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Bruselas en el paladar: mucho más que chocolate y cerveza
  1. Gastronomía
el reino de la patata frita

Bruselas en el paladar: mucho más que chocolate y cerveza

Chocolate, cerveza, patatas fritas y mejillones: esa es nuestra idea de la dieta en Bruselas, pero la capital de Bélgica ofrece también otras propuestas 'gastro' con las que disfrutar

Foto: Típica terraza del centro de Bruselas
Típica terraza del centro de Bruselas

Cuando uno piensa en la capital de Europa se le vienen a la cabeza inmediatamente dos palabras: chocolate belga. Nada más que añadir. Llevan siglos contribuyendo a la felicidad de los golosos con su receta chocolatera que no se iguala en ningún otro país. Sin embargo, Bruselas es mucho más que el oro negro. Incluso más que los ríos de cerveza artesana que corren por sus calles y terrazas en cuanto sale el sol. Con influencias culinarias de sus vecinos franceses y alemanes, la región belga ha sabido extraer lo mejor de cada uno para desarrollar una cocina con identidad propia. Luego tienen peculiaridades gastronómicas difíciles de explicar, como los mejillones con patatas fritas, uno de los aperitivos más comunes de la ciudad. La relación de los belgas con las patatas fritas merece mención aparte y conviene probarlas en cualquiera de las freidurías callejeras -llamadas frituur’ o ‘friterie- que ofrecen este manjar en cucurucho de papel o bandeja de cartón. Si no te has pringado de aceite y salsa mientras paseas con un cucurucho de carbohidratos, es que no has vivido Bruselas intensamente. Para los sibaritas de plato y mantel la ciudad ofrece recetas autóctonas como el ‘stoemp’ (salchicha braseada con puré de patata) o las ‘carbonades flamandes’ con ternera guisada en salsa de cerveza y cebolla. Aquí van algunas propuestas del paseo culinario belga.

Le Rabassier (23 Rue de Rollebeek)

El chef de templos gastronómicos como L’Eau Vive (dos estrellas Michelin), Christophe Durieux, abrió en 2014 su restaurante Le Rabassier y en pocos meses se convirtió en el referente de la trufa en Bruselas. No existe técnica para este manjar que no domine. El local íntimo y minimalista de Le Rabassier solo tiene espacio para 18 comensales -imprescindible reserva previa, con cenas de martes a sábado; domingos comida y cena- y está nominado para los World Luxury Restaurant Awards 2017. Su menú degustación (entre 65 y 79 euros; menú del día a 30 euros los domingos al mediodía) incluye 'delicatessen' como la exótica langosta azul y caviar d'Osciètre con 'coulis' de berro y escarcha de pan tostado; ralladura de trufa negra con corazón de cangrejo real acompañado de risotto ‘al estilo Rabassier’ y sopa de pollo con queso parmesano o cordero de Pauillac infiltrado con trufa negra sobre una cama de macarrones de 'foie gras', rábanos y alcachofa morada.

Le Monde est Petit (65 Rue Bataves, Etterbeek)

Este es uno de los rincones secretos mejor guardados de Bruselas, frecuentado sobre todo por la población local. La idea del chef Loïc Villiers en 'El mundo es un pañuelo' es reunir recetas clásicas, técnicas creativas e ingredientes procedentes de todo el mundo. Parece un restaurante de barrio cualquiera, con dos escasas mesas junto al ventanal y un interior sobrio, tan sencillo como apuntar en una pizarra negra la carta del día. Pero su cocina esconde el reconocimiento de una estrella Micheliny menús de mediodía entre semana a precios asequibles (25 euros). Entre los curiosos platos de la carta encontramos una versión belga de 'mar y montaña', con vieiras a la plancha acompañadas de 'txistorra'vasca (asombroso pero cierto), muselina de coliflor, crujiente de coral y aceite de chorizo.

El chef también apuesta por introducir sabores asiáticos en la cocina europea, como su propia versión de los rollitos de primavera, y por las carnes de alta calidad, como el entrecot Black Angus con cazuela de chalotes y setas chantarela, tomates confitados y salsa de vino tinto.

Maison Antoine(1, Place Jourdan, Etterbeek)

Cuentan que la clave del sabor de las patatas fritas belgas es la variedadBintjeque se emplea, la grasa animal que sustituye al aceite de oliva o girasol, y ladoble friturapara conseguir una textura crujiente en el exterior y jugosa en el interior. Uno de los quioscos más representativos y donde mayores colas se forman para llevarse un cucurucho es la Maison Antoine, abierta en 1948 y hoy regentada por la tercera generación de la familia. Aunque originalmente acompañaban las patatas solo con dos salsas -mayonesa o mostaza-, hoy es un festival de sabores:provenzal, tomate al curry, china, pilpil, cebolleta… Además, la carta se ha actualizado con exquisiteces callejeras como 'vol-au-vent', carbonades, hamburguesas, filetes americanos, brochetas de pollo o pescado. Unode los principales alicientes de este quiosco-freiduría es (además del precio de dos a siete euros) el horario, más amplio que la mayoría de los establecimientos belgas:abre los siete días de la semanade 11.30 a 1 hy hasta las 2 hviernes y sábado.

Moeder Lambic (68 Rue de Savoie y 8 Place Fontainas)

Los amantes de la cerveza tienen una cita ineludible con el concepto “slow beer” que se ha puesto de moda en la ciudad. Y el templo de esta cerveza 'hipster' es el Moeder Lambic, con dos sedes: una en la Rue de Savoie y otra en la plaza Fontainas. Sus creadores han apostado de forma beligerante por la cerveza artesana y de fermentación espontánea (de sabor más ácido al que se puede añadir toques de fresa, frambuesa o melocotón), frente a las grandes distribuidoras que no cruzan su puerta. Organizan festivales internacionales de cerveza, catas, maridajes, 'workshop' y con el tiempo han introducido una carta de vinos ecológicos internacionales y whiskys y ginebras belgas que no se encuentran en otros establecimientos. La novedad de 2016 ha sido instalar un “growler”: revolucionario sistema parecido a una máquina de 'vending' donde el cliente puede rellenar una botella de litro de cerveza o vino de su elección y llevárselo a casa. Para acompañar la graduación de los espirituosos, en Moeder Lambic encontramos tablas de quesos y embutidos para disfrutar sin prisas.

Zaabär Chocolatier (125 Chaussée de Charleroi)

En Bruselas se puede adivinar la calidad de sus chocolaterías y confiterías por las colas que se forman a la puerta. Pero si queremos una apuesta segura donde además de comprar chocolate realicemos alguna actividad, Zaabär es el lugar indicado. La fábrica artesana que se encuentra en la misma tienda y de donde salen los exóticos sabores de sus bombones y tabletas abre sus puertas para visitas guiadas, degustaciones y talleres.

Todos los sábados, a las 14h se realiza un seminario abierto al público (25 euros por persona, previa reserva) para conocer las técnicas de chocolate templado, la combinación de ingredientes y elaboración de ‘mendiants’: finos discos de chocolate con frutos secos. Si queremos comprar chocolate para regalo y no esperar a las tiendas del aeropuerto, en este local encontraremos sabores inexplicables como chocolate con pimienta rosa, 'citronella' deSri Lanka, 'ginger' de Goa, clavo de Zanzíbar, cilantro de Laos… Y así cualquier especia y destino imaginable presentado en exquisitas cajas para los más golosos.

Para más información:www.belgica-turismo.es

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Cuando uno piensa en la capital de Europa se le vienen a la cabeza inmediatamente dos palabras: chocolate belga. Nada más que añadir. Llevan siglos contribuyendo a la felicidad de los golosos con su receta chocolatera que no se iguala en ningún otro país. Sin embargo, Bruselas es mucho más que el oro negro. Incluso más que los ríos de cerveza artesana que corren por sus calles y terrazas en cuanto sale el sol. Con influencias culinarias de sus vecinos franceses y alemanes, la región belga ha sabido extraer lo mejor de cada uno para desarrollar una cocina con identidad propia. Luego tienen peculiaridades gastronómicas difíciles de explicar, como los mejillones con patatas fritas, uno de los aperitivos más comunes de la ciudad. La relación de los belgas con las patatas fritas merece mención aparte y conviene probarlas en cualquiera de las freidurías callejeras -llamadas frituur’ o ‘friterie- que ofrecen este manjar en cucurucho de papel o bandeja de cartón. Si no te has pringado de aceite y salsa mientras paseas con un cucurucho de carbohidratos, es que no has vivido Bruselas intensamente. Para los sibaritas de plato y mantel la ciudad ofrece recetas autóctonas como el ‘stoemp’ (salchicha braseada con puré de patata) o las ‘carbonades flamandes’ con ternera guisada en salsa de cerveza y cebolla. Aquí van algunas propuestas del paseo culinario belga.

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