uenta que era un niño cuando empezó a soñar con ser torero. Que al igual que a sus amigos primero a jugó al fútbol, que en su casa le decían que hiciera cualquier cosa antes que torear. “Decidí que el toreo iba a ser mi apuesta de futuro cuando empecé a entrenar con el maestro Manolo Sánchez y me di cuenta de las dificultades de la profesión, de su dureza, de las horas de entrenamiento, de los muchos sacrificios. Creo que cuando se está decidido a algo de verdad es porque sientes que lo llevas dentro y que confías en tus posibilidades. ¿Hasta dónde llegaré? No lo sé, el tiempo lo dirá”, confiesa.
Antonio Catalán, 21 años, nieto de taxista, educado hasta decir basta, afable y con las ideas claras a pesar de su bisoñez, hace frente de manera llana, sin ofuscación y con una exquisita sonrisa, a esa reiterativa coletilla que los periodistas del sector se empeñan en subrayar.
¿A quién le dijo primero que se dedicaría al mundo del toro?
A mi madre, a mi madre. A ella fue la primera a quien se lo dije. Al principio se lo tomó casi a broma, para ella era como un hobby más de los muchos que tuve de niño. Pero el tiempo poco a poco fue demostrando que mi elección no era un capricho.
La condición impuesta por tus padres fue que tenías que seguir formándote. ¿Cómo la aceptaste?
Sabía que no quedaba otra. O seguía estudiando o no podía entrenar. Me lo tomé, como se dice, con deportividad, y aunque en el colegio tampoco era el mejor estudiante, muchas veces por vago, me lo propuse y lo llevé adelante sin ningún problema. Y eso se lo agradeceré siempre a mis padres, porque el haber estudiado, el haber aprendido idiomas, me ha dado una buena formación. Porque es verdad que el saber no ocupa lugar.