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Fuerteventura, un pedazo de tierra dorada lanzada al Atlántico
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Fuerteventura, un pedazo de tierra dorada lanzada al Atlántico

Aterrizar en Fuerteventura es como recibir en tus manos un pequeño paquete de regalo. El austero envoltorio es una capa de tierra y rocas que, al

Foto: Fuerteventura, un pedazo de tierra dorada lanzada al Atlántico
Fuerteventura, un pedazo de tierra dorada lanzada al Atlántico

Aterrizar en Fuerteventura es como recibir en tus manos un pequeño paquete de regalo. El austero envoltorio es una capa de tierra y rocas que, al apartarla con las manos, da paso a una dorada sorpresa. Y no hace falta rascar mucho más para llegar al océano donde esta isla reposa en modo pause, tranquila y silenciosa.

 

Nuestros pies tienen ante sí la segunda isla en extensión del archipiélago canario -aunque también la más despoblada-: más de 320 kilómetros de costa, de los que 150 son playa, paraísos puros de oro y mar. Pero el concepto de paraíso en Fuerteventura no se queda ahí, a pie de tumbona, gracias a su denso pasado y especialmente por su prometedor futuro.

Los primeros colonos del continente europeo conquistaron la isla en el siglo XV, pero los originarios pobladores fueron los mahos, de donde viene el nombre antiguo de la isla, Maxorata, y deriva el gentilicio majorero, como aún se conoce a sus habitantes. Esta raíz continúa presente en muchos elementos culturales (lengua, gastronomía o artesanía).

Siempre se la ha considerado un “oasis en la civilización”, tal y como describió el escritor Miguel de Unamuno en sus meses de exilio aquí, en 1924. Sin embargo, lejos de anclarse en etiquetas pretéritas, hoy Fuerteventura quiere que sus visitantes relean ese pasado, eso sí con una mirada natural y alejada de la corrupción turística: en mayo de este año, la isla ha conseguido ser declarada reserva de la Biosfera por la UNESCO, y en total, posee 13 espacios naturales. La oficialidad da al turista una razón más para considerar y descubrir al máximo este destino, a sabiendas ya de que se encuentra en un reducto único.

En coche de norte a sur

Con sus más de 200 kilómetros de norte a sur, la mejor manera de conocer todos sus rincones es alquilando un coche. Y si dividimos la zona en tres partes, no dejaremos recodo sin descubrir.

En el extremo norte de la isla las dunas y la fina arena dominan el paisaje. Allá donde alcanza la vista la arena lo cubre todo, ansiosa por tocar el cielo en la línea del horizonte. Son las Dunas de Corralejo, un entorno de puro desierto que nos hace creer que nadamos en un mar sólido donde sólo nuestros pies pueden sumergirse. Es un poco más al Este donde sí encontraremos agua y verdaderas olas, ya que Corralejo cuenta con algunas de las mejores playas de la isla, como Bajo negro o la del Burro.

En la orilla Oeste también destacan las playas de El Cotillo, pueblo marinero ideal para pasar una sobremesa agradable. Yendo hacia el sur, el municipio más destacado es La Oliva, cuyos restos arqueológicos (Casa de la Cilla y su iglesia) corroboran su prestigioso pasado como antigua capital de Maxorata. Siguiendo esa misma dirección, sin soltar el volante podemos admirar la Montaña de Tindaya, lugar sagrado para los aborígenes. Esa misma carretera nos llevará a la actual capital del ‘reino’, Puerto del Rosario, que también marca la frontera con la zona centro. Allí se encuentra el aeropuerto y la mayor actividad comercial de todo Fuerteventura.

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La huella de la tradición

El centro de la isla es la parte más terrenal de la isla, en el sentido de que sólo una pequeña zona nos ofrece la posibilidad de playas. Es en el litoral este, donde Caleta de Fuste se sitúa como uno de los centros turísticos más importantes y cuyo puerto deportivo concentra diversas actividades náuticas a lo largo del año. Por su parte, la costa oeste está plagada de pequeñas calas rocosas, donde el mar desata toda su furia y nos deja como recuerdo el ruido y la espuma contra las paredes de piedras, como queriendo poner el contrapunto al sosiego y ronroneo del resto de playas.

El interior se ve salpicado de villas históricas y más monumentales, donde la cultura majorera campa a sus anchas. El municipio de Antigua se diferencia de sus vecinos por los molinos artesanos que aún sobreviven de la época en la que Fuerteventura era conocida como el “granero de Canarias”, en la que el cultivo de cereal era básico para la subsistencia de los pueblos. Cerca de mil molinos continúan hoy repartidos por la isla.

Pese a que la tradición perdura en casa esquina de la mayoría de los pueblos, es en Betancuria donde esta cultura centenaria encuentra su trono. Esta Villa aún conserva la aureola gloriosa que acompaña al paso del tiempo. Las edificaciones son propias de la arquitectura insular: la iglesia de Santa María y varios museos encierran el sabor majorero que sí puede retratarse.

Tras el paso por Vega del Río Palma, en cuya ermita se guarda la virgen patrona de la isla, nos adentramos en el sur, mientras recorremos lo que se nos antoja un paisaje de road movie: una carretera recta y larga ante nosotros, y en los márgenes, tierra marrón, pedregosa y seca. Las montañas se imponen a lo lejos, desnudas de verde, y sin más compañía que algún cactus o grupos de palmeras. Conduciendo, nos asalta la sensación de que no tardará en aparecer por cualquier lado una planta rodadora típica de un western, si bien lo que apreciamos son varias casas en las laderas suponemos más fértiles. 

Las invitadas que nunca faltan en este paisaje son las cabras autóctonas de la isla, siempre rascando la tierra y poco dispuestas a posar para los turistas.

En esta última ruta un buen punto de partida puede ser Ajuy, pequeño rincón capaz de contener en un mismo espacio tanto cuevas oscuras y húmedas a la orilla de una arena negra, como un amplio paseo, de elevada mirada sobre el Atlántico y bañado por una luz árida, como el terreno.

Enseguida entramos en Pájara, casas blancas, calles con flores y vecinos sonrientes, que nos recomiendan el paso por Tuineje y ver el atardecer en el puerto de Gran Tarajal. Excelente recomendación la de acabar el día en este puerto, a la orilla de un azul de diferentes tonos y a la mesa de un típico caldo de pescado canario. Imposible dejar de nombrar Tarajalejo, otro puerto pesquero, que a esa hora se ilumina en la orilla con el rosario que forman los barcos amarrados a una escalinata de casas blancas.

Sin cambiar de rumbo vamos llegando a Costa Calma, reino de hoteles y sombrillas al servicio de los turistas más convencionales. Esta zona reúne también las mejores condiciones para la práctica del surf y todas sus variantes (windsurf y kitesurf), así que también hay sitio para los osados que se atrevan a medir su fuerza con la del viento, implacable aliado de las olas. No en vano, cada año se celebra en Sotavento el campeonato Mundial de windsurf.

Las playas más extensas del archipiélago

El disfrute de fabulosas playas se alarga hasta Morro Jable, núcleo turístico destacadísimo por su oferta de hoteles, bares y restaurantes. En este punto no falta el transitado Paseo Marítimo de cualquier localidad costera que se precie, si bien Morro Jable aporta un plus a sus visitantes que marca la diferencia: la soledad buscada. Algunos huyen de ella, pero otros tantos la perseguimos en medio de la multitud. Sin masificación, sin toallas ajenas a unos pocos centímetros, ni balones hinchables rebotando demasiado cerca, las playas de Morro Jable se disfrutan más. Ni siquiera en el lugar donde más turismo puede encontrarse, Fuerteventura se desvía de su corriente de reposo infinito.

Y para seguir conquistando al visitante, entre esta localidad y la de Costa Camla se extienden las inmensas Playas de Jandía, de inacabables horizontes. Su quietud invita a relajarse, e incluso el viento se da un descanso y se vuelve brisa. El equilibrio del lugar nos invita a caminar y perdernos en las playas más largas de Canarias.

Cuando este último recorrido está acabando, la isla nos ofrece su virginidad, guardada hasta el final: la zona de Cofete, que permanece tocada únicamente por sus calas, fieles a la naturaleza y escondidas de cualquier intromisión del exterior. El acceso a estos parajes es algo más difícil, lo que incrementa su hermosura, y sobre todo su inalterabilidad, ya que este punto está declarado Parque Natural. El Patronato de Turismo ha puesto todo su esfuerzo en mantener la isla como el paraíso que es, sin retoques añadidos ni atrezzo artificial.

La Naturaleza más pura vive en Fuerteventura, y sus Cuatro Elementos se han hecho isla: el agua celeste y salada de la mar, el viento omnipresente como el dios que impone su ley en la tierra de arena, y el fuego, ese sol que calienta sin llegar a quemar. La naturaleza sabe donde crea sus maravillas, y si el hombre pudiera inventar un botón con el que parar el tiempo, lo colocaría en Fuerteventura, la isla tranquila.

Aterrizar en Fuerteventura es como recibir en tus manos un pequeño paquete de regalo. El austero envoltorio es una capa de tierra y rocas que, al apartarla con las manos, da paso a una dorada sorpresa. Y no hace falta rascar mucho más para llegar al océano donde esta isla reposa en modo pause, tranquila y silenciosa.

Pablo Isla Vacaciones