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Concha Velasco: "Estuve a punto de tomarme un bote entero de pastillas"
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Concha Velasco: "Estuve a punto de tomarme un bote entero de pastillas"

Ya no es la chica de la Cruz Roja, ni la novia de la primavera. Ni siquiera la chica ye-yé, Teresa de Jesús o la mujer

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Concha Velasco: "Estuve a punto de tomarme un bote entero de pastillas"

Ya no es la chica de la Cruz Roja, ni la novia de la primavera. Ni siquiera la chica ye-yé, Teresa de Jesús o la mujer de Paco Marsó. Pero todas esas mujeres, reales o ficticias, son el espejismo de Concha Velasco. En un juego de retroalimentación, ellas le han dado vida a ella y viceversa. Todas están presentes en Yo lo que quiero es bailar, el nuevo espectáculo que la veterana actriz de 72 años trae al madrileño teatro de La Latina bajo la dirección de Josep María Pou. Está presente hasta la desgracia, que hizo que se planteara quitarse la vida.

Cuando Vanitatis habla con ella, los medios se agolpan para entrevistarla. Ella atiende lo mismo a una televisión local que a una nacional; tiene (buenas) palabras para un medio pequeño o para uno grande, incluso a la hora de 'desnudarse' y confesar que la obra en la que repasa su carrera nace de una “catarsis” después de siete años que fueron lo más parecido al infierno. “Han sido siete años muy duros para mí. Solamente ha habido dos cosas buenas en estos años: el cariño de mi familia y haber conocido a Antonio Durán, que es mi representante desde hace justo ese tiempo”.

Recuerda con pavor cómo comenzó esa etapa terrorífica: con la pérdida de su casa en la Avenida de San Luis, de la que la pusieron “de patitas en la calle. Después me fui a vivir a un hotel de la M30 donde estuve seis meses fumándome las cajetillas de tabaco de cuatro en cuatro y bebiendo vino blanco y seco. Afortunadamente, llegó mi hijo Manuel con Antonio Durán, que se hizo cargo de mi carrera e hizo que yo me hiciese cargo de mi vida”, asegura sin perder esa mítica sonrisa.

Tiene claro que este es un repaso a su carrera y a su vida sin tomárselas demasiado en serio; un repaso que no deja atrás una sola herida, ni las personales ni las profesionales: desde su frustración por perder el Goya por ‘Más allá del jardín’ hasta el proceso de divorcio de Paco Marsó. Pero, al igual que las penas, también están presentes las alegrías. Y esas alegrías hacen que no se corte a la hora de cantar los temas de El día de los enamorados o Las chicas de la Cruz Roja, películas en las que brilló con varias décadas menos de las que carga ahora a sus espaldas. Su brillo no mermó con los años sino que se multiplicó y, de Teresa de Jesús a Filomena Maturano, convirtió a cada personaje en un símbolo que iba más allá de lo que estaba escrito sobre el papel.

Con alegrías y con penas, tiene claro que, como le recordó Tony LeBlanc, hay gente peor que ella. “Yo estaba metida en la cama y estaba a punto de tomarme una botella de whisky entera con todas las pastillas que tenía a mano. Esa noche fui a ver Buenafuente…y me reí tanto que me dije a mí misma: ‘Ya lo pensaré mañana'. Buenafuente me salvó la vida”, asegura, recordando esa etapa en la que como mujer se sintió hundida al mismo tiempo que se hundía económicamente. Y aunque cree que las penas no se cuentan en público y se arrepiente de haberlas compartido en la televisión, es una luchadora nata que se toma este espectáculo como una forma de reírse de ellas.

No tiene reparos en recordar ni siquiera a Paco Marsó, el hombre que la dejó tan tocada que ahora “no me da la gana que un señor me diga que tengo celulitis o me vaya a poner los cuernos. Yo ya no estoy para eso”.  Pero no solo de amores ha vivido Concha Velasco. En su vida ha habido señores como el mismísimo George Cukor, que la conoció gracias a Luis Escobar y se quedó prendado de ella. “Cukor le dijo a Luis Escobar que yo era una tía estupenda. Pero yo me tenía que levantar cada día a las cuatro de la mañana para hacer un montón de cosas y no pude hacer ninguna película con él”.

Igual que estuvo a punto de ser una de las mujeres Cukor, Concha Velasco ha trabajado con Pedro Olea o ha hecho series de televisión o programas ‘kitsch’ de una primitiva Telecinco. Y ahí es donde llega su inteligente símil: “A Michael Caine le preguntaban por qué había rodado ‘Tiburón 4’ y decía que no se acordaba de la película pero sí de la casa que le compró a su madre gracias a esa película”.

Su familia le ha pedido que aminore el ritmo de trabajo y, varias afonías y tratamientos con cortisona después, ha decidido parar un poco. Y en ese freno para cuidarse tiene presentes a las personas que han sido importantes en su vida y todo aquello que le enseñaron: “La mujer que más me ha exigido, mi madre, me decía que llorar en público es de mala educación”, afirma cuando recuerda, una vez más, que esta obra no es una lista de quejas. Es un paso más para una estrella que aún tiene “sueños por cumplir, porque lo sueños se cumplen. Lo que no se cumplen son las pesadillas”.

Y esta dramatización, esta tragicomedia que es Yo lo que quiero es bailar, demuestra una vez más que su vida ha sido un sueño cumplido a pesar de transitar por no pocas pesadillas. Aunque lo que está claro es que si uno se llama Concha Velasco no tiene nada que demostrar. 

Ya no es la chica de la Cruz Roja, ni la novia de la primavera. Ni siquiera la chica ye-yé, Teresa de Jesús o la mujer de Paco Marsó. Pero todas esas mujeres, reales o ficticias, son el espejismo de Concha Velasco. En un juego de retroalimentación, ellas le han dado vida a ella y viceversa. Todas están presentes en Yo lo que quiero es bailar, el nuevo espectáculo que la veterana actriz de 72 años trae al madrileño teatro de La Latina bajo la dirección de Josep María Pou. Está presente hasta la desgracia, que hizo que se planteara quitarse la vida.

Concha Velasco