La duquesa de Alba, contenta con la decisión de judicial sobre la custodia de su nieta: “Se ha hecho justicia”

No hay duda de que el viaje a Tailandia le ha sentado estupendamente a la duquesa de Alba. Allí se marchó junto a su marido, Alfonso Díez, y ha vuelto llena de energía y feliz, no sólo por haber hecho realidad su viaje de luna de miel, un año después de casarse, sino por las buenas noticias que ha recibido a su llegada. Su nieta Cayetana seguirá viviendo con su madre, Eugenia Martínez de Irujo, en Madrid, mientras que Francisco Rivera tendrá que amoldarse a la realidad cotidiana de su hija, ya que su intención era llevársela a Sevilla.

La Duquesa, que salió a comer este miércoles con un par de amigas, entre ellas la hermana de Nati Abascal, por Sevilla -donde ha vuelto tras pasar unos días en Madrid- aprovechó la presencia de periodistas y fotógrafos en la puerta del restaurante para expresar la felicidad que sentía: “Estoy muy contenta. Creo que se ha hecho justicia”. Sus palabras ponen la puntilla a lo que creía una “traición” -así la definía su entorno más cercano- de Francisco, al que no ha vuelto a dirigir la palabra.

Pero esta no es la única alegría para doña Cayetana. Sus líos familiares prácticamente se han solucionado. Está dejando todo bien atado y ya comenzó hace unas semanas a repartir sus 47 títulos entre sus hijos. El heredero del legado, el duque de Huéscar, será el gran beneficiado, mientras que Jacobo es el peor parado después de una tensa relación madre-hijo.

Este obstáculo era el único que la duquesa de Alba tenía en su camino, sin embargo, y como adelantó Vanitatis, ella y su hijo han limado esas asperezas que tiempo atrás les distanció al no estar Jacobo de acuerdo con la distribución de la herencia, el patrimonio y, sobre todo, por las declaraciones que hizo Cayetena sobre Inka Martín, la mujer del conde de Siruela, a la que llamó “mentirosa, mala y envidiosa”. El tiempo parece que ha puesto las cosas en su lugar e Inka, a pesar de las reticencias de su suegra, ha obtenido también un perdón que ni ella misma se esperaba.