El triunfo de la mentira: por qué ser sincero está mal visto hasta en Tinder
Nos pasamos la vida diciéndoles a los más pequeños que las mentiras tienen las patas muy cortas. Aunque, de mayores, resultan las mismas con las que hacemos camino al andar
En una sociedad llena de prejuicios, no resulta complicado pensar que las mentiras son ese paraguas en el que protegernos de las miradas de desaprobación. Aunque a todos nos han educado en la importancia de ser sinceros y de no faltar nunca a la verdad, lo cierto es que pronto nos damos cuenta de que la sinceridad y la aceptación social no siempre van de la mano. De ahí que maquillemos la realidad con pseudoverdades que nos esforzamos en creernos hasta nosotros mismos.
Mentimos más que hablamos
Pudiera parecer una frase hecha, pero Bella DePaulo, psicóloga social de la Universidad de Santa Bárbara (California), realizó un estudio muy esclarecedor. Tras preguntar a 147 adultos cuántas mentiras habían dicho a lo largo de una semana, descubrió que el promedio era de unas dos mentiras al día. Pocas nos parecen, la verdad. Sin embargo, lo interesante está en saber por qué no somos sinceros. “La mayoría de las mentiras fueron pensadas para enmascarar deficiencias o para proteger sentimientos”, sentencia DePaulo.
El padre de Homer Simpson lleva razón. Una mentira es una mentira. Sin embargo, como sociedad, hemos implantado lo que nos gusta llamar 'mentiras piadosas'.
Cuando mentimos para no herir a los demás
Dichas mentiras son aquellas a las que nos aferramos para, como bien dice el psicólogo Esteban Cañamares, “evitar roces y conflictos innecesarios que usamos siempre y cuando no hagan daño o sirvan para aprovecharse de la otra persona”. ¿No sería mejor decir la verdad, enfrentarse a una posible pelea y solucionarla por medio del diálogo y el entendimiento? Cañamares lo tiene claro: “Hay que hacer un esfuerzo tremendo para ser sincero al 100% y cansa muchísimo. No podemos contarlo siempre todo. Es más económico mentir”.
Mentiras y economía. Un binomio raro, aunque fácilmente entendible. Al final, uno tiene que hacer 'cuentas' de lo que le va a salir más barato en términos emocionales. Si le digo a mi pareja que le he sido infiel, dicha revelación podría costarme la relación. Sin embargo, si le miento o lo mantengo en secreto, podría sufrir (en silencio) una úlcera de estómago, pero seguiré siendo feliz y comiendo perdices.
Aunque esto nos lleva a otro punto interesante dentro de las mentiras. ¿Qué es peor mentir u ocultar información? Según el estudio 'Journal of Social and Personal Relationships', del profesor de la Universidad de Illinois John Cauglin, el distanciamiento emocional sufrido entre dos personas que se mentían era mayor que las que simplemente se omitían información. De ahí que, en opinión de este investigador, “cuando una persona miente abiertamente sobre algún asunto puede convertir algo inocuo en un problema de mayor envergadura”. Por eso es importante sopesar los costes futuros de nuestras mentiras.
Mentiras a un solo clic de distancia
A primera vista nadie diría que el boom tecnológico y las mentiras están relacionadas. Sin embargo, no hay más que echar un vistazo a Facebook, Instagram, Snapchat... Todo el mundo es guapo, joven, está bronceado, delgado, tiene pase VIP en los mejores hoteles, restaurantes... Es el arte de vender lo que no se tiene. Mentira en estado puro. Las aplicaciones de ligoteo (véase Tinder) son el mejor ejemplo de que las mentiras tras una pantalla táctil (y no cara a cara) son más fáciles y crueles si cabe.
Si la gente no mintiese online, jamás hubiese visto la luz el reality 'Catfish: mentiras en la red', estrenado por el canal MTV en el año 2012 y que finalizó en 2016. Este docudrama en formato reality ayudaba a gente que quería saber si la persona con la que había entablado una relación, sentimental o de amistad, vía online (y a la que todavía no conocían) era realmente quien decía ser o estaba mintiendo.
Ni que decir tiene que la mayoría de veces la decepción estaba más que cantada y televisada.
¿Se puede detectar la mentira?
Según un estudio realizado de forma conjunta por la Universidad de Maastricht, la de Ciencia y Tecnología de Hong Kong, la de Stanford y la de Cambridge, hay una estrecha conexión entre la sinceridad y los 'tacos'. Como lo lees. La gente que usa de manera habitual palabras malsonantes no utiliza filtros de lenguaje y eso significa que está diciendo lo que se le viene a la cabeza de forma directa y auténtica. De hecho, desconfía mucho de aquellos que solo tienen palabras bonitas y a los que en la vida nada les perturba ni les afecta.
Ser sincero no es ser maleducado
Y esto nos lleva al último punto, pero al más importante. Decir la verdad no es sinónimo de mala educación, por mucho que algunos se empeñen en hacer esta extraña (aunque extendida) asociación. Que alguien te diga que no le gusta tu peinado no es maleducado. Quizá si te lo dice gritando sí, pero simplemente está dando una opinión. Hacer una valoración negativa de un trabajo tampoco es de mala educación es simplemente dar tu visión objetiva sobre el tema. Otra cosa es que haya verdades que duelan y por eso queramos evitarnos ese sufrimiento. Aunque, como bien dice el refrán, “no llames donde te pueden contestar”.
Sin embargo, en un mundo plagado de tazas de Mr. Wonderful que nos instan a ser lo más happy que podamos, la sinceridad no tiene cabida. Quizás porque en pleno siglo XXI no queremos arruinar un buen eslogan con la hermosa (aunque cruda) realidad.
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En una sociedad llena de prejuicios, no resulta complicado pensar que las mentiras son ese paraguas en el que protegernos de las miradas de desaprobación. Aunque a todos nos han educado en la importancia de ser sinceros y de no faltar nunca a la verdad, lo cierto es que pronto nos damos cuenta de que la sinceridad y la aceptación social no siempre van de la mano. De ahí que maquillemos la realidad con pseudoverdades que nos esforzamos en creernos hasta nosotros mismos.