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El día que me trataron como a la reina por solo 32,50 euros: visitamos el centro de belleza de Tetuán al que acudió doña Letizia
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El día que me trataron como a la reina por solo 32,50 euros: visitamos el centro de belleza de Tetuán al que acudió doña Letizia

La royal estuvo la semana pasada en All for me, un centro de estética integral, y desde Vanitatis no nos queríamos perder poder ponernos en su piel por un día

Foto: La reina Letizia, en una foto de archivo. (Europa Press)
La reina Letizia, en una foto de archivo. (Europa Press)

Hace más de diez años que no me hacía un tratamiento facial. Diez años. Unas bodas de estaño con el abandono cutáneo. Pero había una razón para romper esta racha: quería que las manos que tocaron a la reina Letizia fueran las mismas que intentaran mejorar mi piel. Que si hay que empezar, que sea por todo lo alto con un masaje Kobido a tan solo 32,50 euros.

Así fue como acabé en All for me, un centro de estética integral ubicado en el barrio madrileño de Tetuán, discreto por fuera, pero donde se obra la magia japonesa y la cosmética científica con sello royal. Aquí es donde fue vista recientemente la reina Letizia —sí, esa reina—, que no pisa cualquier sitio, precisamente.

El lugar está en manos de Sara Hontanaya Gallego, una profesional con más de 12 años de experiencia que ha estudiado desde medicina tradicional china hasta flores de Bach, pasando por Reiki, Ayurveda y técnicas de estética avanzada. No solo toca la piel, parece que la entiende en un idioma que solo ella conoce.

Nada más entrar, me topé con un pequeño recibidor nada pomposo: un mostrador, un sofá con algunos cojines, plantas y un pasillo estrecho que conduce a las cabinas. Todo muy íntimo y sin pretensiones con una decoración minimalista y funcional en tonos verdes, blancos y grises con las paredes lisas.

placeholder All for me, el centro de estética al que va Letizia. (Vanitatis)
All for me, el centro de estética al que va Letizia. (Vanitatis)

Ya dentro de la sala vi el único elemento que me recordó un poco a la estética holística, un papel pintado geométrico en color negro. Nada de fuentes de agua ni música zen. El masaje estuvo ambientado únicamente por los ruidos estomacales de servidora y de Sara. Era la hora del almuerzo y ninguna de las dos habíamos comido. La vida es un esperpento que diría Valle-Inclán.

Para los no neófitos como yo, el masaje Kobido es una técnica facial japonesa ancestral. En su día era el ritual favorito de las emperatrices niponas y lo usaban los samuráis para recuperar energía. Significa “antiguo camino de la belleza” y se compone de 47 movimientos que trabajan 16 músculos del rostro y el cuello. Lo que parece un simple tratamiento se convierte en una especie de coreografía facial con estiramientos, presiones, exfoliaciones y masajes cervicales que relajan, oxigenan, tonifican y, sorpresa, también ayudan a calmar el estrés.

La habitación donde se realiza el tratamiento tiene lo justo: un mueble de madera para dejar las joyas, un taburete de terciopelo (verde o azul, imposible saberlo con esa luz tenue) y una camilla con una manta negra que fue un gustazo al tacto comparado con las típicas toallas que utilizan estos sitios. Eso sí, para los que seáis un poco pudorosos, debéis seguir la filosofía que siempre me dice mi madre: poneos una muda bonita porque nunca sabes cuando puedes acabar en el hospital enseñándola.

Os doy un poco de contexto. Este masaje, aunque parezca solo de cara y cuello, se expande a hombros, brazos y zonas sospechosamente cercanas al pecho —todo con la máxima profesionalidad, claro, pero es cierto que el susto te lo llevas—. Por eso, traed ropa interior de la que nos os avergoncéis, nada de ese sujetador que tienes a punto de jubilar, porque además de las joyas, hay que quitarse la parte de arriba. Estoy segura de que con este problema no tiene que batallar doña Letizia.

placeholder Una mujer da un masaje. (EFE / Jeffrey Arguedas)
Una mujer da un masaje. (EFE / Jeffrey Arguedas)

Durante los primeros minutos hablamos. Me hizo un mini diagnóstico superficial. No se andan con pruebas eternas, aquí lo importante es mirarte la piel, entenderla y actuar. Pero justo cuando le pregunté por la reina, se hizo el silencio. No dijo “cállate”, pero lo insinuó con toda la elegancia del mundo. A partir de ahí, la conversación cedió paso al masaje. Y menos mal.

Mi piel, que venía reseca y apagada (soy de Valencia y Madrid me está quitando hasta la hidratación emocional), agradeció que el tratamiento estuviera más centrado en el drenaje y la oxigenación que en la reafirmación. Sara lo adapta todo según tu tipo de piel.

Eso sí, en un momento, la cosa se pone tensa: tras un primer tramo delicado, empieza a mover las manos con una energía que asusta. Te preguntas si eso va a doler, pero no. Es una molestia adictiva, como cuando te haces un tatuaje: intensa, pero gustosa.

No ha quedado músculo sin tocar: cejas, párpados, pómulos, masetero, mandíbula, nariz... hasta zonas que ni sabía que tenía. Todo milimétricamente trabajado por las mismas dos manos que trataron a la madre de la princesa Leonor. Aunque tengo que sacar un punto flaco, confieso que una de las mascarillas que utilizó olía a chocolate y no soy muy fan de ese aroma en las cremas.

placeholder La reina Letizia con blusa blanca romántica. (Limited Pictures)
La reina Letizia con blusa blanca romántica. (Limited Pictures)

Después del masaje, vino el tratamiento cosmético, y aquí es donde la ciencia se cuela en la cabina. Sara me aplicó una combinación de aminoácidos y liposomas, explicándome que estos últimos son como "espermatozoides con dos colas". Su forma se debe a que están compuestos por fosfolípidos, moléculas con un núcleo a modo de cabecita que ama el agua.

Esa estructura es idéntica a la de nuestras membranas celulares, lo que hace que la piel los reconozca como propios. Así, los activos penetran mejor y no se quedan en la superficie haciendo turismo. Y sí, mi piel reconoció el combo. Entré con cara de lunes y salí con cara de domingo.

Para rematar, me hizo una rutina de solo tres pasos, con productos que no llevan ni perfumes, ni colorantes, ni químicos innecesarios. Mejor poco y bien, que mucho y que luego lo coja polvo en la estantería, o eso me comentó. Yo asentí, aún medio aturdida por el chute de bienestar.

Mi consejo final: no preguntéis por la reina. Tumbaos, cerrad los ojos y dejad que os masajeen como si tuvierais sangre azul, aunque lo único azul sea vuestro sujetador decente, que por 32,50 euros, pocas veces una plebeya puede sentirse tan royal.

Hace más de diez años que no me hacía un tratamiento facial. Diez años. Unas bodas de estaño con el abandono cutáneo. Pero había una razón para romper esta racha: quería que las manos que tocaron a la reina Letizia fueran las mismas que intentaran mejorar mi piel. Que si hay que empezar, que sea por todo lo alto con un masaje Kobido a tan solo 32,50 euros.

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