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El precio que se paga por vender la intimidad
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

El precio que se paga por vender la intimidad

Viernes por la mañana y mi teléfono suena. Al otro de la línea, una compañera me da la noticia: la jueza ha decidido archivar la demanda

Foto: El torero Ortega Cano en una imagen de archivo (I. C)
El torero Ortega Cano en una imagen de archivo (I. C)

Viernes por la mañana y mi teléfono suena. Al otro de la línea, una compañera me da la noticia: la jueza ha decidido archivar la demanda interpuesta por José Ortega Cano contra varios periodistas, dos presentadores, una productora y Telecinco, por los presuntos delitos de calumnias e injurias. La argumentación del auto no tiene desperdicio. El torero se ha beneficiado vendiendo su vida al mejor postor y no cabe queja posible. Una lección más para aquellos que intentan nadar y guardar la ropa o jugar con fuego sin quemarse.

Soy de las que pienso que cada euro ganado a golpe de titular se termina pagando y que, ante la debilidad de varios miles de billetes a cambio de dos horas de desnudo íntimo, muchos sucumben sin imaginar la factura que a la larga tendrán que pagar. La tentación es grande, pero las consecuencias en muchos casos también, y no es lo mismo que el tirón de orejas te lo dé un periodista que una jueza que, ponderando los derechos, afirma que no existe ilícito penal al entender que el propio torero, de forma libre y voluntaria, decidió comercializar con su vida privada desvelando secretos.

El de Ortega Cano no es un caso aislado. Hace años que la justicia viene dando rapapolvos a aquellos que se dejan seducir por el sillón de los bien pagados y luego reclaman un derecho que ellos mismo iban perdiendo a la misma velocidad que gastaban el botín obtenido.

Francisco Rivera lo intentó con su madre Carmen Ordoñez después de que esta falleciera. El torero pretendía defender el honor de la difunta y pidió una serie de medidas cautelares para que no se siguiese hablando de determinados aspectos de la vida de la “divina”. La justicia fue clara: Carmina había vendido sus adicciones y malos tratos y callar a la prensa tras su muerte sería imposible sin hablar de censura.

En otros casos, las negociaciones fueron más allá hasta alcanzar puntos macabros. El cantante Albano se pasó años peleando en los juzgados tras el escandaloso ‘Caso Ylenia’. La sorpresa fue cuando, a cambio de una entrevista millonaria, en la que por supuesto hablaba de los pormenores de la desaparición de su hija con imágenes inéditas, decidió retirar la demanda. El honor que tanto defendía se esfumó en el instante en el que los ceros se fueron sumando en aquel cheque.

La última modalidad es quedarse sin empleo e intentar obtener un sobresueldo a través de la justicia. Porque, para la gran mayoría de los que demandan, la única manera de reparar el supuesto daño causado es cobrando una cifra millonaria que les retire de por vida. Los jueces se han dado cuenta y, poco dispuestos a convertirse en una sucursal de un plató de televisión en el que se barajan cifras astronómicas, se han negado a admitir a trámite o han archivado causas en las que el único derecho que se defendía era el de seguir ganado pasta.

No pretendo que lo anteriormente expuesto se entienda como barra libre para los periodistas, puesto que los límites están claramente definidos por la ley, pero que vayan tomando nota aquellos que ya se han reunido con sus abogados. Demandar no significa ganar, y más cuando las biografías están plagadas de intercambios mercantiles en los que la intimidad tiene un precio.

Viernes por la mañana y mi teléfono suena. Al otro de la línea, una compañera me da la noticia: la jueza ha decidido archivar la demanda interpuesta por José Ortega Cano contra varios periodistas, dos presentadores, una productora y Telecinco, por los presuntos delitos de calumnias e injurias. La argumentación del auto no tiene desperdicio. El torero se ha beneficiado vendiendo su vida al mejor postor y no cabe queja posible. Una lección más para aquellos que intentan nadar y guardar la ropa o jugar con fuego sin quemarse.

José Ortega Cano Telecinco