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El gesto imposible de evitar que nos delata cuando nos sentimos rechazados, según la psicología
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El gesto imposible de evitar que nos delata cuando nos sentimos rechazados, según la psicología

Sentir rechazo puede provocar la misma sensación que el dolor físico por eso activamos unos mecanismos de protección cuando lo notamos

Foto: El gesto imposible de evitar que nos delata cuando nos sentimos rechazados. (Pexels)
El gesto imposible de evitar que nos delata cuando nos sentimos rechazados. (Pexels)

A todos nos ha pasado alguna vez: una mirada que se aparta, un mensaje sin respuesta o una invitación que nunca llega. El rechazo, por pequeño que parezca, deja huella en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo. Y, aunque intentemos disimularlo, la psicología revela que hay un gesto casi imposible de controlar que nos delata cuando nos sentimos rechazados: evitar la mirada directa.

Cuando percibimos rechazo —ya sea en una relación, en el trabajo o entre amigos—, el cerebro activa las mismas áreas que responden al dolor físico. Así lo explican especialistas en neuropsicología: el rechazo emocional no solo “duele” metafóricamente, sino que genera una reacción real en el sistema nervioso. Como respuesta automática, bajamos la mirada, giramos el cuerpo ligeramente o incluso cruzamos los brazos, intentando protegernos del malestar que nos provoca sentirnos no aceptados.

placeholder Solemos cruzar los brazos para protegernos. (Pexels)
Solemos cruzar los brazos para protegernos. (Pexels)

Este gesto, según los expertos, cumple una función de autoprotección. Al evitar el contacto visual o replegar el cuerpo, tratamos de reducir la exposición al “peligro emocional” que supone ser rechazados. En cierto modo, es una manera inconsciente de proteger la autoestima. Sin embargo, también puede hacer que los demás perciban distancia o frialdad, reforzando aún más la sensación de desconexión. La psicología describe esta reacción como parte de lo que se conoce como la “herida de rechazo”, una de las más profundas y difíciles de sanar. Quienes la experimentan suelen desarrollar una hipersensibilidad ante cualquier señal de desaprobación y pueden llegar a interpretar gestos neutros como muestras de desinterés o desprecio.

Pero no todo está perdido: reconocer este patrón es el primer paso para gestionarlo. Los especialistas recomiendan trabajar la autoaceptación y aprender a interpretar las interacciones con más objetividad. Prácticas como la meditación, la terapia emocional o escribir sobre lo que sentimos ayudan a reconectar con la propia valía y a fortalecer la seguridad personal. El rechazo forma parte de la vida, pero entender cómo reacciona nuestro cuerpo nos permite actuar con más conciencia. Así, la próxima vez que notemos ese impulso de bajar la mirada o escondernos tras una sonrisa forzada, debemos recordar que no estamos solos: es nuestra mente intentando protegernos. Lo importante está en levantar de nuevo la mirada y seguir adelante, sabiendo que el valor de uno no depende de la aprobación ajena.

A todos nos ha pasado alguna vez: una mirada que se aparta, un mensaje sin respuesta o una invitación que nunca llega. El rechazo, por pequeño que parezca, deja huella en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo. Y, aunque intentemos disimularlo, la psicología revela que hay un gesto casi imposible de controlar que nos delata cuando nos sentimos rechazados: evitar la mirada directa.

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