El duque de Alba, Alfonso Díez, busca inquilino para su pisito de soltero de Madrid

El duque de Alba quiere sacar rendimiento a su patrimonio inmobiliario. Alfonso Díez ha viajado esta semana a la capital de España para empezar los trámites con los que poner en alquiler su piso de Madrid. Hasta ahora no lo había hecho porque le gusta disfrutar de cierta independencia y esta casa era su refugio particular. De hecho, cuando tenía que viajar hasta Madrid él sólo se instalaba en él.

Quería a toda costa mantener su independencia y por eso no se había planteado vender su vivienda de toda la vida; tampoco alquilarla

El piso se encuentra en una buena zona del barrio de Chamberí ­–cuenta con vecinos ilustres del mundo de la política y la magistratura­–. La casa la compró en 1984, tiene algo menos de 100 metros cuadrados pero que están muy bien repartidos, como se encargó de mostrar el duque en su primera y última entrevista en solitario. Goza de una decoración nada minimalista, en la que se pudieron ver buenas piezas adquiridas en los circuitos de antigüedades que frecuentan sus hermanos, que poseen una almoneda abierta en el mismo barrio. La venta no la contempla porque precisamente este domicilio fue el aval para el crédito que solicitó cuando adquirió “la casita de pueblo”, como él mismo define a la propiedad que posee en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).

El alquiler de la vivienda podría rondar los 2.000 euros mensuales, que cubrirían los gastos del IBI, de comunidad, las posibles derramas y los deterioros no provocados por los inquilinos. De esta manera, el duque no sólo ingresará un dinero que cubre esos gastos, sino que le serviría para contar con una renta mensualmente, ya que desde que pidió la excedencia no tiene ingresos conocidos. Díez dejó su trabajo de funcionario en el Ministerio de Trabajo porque su matrimonio con la duquesa era incompatible con su dedicación laboral.

Esta fue una de las cosas que tuvo que asumir cuando se casó con la duquesa de Alba. Otra fue la de tener que oír cómo le tachaban de aprovechado o cómo los propios hijos de la duquesa le negaban el pan y la sal, como ocurrió con Cayetano cuando declaraba: “Mi madre no se casará nunca con Alfonso”. Pues se casó, cambió de ciudad y se instaló en el palacio sevillano asumiendo su título de duque de Alba, porque así se lo pidió su mujer. Nunca ha ejercido como tal. Ni siquiera tiene tarjetas de visita con el escudo de la casa.

Quería a toda costa mantener su independencia y por eso no se había planteado vender su vivienda de toda la vida; tampoco alquilarla. Su matrimonio aún no era lo estable que es ahora y tampoco quería compartir el palacio familiar de Madrid con los tres hijos de su mujer que viven en Liria. El tiempo colocó las piezas afectivas en su sitio. Y ahora, no sólo se llevan muy bien sino que han comprendido que si Alfonso no estuviera en la vida de su madre serían ellos los que tendrían que ocuparse de la jefa de los Alba.

Todo esto ha sido definitivo para que el duque cambie de parecer y deje de tener ese rincón de soltero. No obstante, al duque no le vale un inquilino cualquiera, busca uno de confianza.