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Así fue la infancia de Wyoming: del drama de su madre a su pérdida de la virginidad
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publica el libro '¡de rodillas, monzón!'

Así fue la infancia de Wyoming: del drama de su madre a su pérdida de la virginidad

Vanitatis ofrece los diez fragmentos más significativos de estos recuerdos de infancia del periodista de La Sexta, una de las ya clásicas voces críticas de nuestro país

Foto: El Gran Wyoming en su infancia y juventud (Fotomontaje de 'Vanitatis')
El Gran Wyoming en su infancia y juventud (Fotomontaje de 'Vanitatis')

Wyoming también tiene corazón. Esa es una de las cosas que pueden deducir todos aquellos que se acerquen a '¡De rodillas, Monzón!', una atípica y documentada crónica de su infancia y adolescencia en la que no falta la ironía, el retrato de la España franquista en su vertiente más costumbrista y el corazón de un niño que vivió la enfermedad mental de su madre, soñaba con la libertad de las canciones de Los Bravos y era adoctrinado por la Iglesia con un precoz escepticismo.

Vanitatisofrece los diez fragmentos más significativos de estos recuerdos de infancia del periodista de La Sexta, una de las clásicas voces críticas de nuestra televisión.

“En otra ocasión, para conseguir mi propósito tomé carrerilla y me lancé de cabeza contra la pared. Sonó un golpe seco, como cuando cae una manzana al suelo. Retumbó el tabique y caí al suelo grogui, con gran susto de mis padres, que pensaron que se habían quedado sin niño. El hecho de que me encuentre describiendo aquel episodio indica que no fue así. Por suerte, todo lo cabezón que era en sentido metafórico, lo era también en el anatómico, y no quedó demasiado claro cuál de los elementos que impactaron, cabeza y tabique, se llevó la peor parte”

Sobre el viaje que lo llevó a pasar una temporada con su abuelo:

“Yo no podía hacer pis delante de aquel tumulto. Me daba vergüenza. El autobús se encontraba en medio de una plaza abarrotada de gente. Necesitaba algo de intimidad, pero no me atrevía a alejarme porque temía perderme en medio de aquel alboroto. No pude aguantarme más y, esta vez contra mi voluntad, me meé encima. Mi desconsuelo tocó techo. Me encontraba en un lugar desconocido, rodeado de gente extraña, sin saber qué hacer y dónde me llevaban, y meado. El pis había perdido la temperatura corporal y, empapado, me moría de frío, pero solo deseaba que con la oscuridad de la noche no se notara aquella mancha inmensa que cubría, casi en su totalidad, mi pantalón corto”

Sobre su encuentro con un cerdo en el corral:

“El gorrino, que se violibre, empezó a correr por el corral cual criatura del Averno, sin una trayectoria definida, como ebrio, arramplando con todo lo que se cruzaba en su camino. A mis gritos se sumaron los de mi abuela y el estrépito de gallinas que saltaban y revoloteaban por doquier buscando refugio ante la embestida de aquel ser diabólico que sembraba caos y destrucción a su paso”.

Su visión de los santos durante la infancia:

“Es tradición española que cada pueblo tenga un santo diferente. Una aparición exclusiva. No sé por qué razón no puede ser el mismo patrón para toda una región. Incluso a la Virgen le ponen apellido para hacerla propia. De los Remedios, del Carmen, del Pilar… En todos los pueblos de España se ha aparecido el santo corresponidiente y se le suele presentar, demostrando un talante discreto y bucólico, a un pastor, o a un niño. Nunca lo hace en la plaza del pueblo ni en grandes concentraciones”

Sobre el médico que comprobó que no tenía fimosis:

“Finalmente, rebasado por la vergüenza, accedí a sus deseos y me quité la ropa solo para comprobar que se confirmaba el peor de los casos: ¡me echó mano al pito! En un microsegundo volví a lanzar una mirada triangular hacia mi madre, hacia el señor y hacia su mano. Allí nadie decía nada, se comportaban como si todo fuera normal (…) De pronto todo pegó un giro inesperado. El médico se dio la vuelta y dijo: -Está bien, no hay que operar. (…) Me puse de pie junto a mi madre lanzándole una mirada que significaba “Vámonos de aquí ¡Ya!”. No fuera a ser que el médico le hubiera cogido el gusto a aquello y se le ocurrieran nuevas ideas"

Sobre la enfermedad mental de su madre:

“La primera imagen que recuerdo de ella es entrando en casa con unos tebeos en la mano. Nos dio uno a cada uno. Venía del “sanatorio”, que era como llamamos siempre en mi casa al hospital donde estaba ingresada. No es fácil que un niño de cuatro o cinco años entienda por qué su madre viene de visita y por la tarde se vuelve a marchar. Te decían que estaba mala, pero tú la veías bien. No se prodigaban en explicaciones, por otro lado imposibles, porque tampoco los adultos entendían ni entienden el proceso de la depresión (…) La medicación fue aumentando y empezaron con tratamiento de 'electroshock'. Nunca se recuperó. Sufrió un deterioro progresivo que la incapacitó del todo”

El Gran Wyoming, de cerca

Sobre su padre:

“Cuando fuimos creciendo el conflicto generacional empeoró. La sociedad iba evolucionando hacia la libertad y mi padre se estancó en esa secta involutiva que los quería puros para sus fines. Se nutrían de buenas personas, que lo eran, gente de buena fe. A mi padre lo hicieron más facha de lo que ya era. Cuando me sentaba, rara vez, con aquellos señores que venían de visita y escuchaba sus charlas, me quedaba alucinado; eran personajes de otro siglo (…) Con toda la espiritualidad del mundo, los del Opus de la España de Franco estaban a la derecha del propio dictador. Los que ahora ejercen destacan por lo mismo”.

Sobre su marcha a Irlanda siendo un adolescente:

“En 1968 mis padres me habían mandado a Irlanda a aprender inglés. Yo tenía catorce años. En los 'dancing', que es como llamaban allí a pequeñas discotecas donde admitían por la tarde a menores, los sábados ponían música de los Kinks, los Troggs, los Rolling y otros muchos”

Sobre el viaje a Holanda en el que descubrió la sexualidad:

“El padre de mi amigo, que se llamaba Paco, se acercó antes de partir el tren y nos dijo: “Usad siempre condón”. Yo me quedé muy cortado porque parecía que nos había leído el pensamiento. El propósito principal de aquel viaje era perder la virginidad. Del mismo modo que partieron las carabelas a descubrir un nuevo mundo, nosotros iniciábamos aquella aventura con el fin de adentrarnos en el mundo del sexo. Aunque fuera un poquito. Teníamos más hambre que el pavo de una rifa”.

Sobre su pérdida de la virginidad:

“No conseguí que el pene alcanzara una consistencia suficiente y, como estaba cantado, en cuanto conseguí entrar, después de mucha maniobra, me corrí como un tonto. La chica se quedó esperando, porque, claro, yo había disimulado el orgasmo, y cuando se percató de que ya había terminado exclamó algo parecido a 'shit', pero en holandés. Y salió pitando de la cama, supongo que a lavarse. Abochornado, permanecía callado cuando regresó. Me dio las buenas noches, se giró dándome la espalda y se durmió. Yo lo agradecí, no estaba para muchas explicaciones”

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Wyoming también tiene corazón. Esa es una de las cosas que pueden deducir todos aquellos que se acerquen a '¡De rodillas, Monzón!', una atípica y documentada crónica de su infancia y adolescencia en la que no falta la ironía, el retrato de la España franquista en su vertiente más costumbrista y el corazón de un niño que vivió la enfermedad mental de su madre, soñaba con la libertad de las canciones de Los Bravos y era adoctrinado por la Iglesia con un precoz escepticismo.

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