como siempre, muy delgada y con una tos cavernosa porque era incapaz de dejar de fumar: “He probado de todo, hasta la hipnosis y no me ha funcionado y encima se me pone un carácter endemoniado. Con lo cual continúo con mis cajetillas diarias que es lo único que me queda porque ya por no hacer tampoco viajo. Me canso mucho y no tengo dinero", me decía, añadiendo con mucho sentido del humor: "Ni tengo ganas de estar con nadie en la cama y no lo echo en falta".