Armas, oro, caviar y hasta guillotinas: las fiestas marbellís del desaparecido Khashoggi
Lo que le gustaba lo compraba, ya fueran cochinillos, joyas, chicas, aviones o kalashnikov. Este es el retrato de un excéntrico magnate que decoraba los veranos de la Marbella dorada
Durante años, los veranos de Marbella estaban marcados por las excentricidades y ostentación de Adnan Khashoggi (que falleció el pasado 6 de junio a los 82 años) y su familia. Su llegada la anunciaba con antelación Jaime de Mora, que más que amigo era una especie de maestro de ceremonias y entretenedor del magnate. Cobraba por sus servicios, que muchas veces consistían en ejercer de amo de llaves para que tanto La Baraka (la inmensa finca con helipuerto en Ronda) como el yate Nabila (el de las letras de oro) estuviera siempre en perfecto estado de revista. El hermano de Fabiola de Bélgica era un pícaro pasado por internados suizos. Sabía rentabilizar su relación con Khashoggi, que solía acudir como invitado de lujo a su cumpleaños el 18 de julio. Con esa fiesta el magnate inauguraba el verano. Khashoggi suplía su falta de atractivo a golpe de dólares. Era bajito, regordete y blando, y al que nunca se le habría acercado ninguna profesional de lujo de las que rondaban la discoteca del Marbella Club que dirigía Nacho Angulo o las 'niñas' del local propiedad de Regine en Puente Romano.
Un verano, pagó el equivalente a 18.000 euros por unas fotografías de tamaño natural retocadas donde aparecía alto y espigado en vez de su estado natural. Esas fotos enmarcadas iban cambiando de lugar en La Baraka, la mansión rodeada de 5.000 hectáreas donde se organizaban las fiestas más estrambóticas sin reparar en gastos. Algunas superaban en aquellos años los presupuestos anuales del ayuntamiento de Marbella o de Ronda, donde estaba enclavada la finca. El caviar se compraba en latas de cinco kilos y se servía desde el desayuno a la noche. Y si sobraba se lo llevaba Jaime de Mora a su casa y convocaba a sus amigos, a los que pedía que llevaran la bebida. Para la familia y las amistades más íntimas, Khashoggi consumía caviar beluga Alma, que se distingue por su color blanquecino y el cliente lo recibe en una lata de oro de 24 quilates.
El champán francés era la bebida doméstica aunque al traficante de armas lo que le gustaba era la sangría que hacían en Marisa, un chiringuito de la playa muy cerca de Las Cañas, la casa de la duquesa de Alba. Cayetana y Adnan compartían su gusto por esa sangría y nunca llegaron a conocerse por imperativo de Cayetana, que decía que no compartía espacio con traficantes de armas y mafiosos italianos. En los años 80 y 90 veraneaban en Marbella miembros del conocido clan siciliano Santapaola, que frecuentaban poco las fiestas de la llamada jet marbellí. Preferían no mezclarse y pasar desapercibidos.
Khashoggi, en cambio, era todo lo contrario. Lo que le gustaba lo compraba, ya fueran cochinillos, joyas, chicas, aviones o kalashnikov. En el verano del 85 contrató a cuatro cocineros del hotel Don Carlos a los que pagó, además del servicio, 27.000 pesetas (170 euros) de propina. El trabajo consistía en asar diez corderos lechales en La Baraka para un almuerzo con amigos árabes. No había que servirlos ni organizar el menú, solo condimentarlos.
Botoneras de diamantes
En otra ocasión utilizó como hilo conductor la corte francesa del Luis XVI y los bailes de María Antonieta. La finca se convirtió en un pequeño Trianon y hasta se dispuso en una zona del jardín una guillotina para que los invitados escenificaran la historia de la Revolución francesa. En estas reuniones, Lamia, la última mujer del magnate, una mujer bellísima, se engalanaba con todos los aderezos que cuello, orejas y brazos podían soportar para no sufrir contracturas. Collares y pendientes de brillantes y piedras preciosas, cadenas de oro macizo, brazaletes de platino y cuentan que hasta los botones de los trajes de fiesta eran chatones de brillantes. La hija Nabila, fruto de su anterior matrimonio, tampoco se quedaba atrás.
En una de las primeras fiestas flamencas que acudió convocada por "uncle Jimmy" (Jaime de Mora) se colocó una mantilla de encaje antiguo de color blanco por la que pagó el equivalente a 12.000 euros, que sujetaba con un prendedor de brillantes comprado esa misma mañana en la joyería Gómez y Molina. La llegada del clan impactó de tal manera que aún algunos de los asistentes lo recuerdan. “A su lado hasta Gunilla von Bismarck se diluía”.
Y si las reuniones en La Baraka o en los lugares de moda de Marbella eran espectaculares, no lo eran menos en el Nabila. Un barco de 85 metros de eslora que debía atracar fuera de Puerto Banús dado su tamaño. En aquellos años fue considerado el más grande del mundo. Tenía helipuerto, motos náuticas a demanda como si fuera una empresa de alquiler, quirófano, sala de juego, de cine, salones y salones, varios comedores, un espacio de sesenta metros cuadrados solo para el Scalextric del hijo y armarios donde se apilaban bandejas y platos de todos los tamaños dorados o bañados en oro.
Hoy toca pistachos
En una ocasión, por intermediación de Jaime de Mora, el grupo de periodistas que cubría el verano para los diferentes medios nacionales y locales subieron al Nabila. Hubo recorrido turístico por el barco y cuando finalizó la ruta todos pensaban que el magnate invitaría a un aperitivo cinco estrellas con ostras, caviar y delicatessen varias. La sorpresa fue mayúscula cuando apareció el servicio con platos de pistachos, almendras y jarras de agua. Eso sí, copas finas de cristal y platitos bañados en oro. En aquel momento hubo quien estuvo a punto de tirar al traficante de armas los frutos secos a la cara.
Los que lo conocieron decían que tenía su atractivo. Jaime de Mora aseguraba que lo mejor que tenía era la mirada y las pestañas, y se quedaba tan fresco. Se ha ido todo un personaje de la Marbella de antaño. Eso sin duda.
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Durante años, los veranos de Marbella estaban marcados por las excentricidades y ostentación de Adnan Khashoggi (que falleció el pasado 6 de junio a los 82 años) y su familia. Su llegada la anunciaba con antelación Jaime de Mora, que más que amigo era una especie de maestro de ceremonias y entretenedor del magnate. Cobraba por sus servicios, que muchas veces consistían en ejercer de amo de llaves para que tanto La Baraka (la inmensa finca con helipuerto en Ronda) como el yate Nabila (el de las letras de oro) estuviera siempre en perfecto estado de revista. El hermano de Fabiola de Bélgica era un pícaro pasado por internados suizos. Sabía rentabilizar su relación con Khashoggi, que solía acudir como invitado de lujo a su cumpleaños el 18 de julio. Con esa fiesta el magnate inauguraba el verano. Khashoggi suplía su falta de atractivo a golpe de dólares. Era bajito, regordete y blando, y al que nunca se le habría acercado ninguna profesional de lujo de las que rondaban la discoteca del Marbella Club que dirigía Nacho Angulo o las 'niñas' del local propiedad de Regine en Puente Romano.
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