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José María Íñigo, un 'eurofan' sin complejos
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José María Íñigo, un 'eurofan' sin complejos

A José María Íñigo no le gusta verse a sí mismo. Ni con pelo, ni sin pelo. Ni con bigote, ni sin bigote; ni siendo un

A José María Íñigo no le gusta verse a sí mismo. Ni con pelo, ni sin pelo. Ni con bigote, ni sin bigote; ni siendo un mito televisivo ni un vecino más de Madrid. El que es una de las figuras señeras de la televisión en España ni se contempla ni guarda ningún vídeo de recuerdo de ningún programa de los que hace. Y los que ha hecho son históricos de la pequeña pantalla como Directísimo o ‘Estudio abierto’. “Ya has visto que ni siquiera he mirado las fotos que me habéis hecho”, nos dice. Y esa negación, ese ‘dejar atrás’ va en consonancia con su visión del pasado: “Hay gente que vive anclada en él y al final lo único que hacen es sufrir. Sea bueno o malo, el pasado es pasado y se acabó. No me gusta que hablen de ‘mi época’. Mi época era aquella y es esta. Estoy vivo, trabajando y haciendo cosas. Esta es mi época”. El pasado, sin embargo, vuelve ahora a su vida. En apenas unos días publica el libro La tele que fuimos y en unas horas (en el momento de realizar esta entrevista) se va de viaje a Malmo, Suecia, para ser la voz que retransmita el Festival de Eurovisión a todos los españoles a través de esa Televisión Española que conoce como la palma de su mano.

“Han pasado ya casi cincuenta años desde la España aquella a la que se refieren cuando hablan de Eurovisión. Están hablando de una España que ya no existe. La Eurovisión de los últimos años es un excelente certamen con excelentes canciones y, desde luego, el espectáculo audiovisual es único en el mundo”, asegura. Nada de pasado. Nada de imágenes añejas sobre aquel certamen que dio esperanzas de aperturismo a todo un país que vibró con el ‘La, la, la’ cantado por Massiel. El presente es lo que importa, aunque sea negro. También es de ese color para Íñigo, hombre serio donde los haya y aún más cuando habla de una profesión, la periodística, que le ha apasionado desde que empezó a escribir a los quince años:Para Internet se necesita menos gente y por eso, la profesión está disminuyendo. Es una carrera preciosa y muy bonita pero de las menos recomendables”.

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Es tajante cuando se le pide que dé un consejo a El sueño de Morfeo antes de acudir a ese certamen que, año tras año, saca a relucir el marchito orgullo nacional: “No confío nunca en nada ni en nadie porque no hay una regla fija para tener éxito en Eurovisión. Lo que hay que hacer en el festival es dar una buena interpretación y a partir de ahí es una lotería. Lo mismo puedes quedar el primero que el último. No hay una fórmula para ganar. En el fútbol metes más goles y ya está. Aquí una canción buena no tiene la garantía de quedar bien”. ¿Se acordará del fallecido José Luis Uribarri, voz habitual de Eurovisión, en el primer certamen después de su muerte? “No veo por qué tengo que acordarme especialmente de él este año. Él hacía su labor muy bien y yo hago la mía muy bien también. Para qué nos vamos a engañar””.

La tele que fuimos analiza la tele que fomentó la ‘marca España’, la de la censura y la de la Transición, la de la España viva y la España muerta, la de la pública y la de las privadas. Y a José María Íñigo, al que no cuesta sacarle respuestas cuando las preguntas son las adecuadas, no le gusta demasiado la actual, por más que quiera desprenderse de una nostalgia paralizadora. “En la televisión cada vez se hacen programas que cuestan menos dinero. Cinco o seis personas hablando y hablando durante horas. Eso no es televisión, es una radio que se ve, pero bueno, es comercial y barata. Si la gente lo ve, estupendo, pero iremos a peor”. Tampoco se muestra excesivamente optimista sobre los temas que se pueden tocar o no en un determinado medio. Él, que vivió la época de los rombos, de expresiones como ‘no radiable’, lo sabe bien. Había rombos, sí, pero también periodistas como él o Hermida.

¿Qué pasa con la televisión actual? ¿Faltan más Hermidas? ¿más Un, dos, tres? ¿se deberían intercambiar los Sálvames de turno por las ‘Crónicas de un pueblo’? No parece que esa sea la vía, ya que Íñigo, a la par que ensalza algunos de aquellos programas, se pronuncia positivamente sobre la ficción que se hace hoy: “Creo que se hace muy buena ficción en España. Águila Roja por ejemplo está muy bien hecha, es una película cada capítulo”. Nada de nostalgias, por tanto.

Leyenda viva de la televisión

Sin embargo, hablar con José María Íñigo es, se quiera o no, un retorno al pasado y a una forma de hacer periodismo que viene de lejos. Como buen clásico en estas lides, sabe cómo se hace una entrevista, conoce al dedillo los secretos de la profesión y le sale el prurito periodístico cuando se ve forzado a recordar aquello que hizo muy bien: “Estoy orgulloso de haber traído, en Directísimo, a gente como Rita Hayworth, Charlton Heston, Johnny Weissmuller o Billy Wilder por primera vez a España. Cuánto más grande es alguien más amable. Los que son todo lo contrario son los que no son nada”.

Y si con Heston, Hayworth o Welles también convivían los rombos y la amargura de una España que se quiso pintar de colores siendo gris, ahora que ese color se acabó, la censura, según José María Íñigo, ha adquirido formas mucho más perversas: “Todo estaba entonces bajo el paraguas de la censura. Yo he nacido con el franquismo y me acostumbré a vivir así. Luego llegó la libertad, que es una enorme ventaja, aunque siempre hay un cierto tipo de censura: la que te dan las propias empresas en las que trabajas sin decirte nada. Uno sabe dónde trabaja y dónde no tiene que dar una patada”.

Desde fuera, no parece que él se corte a la hora de dar patadas. José María Íñigo siempre ha sido José María Íñigo, ya sea entrevistando a Giuletta Massina o a un concursante de Supervivientes. Y, a juzgar por su humor negro, su capacidad de criticar y a la vez deglutar la actualidad y su enorme presencia en las redes sociales (su cuenta de Twitter es una de las más populares de cualquier periodista español), no parece que muchos se atrevan a taparle la boca.

Dentro de unos días, se despejará la duda eurovisiva. Lo que si está claro es que, pese a la publicación de La tele que fuimos, a José María Íñigo le preocupa la tele que es. Se vea a sí mismo o no se vea. A juzgar por la creciente nostalgia que invade a los medios como antídoto a la crisis y a egos que se cultivan sin apenas semilla, más de uno debería aprender de este veterano que hizo del bigote un sello de identidad y de la dura franqueza una forma de vida profesional.

A José María Íñigo no le gusta verse a sí mismo. Ni con pelo, ni sin pelo. Ni con bigote, ni sin bigote; ni siendo un mito televisivo ni un vecino más de Madrid. El que es una de las figuras señeras de la televisión en España ni se contempla ni guarda ningún vídeo de recuerdo de ningún programa de los que hace. Y los que ha hecho son históricos de la pequeña pantalla como Directísimo o ‘Estudio abierto’. “Ya has visto que ni siquiera he mirado las fotos que me habéis hecho”, nos dice. Y esa negación, ese ‘dejar atrás’ va en consonancia con su visión del pasado: “Hay gente que vive anclada en él y al final lo único que hacen es sufrir. Sea bueno o malo, el pasado es pasado y se acabó. No me gusta que hablen de ‘mi época’. Mi época era aquella y es esta. Estoy vivo, trabajando y haciendo cosas. Esta es mi época”. El pasado, sin embargo, vuelve ahora a su vida. En apenas unos días publica el libro La tele que fuimos y en unas horas (en el momento de realizar esta entrevista) se va de viaje a Malmo, Suecia, para ser la voz que retransmita el Festival de Eurovisión a todos los españoles a través de esa Televisión Española que conoce como la palma de su mano.