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Raphael, 70 años de un icono pop
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Raphael, 70 años de un icono pop

Existe un Raphael del que nadie habla. El que se llama Rafael Martos Sánchez; ese que, a principios de la década de 2000, se debatió entre la vida y la muerte en

Existe un Raphael del que nadie habla. El que se llama Rafael Martos Sánchez; ese que, a principios de la década de 2000, se debatió entre la vida y la muerte en un hospital, a la espera de un nuevo hígado que le devolviese la existencia. “Algunos esperan, como cuervos hambrientos, a que me muera”, dicen que llegó a decir cuando veía a la prensa apostada a las puertas del hospital en el que lo trataban. Aquel Raphael que fue trasplantado no hizo olvidar la existencia del otro Raphael, el niño que nació en la localidad de Linares, Jaén, un 5 de mayo de 1943, hace ahora 70 años. El uno y el otro nacieron para quedarse, para convertirse en uno de los iconos pop de la música española.

Aquel ‘Ruiseñor de Linares’ llegó, cual pequeño Mozart, a Salzburgo, Austria, ganando allí un concurso musical. Ni siquiera podía intuir que su voz clara y un estilo personalísimo le conducirían a ser uno de los cuatro artistas (Michael Jackson es uno de ellos) que han recibido un disco de uranio por la enormidad de sus ventas. Fue siendo ya un jovencito recién llegado a Madrid, de aquellos que llegaban con maleta de cartón e ilusiones de verdad, cuando Phillips lo rebautizó como Raphael. Después llegaron Benidorm, un breve contrato con Barclay Record Label y el de la discográfica Hispavox, que fue la encargada de potenciar sus fuertes: su voz grave y poderosa y su gestualidad dramática, fruto de innumerables parodias de todo tipo.

‘Yo soy aquel’, ‘Hablemos del amor’ (con las que llegó a acudir a Eurovisión) y la unión con dos genios de la música pop española: el arreglista Waldo de los Ríos y el compositor Manuel Alejandro. Que grandes de la industria musical como Tomás Muñoz, presidente de CBS en España, lo considerasen un "prodigio", no era casualidad. Giras mundiales por toda Europa y Latinoamérica, a cuyos espectadores cantó no solo su legendaria ‘Llorona’, sino ‘Digan lo que digan’, ‘Mi gran noche’ o ‘Cuando tú no estás’, auténticos himnos de la música española y del drama desaforado.

Era natural que la prensa rosa se fijase en una figura de su calibre. Si muchas de sus letras ya potenciaban el drama a lo grande y un modo operístico difícil de digerir para ciertos paladares exquisitos, también suponían un revulsivo grandilocuente que, sin embargo, se quiso ver como apegado al régimen. A contracorriente fueron muchas de sus dramáticas canciones y también su boda con Natalia Figueroa, periodista nacida en el seno de una familia de aristócratas. No todo el mundo vio bien que un cantante se casase con una niña bien. Muchos no daban un duro por su unión y, sin embargo, desde aquel 14 de julio de 1972 en el que contrajeron matrimonio en Venecia, nadie los separó: ni la música, ni sus problemas con el alcohol ni los rumores que circularon durante años acerca de su condición sexual.

Fueron precisamente esos rumores los que lo llevaron a la portada de la revista 'Zero' en 2008. “Cada uno es lo que tenga que ser, y bien hecho está. No hay por qué avergonzarse de nada. Pero vamos, yo no estoy en ese caso”, dijo. Sus hijos Jacobo, Alejandra y Manuel han sido los 'premios gordos' de ese matrimonio con Natalia Figueroa que dura ya más de cuarenta años y tiene aún previsión de futuro.

En los 80 sufrió baches, no solo por un problema hepático que le afectó desde mediados de esa década, sino por un enorme cambio social que cortó cabezas musicales a diestro y siniestro. Muchos lo habían considerado un niño mimado del régimen, algo que él siempre detestó escuchar, y los nuevos tiempos no eran favorables a su música. Aquellos que escuchaban canciones como ‘Mi novio es un zombie’ de Alaska, o el ‘No controles’ de Olé, olé, no podían ver más alejado el ‘Yo soy aquel’. Pero él mostró su capacidad para reinventarse, para superar las barreras generacionales. En 1991, ‘Escándalo’ se convirtió en un himno gay, en una canción hecha a su medida. Raphael no era ya el artista de los padres, sino también de los hijos e incluso de los nietos.

Y ahí resistió, de especial a especial de Navidad, dispuesto a aceptar las comparaciones con Julio Iglesias, las críticas sobre sus supuestas sobreactuaciones en el escenario y el peso de ser uno de los iconos pop de un país llamado España. Aquellos cuervos hambrientos que esperaban una muerte tendrán que alimentarse de otras. A sus 70 años, Raphael tiene cuerda, y voz, para rato.

Existe un Raphael del que nadie habla. El que se llama Rafael Martos Sánchez; ese que, a principios de la década de 2000, se debatió entre la vida y la muerte en un hospital, a la espera de un nuevo hígado que le devolviese la existencia. “Algunos esperan, como cuervos hambrientos, a que me muera”, dicen que llegó a decir cuando veía a la prensa apostada a las puertas del hospital en el que lo trataban. Aquel Raphael que fue trasplantado no hizo olvidar la existencia del otro Raphael, el niño que nació en la localidad de Linares, Jaén, un 5 de mayo de 1943, hace ahora 70 años. El uno y el otro nacieron para quedarse, para convertirse en uno de los iconos pop de la música española.