Hay etapas en las que despertamos y nada nos motiva, en las que los proyectos que antes nos ilusionaban se sienten vacíos y pueden hacernos pensar que algo 'se rompió' dentro. Lejos de ser simplemente desánimo pasajero, este estado tiene raíces profundas en nuestro mundo emocional y cognitivo. Al mirar con detenimiento lo que la psicología nos aporta, podemos comprender mejor qué puede estar ocurriendo y cómo reaccionar ante ello.
Cuando afirmamos que nada nos ilusiona, no estamos hablando únicamente de cansancio momentáneo. En la jerga psicológica, esa vivencia puede vincularse con la anhedonia, que es la incapacidad para experimentar placer o satisfacción con actividades que antes resultaban gratificantes. Este síntoma suele aparecer en trastornos del ánimo, como la depresión, aunque también puede estar presente en estados de agotamiento emocional prolongado. Además, se observa que ese vacío interior suele ir acompañado de otros fenómenos: falta de motivación, apatía, retraimiento social, dificultad para concentrarse o para expresar emociones. Quienes atraviesan este estado a menudo sienten que cada día carece de sentido y que les cuesta proyectarse hacia el futuro.
Podemos llegar a sentir una gran apatía. (iStock)
Aunque cada caso es único, la psicología identifica varios factores que pueden desencadenar esa sensación de que nada importa. Entre ellos el estrés crónico y la sobrecarga emocional; el desequilibrio en la gestión emocional, los sentimientos negativos no procesados pueden extenderse y borrar el color a lo que antes era luminoso; la pérdida de propósito o dirección, debido a que cuando nos vemos rumbo o significado a lo que hacemos, el entusiasmo pierde terreno. La rutina, las decepciones acumuladas y la falta de metas claras son cómplices silenciosos; la baja autoestima o dependencia emocional. Es decir, sentirse poco valioso o depender emocionalmente de otros puede apagar las ganas de brillar por sí mismo; presencia de trastornos psicológicos como la depresión o la ansiedad o factores físicos o de salud como la fatiga constante, el desequilibrio hormonal o la falta de sueño.
Aunque este estado puede sentirse inmenso, los especialistas coinciden en que es posible dar pasos para volver a encender esa chispa perdida. Por ejemplo, iniciar una rutina sencilla, dividir tareas en acciones pequeñas y celebrar cada logro. Así como rescatar actividades que antes nos emocionaban para reconectar con nosotros mismos; reflexionar sobre lo que verdaderamente importa; cuidar el cuerpo y la mente a través de una alimentación sana, una actividad física suave o un sueño reparador, así como buscar apoyo y compartir lo que sentimos. Sentir que nada nos ilusiona puede parecer un callejón sin salida, pero es, muchas veces, una señal de que nuestro mundo interior nos está pidiendo atención. Reconocerlo, escucharnos y dar pequeños pasos hacia el cuidado emocional es un acto de valentía. La ilusión puede no volver en un día, pero sí puede reconstruirse, paso a paso, desde lo más auténtico de nosotros.
Hay etapas en las que despertamos y nada nos motiva, en las que los proyectos que antes nos ilusionaban se sienten vacíos y pueden hacernos pensar que algo 'se rompió' dentro. Lejos de ser simplemente desánimo pasajero, este estado tiene raíces profundas en nuestro mundo emocional y cognitivo. Al mirar con detenimiento lo que la psicología nos aporta, podemos comprender mejor qué puede estar ocurriendo y cómo reaccionar ante ello.