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Los descendientes de la doncella que luchan por la herencia de uno de los grandes empresarios vascos
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SE BARAJA ENTRE 4 Y 7 MILLONES DE EUROS

Los descendientes de la doncella que luchan por la herencia de uno de los grandes empresarios vascos

Alberto Cortabarria está reescribiendo la historia de su familia. En casa le habían contado que su abuelo era hijo no reconocido del célebre empresario que creó la Semana Grande de San Sebastián y ha logrado demostrarlo

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La historia que les vamos a narrar la descubrió Alberto Cortabarria cuando se puso a trastear entre legajos y papeles del que se suponía que era su bisabuelo, el célebre empresario taurino vasco José Arana Elorza, considerado el padre de la Semana Grande de San Sebastián. Había crecido escuchando quién era aquel señor en casa y decidió ver cuánto había de cierto. Sin querer, Arana se lo puso fácil. Dice Cortabarria que su bisabuelo era un hombre minucioso que apuntaba cada detalle de lo que gastaba o gestionaba. “Fíjate el extremo: anotaba hasta las cinco pesetas que daba a alguien cuando salía de la Iglesia”, explica. Así empezó a cuadrar la historia real con la leyenda macerada entre las paredes de su casa y los documentos que fue leyendo. En los próximos se escribirá un nuevo capítulo de esta historia.

placeholder Casa en la que nació José Arana
Casa en la que nació José Arana

Póngase en situación. Nos encontramos en 1898. Francisca Petra Cortabarria no es más que una adolescente de 17 años que trabajaba de doncella en casa de Arana cuando se quedó embarazada del señor de la casa. Él, con 59, decide que ella regrese a Irún con su madre y allí eduque a su hijo (al que puso de nombre José, igual que su padre) con el dinero que la procura. Nunca dejó de pasarle dinero para su manutención. Así consta en sus libros que leyó años después su bisnieto. “Hay apuntes de las cantidades que él giraba a Irún y apuntes del sueldo de la doncella que contrata tras la marcha de mi bisabuela. También constan los telefonemas [contactos telefónicos de la época]. Todo coincide en el tiempo”, explica Cortabarria.

Arana era un hombre religioso, comprometido con su pueblo y un gran instinto empresarial. Labró su fortuna en Madrid con el dinero que una lotería de Navidad caprichosa quiso regalarle. Primero montó ultramarinos en la capital, al que le siguió otro en San Sebastián, un despacho para la venta de entradas de espectáculos como corridas de toros. Se hizo cargo del Teatro Real de Madrid cuatro temporadas cuando la quiebra asomaba a su puerta. Construyó frontones en su tierra y en Madrid. Ahí queda para la posteridad el emblemático y histórico Frontón Beti-Jai en la calle Marqués de Riscal por 500.000 pesetas (el ayuntamiento lo compró en abril de 2015 para rehabilitarlo por 7 millones de euros). En 1875, se convirtió en el empresario que financió la reconstrucción de la plaza de toros de San Sebastián tras un incendio y puso en marcha otras empresas que se dedicaban a la inversión en terrenos e inmuebles.

Herencia improvisada en su lecho de muerte

Pero su mayor reconocimiento llegó tras crear la Semana Grande de San Sebastián y otros espectáculos musicales que le encumbraron como el gran promotor turístico de la época. Sin embargo, nunca se casó. Según su biznieto, Francisca esperaba que, en algún momento, reconociera a su hijo pero, quizás, “la presión social, la vergüenza y dicen que la influencia de los curas le quitaron la idea de la cabeza o se lo impidieron. Eran, desde luego, otros tiempos”, explica Cortabarria. Quién sabe si los genes actuaron por su cuenta cuando años más tarde aquel niño se convirtió en periodista y crítico taurino siguiendo la estela de su padre. Francisca no logró ese reconocimiento. Pero los acontecimientos se precipitaron.

En 1908 al empresario le sorprendió la muerte en 24 horas. Cuentan que no tenía el testamento hecho y mientras le hacían una traquetomía, con la cánula puesta, tuvo que 'improvisar'su herencia. Con urgencia, llamaron al notario y allí, rodeado de gente y con el sereno y un republicano como testigos, dispuso que la villa Eskoriatza fuera su heredera. También dispuso algunos legados con cantidades de dinero para algunas cosas que quería que se hicieran como una residencia de ancianos, obras para abastecer de agua el municipio o la construcción de unas escuelas. Al ayuntamiento le encomendó también que su casa natal con sus documentos, libros y archivos fueran conservados. A la madre de su único hijo le dejó una cantidad de dinero que ella empleó en su educación. Pero no reconoció a su hijo. A Francuisca ni siquiera ladejaron entrar a la habitación para despedirse de él.

El secreto estaba en los libros

La historia pasó de generación en generación como pasan las historias populares: de boca en boca. “Era otra época. Mi bisabuela era una mujer sola y humilde que no sabía ni podía tomar la decisión de exigir lo que era de su hijo”, explica. El detonante se produjo cuando al morir una tía de Alberto encontraron en su casa unos documentos en los que se acreditaba parte de esa historia. Después, se fue al Ayuntamiento de Eskoriatza y pidió los libros de testamentaría (públicos, al haber transcurrido los 100 años requeridos) en los que quedaron registrado los legados que recibió su bisabuela. Le contó lo que había descubierto a su padre y juntos tomaron la decisión de reclamar la filiación en su nombre.

Cuenta Fernando Osuna, el abogado experto en herencias al que se encomendaron, que no fue difícil lograrlo. En cuatro meses un juez de Getxo valoró las pruebas que le presentaron (como fotografías de padre e hijo que mostraban el innegable parecido entre ambos) y sin ni siquiera el ADN o pedir la exhumación, lograron poner el apellido Arana en la familia.

Lo demás no será tan fácil. Los trámites para la reclamación de la herencia serán más complicados. Para poder interponer la demanda necesitan que el ayuntamiento les remita una copia de los documentos que obran en su poder. Les faltan datos o fechas que precisar, ya que los documentos que ellos tienen están deteriorados por el paso del tiempo. Lo han solicitado en varias ocasiones por burofax y en reuniones con el patronato de la Fundación José Arana (que no ha querido participar en este reportaje) y el alcalde, pero el consistorio no está por la labor. En los próximos días está prevista una vista en la que un juez deberá decidir si obliga o no al consistorio a entregarles dichos papeles. “En el ayuntamiento no contestan. No responden. Piensan que así nos olvidaremos, pero yo llegaré hasta el final. Ha sido el heredero legítimo hasta ahora y ha disfrutado de muchas ventajas. Ahora, deben asumir su responsabilidad”.

Barajan cifras de entre cuatro y siete millones de euros

Mientras, Alberto sigue curioseando entre papeles y fascinado por los recovecos de la historia que descubre. Piensa llegar hasta el final. También anda investigando qué fue de la herencia de su abuelo de la que les corresponde un tercio de la misma. La parte de las acciones sabe que está perdida. Algunos bancos ya les han dicho que no saben qué fue de ellas y no pueden seguir su rastro. “Hemos descubierto una cosa muy importante. Arana tenía una empresa con unos socios, José Arana y Compañía, que compró entre otros unos terrenos situados en el ensanche oriental de San Sebastián, un lugar privilegiado, cuyo valor catastral es 80 millones de euros, aunque su valor de mercado puede ascender a 120”, explica.

En cuanto a la herencia que percibió el ayuntamiento se ha dado cuenta con tristeza cómo algunos de los deseos de su bisabuelo no se han realizado. En la casa de su abuelo que quería que conservara ahora es la sede de una ong. Las escuelas (que llevaban su nombre) se vendieron aunque, dice Cortabarria, que la Ley no permite dicha venta. Y lo peor escuchar las palabras de alguna funcionaria que le ha espetado: “Tu ya tienes lo tuyo. ¿Para qué quieres más quieres? ¿Vas a robar a los pobres?”. Aún no saben de cuánto dinero hablamos, pero barajan cifras que oscilan entre los 4 y 7 millones de euros.

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La historia que les vamos a narrar la descubrió Alberto Cortabarria cuando se puso a trastear entre legajos y papeles del que se suponía que era su bisabuelo, el célebre empresario taurino vasco José Arana Elorza, considerado el padre de la Semana Grande de San Sebastián. Había crecido escuchando quién era aquel señor en casa y decidió ver cuánto había de cierto. Sin querer, Arana se lo puso fácil. Dice Cortabarria que su bisabuelo era un hombre minucioso que apuntaba cada detalle de lo que gastaba o gestionaba. “Fíjate el extremo: anotaba hasta las cinco pesetas que daba a alguien cuando salía de la Iglesia”, explica. Así empezó a cuadrar la historia real con la leyenda macerada entre las paredes de su casa y los documentos que fue leyendo. En los próximos se escribirá un nuevo capítulo de esta historia.

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