Cómo saber en una primera cita si se trata de una buena persona, según la psicología

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Conocer una persona desde el primer encuentro puede resultar más sencillo de lo que parece si se observan ciertas actitudes clave. Aunque las primeras impresiones juegan un papel relevante, algunos gestos o actitudes bastan para identificar si estamos frente a una persona con buen corazón o si nos conviene mantener distancia emocional.

Por ejemplo, la manera en la que una persona actúa en una conversación, cómo se comporta o cómo trata al resto de personas de su alrededor, dice mucho sobre ella y nos ayudará a establecer un vínculo positivo o a vivir una mala experiencia junto a esa persona.

Uno de los rasgos en los que los psicólogos recomiendan basarse es en si esa persona mantiene una escucha activa o no, es decir, las personas empáticas no solo oyen sino que prestan atención de forma consciente a lo que otros dicen. Si alguien interrumpe constantemente o dirige la conversación hacia sí mismo, puede estar revelando una personalidad egocéntrica o poco respetuosa.

Otro de los rasgos más puros de una buena persona es su actitud ante quienes no tienen poder sobre su vida. Es decir, la forma en que trata a camareros, personal de limpieza o personas anónimas dice mucho sobre su amabilidad y su empatía.

También debemos fijarnos en si esa persona presta atención a los detalles de los demás, recuerda conversaciones pasadas o pregunta por el estado de ánimo del otro, todo esto son señales de conexión emocional, ya que las personas que solo hablan de sí mismas suelen ser superficiales.

También es fácil identificar a una persona madura si esta demuestra consideración por los límites del otro. Evitar preguntas incómodas o no invadir el espacio personal habla de educación y empatía. Y es que, quien es capaz de ponerse en el lugar del otro, comprender el dolor ajeno y actuar con responsabilidad afectiva, demuestra que esa persona tiene un carácter íntegro.

Prestar atención a estos pequeños detalles en el primer contacto puede ayudarte a construir relaciones más sanas donde la responsabilidad afectiva esté presente. Y es que, por mucho que nos esforcemos en ocultarla, la verdadera personalidad siempre termina aflorando.