El mundo antitecnológico de Millán Salcedo

Desde que se subió al piano verde, el actor Millán Salcedo, ex ‘Martes y trece’, está que no cabe en sí de gozo. La obra de teatro que se mantuvo toda la temporada en el teatro Infanta Isabel de Madrid, cuando Vanitatis habló con él (Ver entrevista), seguirá durante el verano en toda España . Ahora, ‘Yo me subí a un piano verde’ llega a Zaragoza para quedarse dos semanas.

Quince días en los que, aunque uno quiera, lo tendrá muy difícil para comunicarse con Millán, a no ser que acuda al teatro en el que muestra su obra a quien quiera acercarse. Y es que Salcedo es la única ‘persona humana’ (parafraseando a una Yola Berrocal indignada en el casposísimo ‘Hotel Glam’) del mundo de la farándula y el ‘artisteo’ que no quiere saber nada de la tecnología.

Cuenta Millán que no está en contra de la tecnología, pero sí de su uso indiscriminado y que respeta a quienes tienen teléfono móvil. Pero que él no podría hacerlo. “Llevo tantos años llegando a mi casa y apretando un botón (piiiii) para que una señorita me diga “tiene tres mensajes nuevos”, que ya es parte de mi vida” dice el artista que “si me compro un teléfono me sentiré mal, ¡No puedo hacerle eso a esa voz!”. Como para regalarle uno de esos Iphone que tanta expectación están levantando.

De ‘Internete’ (como el mismo diría) mejor ni hablamos. Un e-mail, una página web… ¿Para qué? Millán dice que no necesita todas esas herramientas, que es feliz en su libre albedrío al margen de todos esos cachivaches. Opina que hasta hace bien poco vivíamos sin ellos y “nos apañabamos todos muy bien”. Dice que cuando lo necesita sigue utilizando ‘el teléfono de fichas’, un aparato que ni algunos ni tan siquiera llegaron a conocer fue sustituido hace ya unos cuantos años por las cabinas telefónicas a pie de calle, aunque estas últimas ya son prácticamente inexistentes.

Y es feliz disfrutando de hacer teatro y viviendo en su burbuja antitecnológica, alejado del control que suponen para algunas personas los teléfonos móviles, disfrutando de la conversación cara a cara, o, en todo caso, a través del aparato telefónico de su casa, donde la voz de su querida señorita de los mensajes le recibe cada vez que entra por la puerta con sólo pulsar un botón.