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San Juan de Gaztelugatxe, una mirada a Vizcaya desde el mar
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VIAJE

San Juan de Gaztelugatxe, una mirada a Vizcaya desde el mar

Llegar a Bilbao siempre supone un contraste de colores y de olores. Por un lado, el gris azulado del cielo -que se mantiene durante gran parte

Foto: San Juan de Gaztelugatxe, una mirada a Vizcaya desde el mar
San Juan de Gaztelugatxe, una mirada a Vizcaya desde el mar

Llegar a Bilbao siempre supone un contraste de colores y de olores. Por un lado, el gris azulado del cielo -que se mantiene durante gran parte del año- y, por otro, el verde de sus valles siempre acompañado por el intenso olor a tierra mojada. Observamos la ría. Siempre imponente cruzada por el puente de Calatrava. A la vera de esa extensión de agua tan amada por los bilbaínos–tanto que afirman que el cantábrico es el mar que desemboca en la ría-, nos observan el museo Guggenheim y la Universidad de Deusto.

Pero no vamos a detenernos en el Gran Bilbao, como los habitantes de la urbe llaman a la ciudad y la suma de las poblaciones colindantes, sino que tomaremos la autopista del cantábrico hasta Amorebieta, donde nos desviaremos hasta llegar a Gernika, la localidad que Picasso inmortalizara en un cuadro bajo el mismo título. Fue el 26 de abril de 1937 cuando la población vizcaína sufrió el bombardeo alemán por parte de la legión Cóndor, que dejó la ciudad prácticamente destruida.

Pero Gernika tiene mucho más. Nos dirigimos a la Casa de Juntas, que representa, con su árbol uno de los símbolos más antiguos de la democracia española. En ese lugar, durante la edad media, era frecuente que la población o sus representantes –los llamados junteros- se reunieran bajo el árbol a debatir las decisiones que afectaban a los habitantes de la localidad. A escasos metros, el parque de los pueblos de Europa alberga la obra de Chillida ‘Gure aitoren etxea’ -que significa ‘La casa de nuestro padre’, en referencia al árbol y las tradiciones que representa- y la de Henry Moore, instalada en 1990, ‘Gran figura en un refugio’ y que guarda una estrecha relación plástica con al obra de Chillida.

Continuamos hasta la costa. Mundaka, famosa por sus olas, y considerada una de las mejores playas de mundo para practicar surf espera que llegue el otoño para que los aficionados de este deporte vuelvan a pisar su arena en busca de superar la prueba Billabong-Pro, puntuable para el campeonato del mundo de surf. Pero no nos detendremos hasta llegar a Bermeo, un pueblo costero en el que el sonido de txistu parece estar a punto de brotar de cualquier parte, aunque el aurresku sólo se baile en las celebraciones. La más importante entre las festividades es quizá, la de la Magdalena, celebrada el 22 de julio y que se festeja con una regata que cubre el espacio entre la localidad costera y la cercana isla de Izaro.

Llegamos cerca del pueblo de Bakio bordeando el cabo Matxitxako. Entre el accidente geográfico y la pequeña localidad se sitúa una zona natural protegida, paraíso para las aves marinas cuyo fuerte se sitúa en el islote Aketze. Y ahí está San Juan de Gaztelugatxe, una ermita del siglo X -ligada a la orden templaria- situada en una isla unida a la tierra por un estrecho istmo. Su nombre significa 'el castillo de la peña', y para acceder a la ermita es obligada la subida por una interminable escalera de piedra construida en el estrecho pasillo que une la peña, perteciente al municipio de Bermeo, con el resto de la Península Ibérica, un camino que tan sólo puede hacerse a pie.

Una vez arriba, tras 10 minutos de escalones tortuosos, la vista es grandiosa. La pequeña ermita, en frente el refugio de peregrinos que accedían a dormir allí en su periplo, algo arriesgado si tenemos en cuenta que con la subida de la marea y el fuerte oleaje, el istmo puede quedar cubierto durante algunas horas del día. El islote reina sobre la costa. La campana de la ermita espera que intentemos alejar los malos espíritus.

Es tradición que el visitante de San Juan de Gaztelugatxe, una vez en la ermita, toque la campana que hay en la puerta tres veces mientras formula un deseo. Y es que cuenta la leyenda que San Juan llegó a tocar tierra en este punto de la península, dejando la marca de sus pies, algo que los creyentes opinan que ayuda a que visitar este lugar influya en la curación de dolencias en los pies, o en la cabeza –para ello, quienes desean aliviarse de este mal ofrecen al santo su sombrero- e incluso afirman que ayuda a aquellas mujeres que tienen problemas para concebir hijos.

Pero a parte de la leyenda de la tradición religiosa, existe una leyenda más negra sobre el islote. Afirman que en las cuevas del peñón la tan temida Inquisición encerraba a los acusados de herejía o brujería. Claro que eso fue mucho antes de 1978, el año en el que un incendio destruyó la ermita casi por completo. Afortunadamente para el visitante, ésta fue reconstruida y tan sólo dos años más tarde, en 1980, reinaugurada y abierta al público, aunque en horario de once de la mañana a seis de la tarde. Pero la pequeña campana se encuentra fuera, justo en la puerta de la ermita. Golpeamos tres veces y pedimos un deseo: poder volver a este rincón del mundo a observar la tierra desde el mar.

Llegar a Bilbao siempre supone un contraste de colores y de olores. Por un lado, el gris azulado del cielo -que se mantiene durante gran parte del año- y, por otro, el verde de sus valles siempre acompañado por el intenso olor a tierra mojada. Observamos la ría. Siempre imponente cruzada por el puente de Calatrava. A la vera de esa extensión de agua tan amada por los bilbaínos–tanto que afirman que el cantábrico es el mar que desemboca en la ría-, nos observan el museo Guggenheim y la Universidad de Deusto.