Milena González, psicoterapeuta: "Algo que podemos aprender de nuestros niños y niñas es que para ellos la felicidad está por encima del orgullo"

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Hay enseñanzas que no se encuentran en los libros de psicología, sino en la forma en que los más pequeños viven y se relacionan con el mundo. La psicoterapeuta Milena González ha reflexionado sobre una de las cualidades más admirables de los niños: su capacidad para priorizar la felicidad por encima del orgullo.

“Si dos niños se pelean, después se van a jugar como si nada hubiera pasado”, señala González. Lo que para un adulto puede parecer una falta de rencor o una actitud ingenua, para la especialista es en realidad una lección sobre inteligencia emocional. Los niños no suelen quedarse anclados en el conflicto porque, para ellos, disfrutar y sentirse bien es más importante que tener razón o guardar resentimiento.

La psicoterapeuta insiste en que este planteamiento no significa aceptar comportamientos dañinos o evitar las conversaciones difíciles. Al contrario, subraya la importancia de hablar las cosas cuando sea necesario y de establecer límites sanos. La diferencia está en saber elegir en qué batallas invertir la energía emocional, especialmente cuando se trata de preservar la estabilidad mental y el bienestar propio.

“Muchas veces nos enfocamos tanto en lo que nos hizo el otro o en lo que pasó que caemos en un bucle del que cuesta salir”, explica. Ese bucle, según González, no solo alimenta el malestar, sino que nos desconecta de lo que realmente importa. Por eso, explica que hacer una pausa y preguntarse si vale la pena seguir alimentando el orgullo, es mejor que priorizar la felicidad.

Hablar, si es necesario, tomar decisiones con calma y, sobre todo, recordar que cuidar la salud mental implica aprender a soltar. En su opinión, cuando elegimos quedarnos en el resentimiento, nos alejamos del bienestar que decimos querer alcanzar. Por el contrario, cuando somos capaces de gestionar el conflicto sin perder la serenidad, estamos dando un paso importante hacia la madurez emocional.

González considera que observar a los niños puede ayudarnos a reconectar con esa parte genuina y espontánea que a menudo se pierde con los años. Los pequeños sienten, expresan y se reconcilian con una naturalidad que los adultos, cargados de ego, hemos olvidado.