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El retrato más humano de Ruiz-Mateos, dibujado por su amante
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estuvieron juntos 12 años

El retrato más humano de Ruiz-Mateos, dibujado por su amante

Fan de la clase obrera, bromista, de profundas convicciones religiosas, mujeriego, confiado y con un agujero en la palma de la mano. Así era en la intimidad el contradictorio empresario

Foto: José María Ruiz-Mateos (Fotomontaje de 'Vanitatis')
José María Ruiz-Mateos (Fotomontaje de 'Vanitatis')

Marta se puso a trabajar a las órdenes de José María Ruiz-Mateos con 19 años. Se presentó en Madrid tras concertar una cita con él por teléfono. Una tarjeta de visita que guardó tras un fortuito encuentro en la calle fue la llave a una nueva vida. “¿Cómo era José María? Inteligente, bueno, noble… Era cautivador, tenía una personalidad arrolladora y eso lo sabe todo el mundo. No fue mi primer hombre, pero para mí era más que Dios. Yo tendría 21 o 22 años y él alrededor de 60. Cuando comenzamos nos llevaríamos unos 40 años. Pero físicamente estaba fenomenal. Era un personaje y se mantenía en forma. Además, tenía esa mirada tan dulce, esos ojos azules profundos, esa sonrisa de oreja a oreja, tanta mundología… No habrá otro. Con él se rompió el molde”.

A Dios rogando…

A Marta le cuesta hablar del que fue su gran amor sin saltar de un recuerdo a otro, pues ese hombre lo llenaba todo. Hoy, también su memoria. “Conmigo era cariñoso, efusivo. Cuando dormía abrazada a él me sentía una reina. Protegida, cuidada y querida. También admirada y adorada. Entronizada, como me decía él. Te idolatro, te entronizo, te quiero. ¿Si tenía remordimientos por sus convicciones religiosas? En absoluto. Esto lo hacen todos, Marta, no te equivoques, me decía. Para él no tenía que ver creer en Dios y en la Virgen con querer a otra mujer que no fuese su esposa. No soy una cándida: sabía lo que le gustaban las faldas e incluso había oído que le encantaba tener ‘abejitas alrededor’. Pero yo era su niña preferida. Estaba por encima de cualquier otra. Le comían los celos cuando salía de fiesta. Naturalmente, yo no era tonta y no le explicaba a él si ocurría algo. En eso, éramos iguales”.

El primer papel de Marta González en la vida del magnate fue de asistente personal (años después volvería a su vida como delegada comercial). En esa época, primeros años 90, era poderoso, estaba en plena forma y dirigía el clan con mano férrea. Nadie osó oponerse a la constante presencia de la bella joven. “Si necesitaba que le comprase una camiseta interior, porque la llevaba agujereada, iba yo. O el cinturón de piel, despellejado. ¡Cómo vas así!, le reprochaba. Era muy presumido, pero estaba trabajando a todas horas, celebrando reuniones y se dejaba aconsejar. Le encantaba que lo peinase y yo lo fastidiaba poniéndole el peinado de Pepe Oneto, al que odiaba profundamente. Guardé un mechón suyo como una reliquia durante años”.

Chocolates valor y valores de antaño

¿Qué valores preconizaba Ruiz-Mateos? El primero, caridad cristiana: “Siempre se volcó con los necesitados. Me llegó a decir que había comprado una tonelada de medicamentos para un país africano. Lo creí porque no dejaba de ser testigo de cosas así. He visto señoras acercársele y preguntarles él: ¿Tú de quién eres devota? Pues toma, este sobre de dinero para la Virgen y este otro para ti. Y te hablo de dar 600 o mil euros. Todo el mundo venía llorándole, en aeropuertos, por la calle, etc. Y personas desconocidas, que venían expresamente a pedirle. A su lado, invariablemente un hijo murmuraba: Verás, este viene a pedir. Papá se va a gastar la fortuna. Claro, les quedaba menos para ellos".

“Y es que José María valoraba igual a un rico que a un pobre. Pese a su inmensa fortuna, no era clasista: le encantaba pararse a hablar con obreros o barrenderos por la calle. Ay, si no fuera por ustedes. Era pura nobleza. Quien hacía ostentación de casas, coches y yates eran sus hijos. ¿Has visto que flota de coches tienen estos?, me señalaba”. El sentido del humor estaba muy arriba en la pirámide emocional del empresario. “Siempre decía que la gente que sabe reírse es inteligente. Procuraba contarle chistes, para que se divirtiese conmigo como yo con él, pero acababa partiéndome de risa antes de terminar. Era malísima, aunque se reía mucho conmigo”.

'La vie en rose'

En su segunda etapa, cuando tras una ruptura de un par de años volvió al clan de la abeja como delegada comercial en Valencia, José María y Marta formaron un eficaz equipo de trabajo. “Una vez íbamos en coche a una reunión, él de copiloto. Se descalzó porque le dolían los pies. Llegamos, alguien abre la puerta y él que no baja: Shiquilla, que no encuentro el sapato. Tuvo que salir a la pata coja mientras yo buscaba el zapato bajo los asientos (risas). En otra ocasión estábamos en un aeropuerto y vino a saludarlo un empresario muy efusivamente. Él estaba masticando chicle y murmuró Osú, shiquilla, que ahí viene Fulano. Se sacó el chicle con disimulo, se lo pegó en la palma de la mano y saludó al señor con la mano izquierda. Como se moría de risa acabó enseñándole la mano: Na, la niña que me ha dado este shicle y… Pues así, cada día. La vida con él era un carrusel de colores”.

Las gestiones de Marta como comercial proporcionaban suculentos beneficios a las empresas de Nueva Rumasa. Por eso, el magnate sacaba los dientes por ella a la mínima ocasión. Literalmente: “Si me criticaba alguien en una reunión, era el primero en defenderme. Un arma que tenía era enseñar los dientes. Literalmente. Imponía, con esa dentadura tan blanca…”. Se alejaron sentimentalmente cuando él pretendió explotar no solo la inteligencia de Marta en los negocios, sino también su belleza de un modo turbio. “Dejé de idolatrarlo. Ese otro lado no me gustó y me desencanté de él. Poco a poco aquello terminó, me salió un novio y me casé con él. Pero siempre quedó química en el aire. En una ocasión, en 2010, acabamos una reunión de trabajo en Somosaguas, nos levantamos para salir y de repente me coge por la cintura y dice a sus hijos: “Decidle a vuestra madre que la dejo porque me voy con mi amante”. Fíjate si era atrevido e imagínate con qué cara de asco me miraron los hijos. Ya no teníamos nada y me esforcé en explicarles que estaba de broma”.

Epílogo

El empresario gaditano no era amigo de hacerse fotos si podían comprometerlo. Por eso Marta apenas atesora recuerdos físicos de su relación con Ruiz-Mateos. Muchos de ellos los destruyó cuando cayó Nueva Rumasa y no se sintió protegida por él. Aun así, remarca que la memoria del empresario quedará manchada a causa de sus hijos, quienes dirigían realmente el imperio. “Finalmente me quedé sin paro, sin indemnización y con un año de sueldo y comisiones a deber. Se rodeó de gente inadecuada porque era muy confiado. Por eso ha muerto como un estafador y es una pena que no haya podido cumplir con todo el mundo como era su deseo. Si hubiese sido por él… Pero le llegó su hora. Si de él dependiese, no hubiese permitido dejar a tantas familias en la estacada”.

Marta guardará por siempre un recuerdo cariñoso de su mentor y el hombre que más la ha hecho reír en la vida. “Mi madre falleció hace unos meses, un día 7, como José María. Tenían mucho contacto entre sí, no solo porque ella era mi madre, sino porque colaboraba conmigo. Si yo estaba en una reunión, ella atendía al teléfono, ya que mi despacho era mi casa. Era magnífica y hacíamos muy buen equipo. Si conmigo tenía un detalle, le regalaba lo mismo a mi madre. Cuando Nueva Rumasa entró en concurso de acreedores, una secretaria me dijo que José María pidió que Valencia fuese intocable. Que fuese lo último en caer. Para protegernos. Siempre me protegerá, será un ángel más, como mi madre”.

13+ 1, la hija ilegítima

No podemos ignorar la opinión de Marta respecto a la cuestión de Adela Montesdeoca, la supuesta hija biológica del empresario. Cree que es posible que su relato sea cierto (“la dentadura de José María era perfecta. Y me llamó la atención que los dientes parecen los mismos”), pero no le gustan los modos. Ni los de ahora ni los de antes. “Me hizo gracia cómo Patricia Montesdeoca contó su encuentro. Eso de que no sabía quién era… No me lo creo, pues si los presentó un empresario, ¿cómo no iba a decirle quién era nada menos que José María Ruiz-Mateos? Claro que lo supo y fue a engancharlo. ¿Casualmente se quedó embarazada tan pronto? Yo sí puedo decir que quiso tener un hijo conmigo y también que no fui egoísta. No quise complicarle la vida. Si esa chica es su hija de verdad, tiene todo el derecho a ser reconocida. Pero yo puedo decir orgullosa que a mí me lo pidió. Muchas veces”.

Marta se puso a trabajar a las órdenes de José María Ruiz-Mateos con 19 años. Se presentó en Madrid tras concertar una cita con él por teléfono. Una tarjeta de visita que guardó tras un fortuito encuentro en la calle fue la llave a una nueva vida. “¿Cómo era José María? Inteligente, bueno, noble… Era cautivador, tenía una personalidad arrolladora y eso lo sabe todo el mundo. No fue mi primer hombre, pero para mí era más que Dios. Yo tendría 21 o 22 años y él alrededor de 60. Cuando comenzamos nos llevaríamos unos 40 años. Pero físicamente estaba fenomenal. Era un personaje y se mantenía en forma. Además, tenía esa mirada tan dulce, esos ojos azules profundos, esa sonrisa de oreja a oreja, tanta mundología… No habrá otro. Con él se rompió el molde”.

José María Ruiz-Mateos
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