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Tapas con historia por todo Madrid
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Tapas con historia por todo Madrid

Algunos de ellos, como Lhardy o Casa Alberto, ya estaban ahí cuando el tren de la fresa comenzó a conectar Madrid con Aranjuez en 1851. Los

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Tapas con historia por todo Madrid

Algunos de ellos, como Lhardy o Casa Alberto, ya estaban ahí cuando el tren de la fresa comenzó a conectar Madrid con Aranjuez en 1851. Los hay como Casa Labra o el Café Gijón que fueron testigos mudos de acontecimientos políticos o culturales, y otros como Casa Ciriaco o La Ardosa nacieron con el fin del siglo XIX o el albor del XX, pero todos tienen algo en común: llevan más de un siglo llenando los estómagos y refrescando el gaznate de los madrileños. Son los restaurantes y tabernas centenarias de Madrid, asociados ahora para dar a conocer lo mejor de su carta y su historia a gatos y demás animales de la fauna urbana. ¿Hacen unas tapas en algunos de ellos?

Comencemos el recorrido como cualquier paseo turístico por el centro de Madrid, en la Puerta del Sol. A escasos metros, en la calle que antaño fue la de los Peregrinos pero que se conoce hoy como la de Tetuán, están las tajadas de bacalao más famosas de Madrid. Casa Labra, abierta en 1860, ha sido siempre popular por sus frituras del preciado pescado y entre sus paredes se ha escrito la Historia: allí fue donde el dos de mayo (¡vaya!) de 1879 un grupo de tipógrafos se reunió con Pablo Iglesias a la cabeza y fundó el PSOE.

 

Si queremos seguir el recorrido hay que deshacer los pasos para tomar la esquina opuesta de la Puerta del Sol. En la Carrera de San Jerónimo se encuentra todo un clásico entre los clásicos, Lhardy, que desde 1839 sirve el cocido más famoso de la capital. Los que no se atrevan con la contundencia de este guiso siempre pueden optar por algún otro plato de su carta, como el pato al perfume de naranja. Y con sólo doblar la esquina y subir por la calle de la Victoria nos encontramos con La Casa del Abuelo y su amor por el marisco: gambas a la gabardina, a la plancha, al ajillo... y todo regado con el mejor vino dulce de Madrid.

Para llegar a Casa Alberto, siguiente parada de nuestra ruta, hay que cruzar hasta el otro lado de la plaza de Santa Ana y entrar en la calle Huertas. Tras el paseo nos espera el edificio donde vivió Cervantes y la fonda de su planta baja, con recuerdos del manco de Lepanto y una carta que resume lo mejor de la gastronomía madrileña con especial atención a los platos contundentes como los callos o el cocido.

Desde el barrio de las Letras emprendemos camino hacia la Plaza Mayor, donde nos encontraremos con Los Galayos y Botín. El primero, nacido en las postrimerías del XIX con el nombre de Casa Rojo, fue sede de la última reunión de la generación del 27 antes de la Guerra Civil y sigue sirviendo una carta tan completa como clásica en la que destacan la paletilla asada o los corazones de alcachofa con langostinos. Al otro lado del arco de Cuchilleros, en la calle del mismo nombre, Botín sigue sirviendo almejas y cochinillo a sus clientes con el mismo esmero con el que en tiempos se atendió a Galdós, Gómez de la Serna o Hemingway.

Bajando por la calle Toledo hacia el Rastro, en las calles de San Millán y de la Ruda nos encontramos con la Taberna Oliveros y Malacatín, clásicos entre los clásicos que sirven cocido madrileño, callos o soldaditos de Pavía en un ambiente irrepetible. El lebrillo de la barra de Oliveros nos recuerda que allí poco ha cambiado desde que en 1857 la familia del mismo nombre lo pusiera en marcha.


Subiendo al otro lado de la Gran Vía, en la calle de Colón, las bodegas La Ardosa, abiertas en 1892, son para muchos el templo donde se tira la mejor cerveza Guinness de la ciudad. El salmorejo es irrepetible, igual que las rabas de calamar o la artesanalísima tortilla de patatas, y si quiere puede tomarlas en la intimidad de la sala del fondo: atrévase a pasar por debajo de la barra.

Estamos a punto de terminar la ruta, pero no podemos pasar por alto La Bola, que permanece abierta con la misma fachada roja desde 1870 en esta calle escondida entre el monasterio de la Encarnación y la plaza de Santo Domingo. Como en todas tabernas centenarias, aquí también nos daremos un festín con su cocido madileño, aunque hecho en puchero individual y cocinado en carbón a fuego lento, como se hacía antaño. Los más golosos no pueden dejar pasar sus legendarios buñuelos de manzana.

La última parada, Casa Pedro, nos obligará dejar el centro histórico para dirigirnos hasta el pueblo de Fuencarral, pero vale la pena. Fundado a comienzos del siglo XVIII (1702) como casa de postas en la carretera a Francia, sigue sirviendo sus asados de cordero y cochinillo, guisos y caza con productos de la zona como base de su cocina.

Algunos de ellos, como Lhardy o Casa Alberto, ya estaban ahí cuando el tren de la fresa comenzó a conectar Madrid con Aranjuez en 1851. Los hay como Casa Labra o el Café Gijón que fueron testigos mudos de acontecimientos políticos o culturales, y otros como Casa Ciriaco o La Ardosa nacieron con el fin del siglo XIX o el albor del XX, pero todos tienen algo en común: llevan más de un siglo llenando los estómagos y refrescando el gaznate de los madrileños. Son los restaurantes y tabernas centenarias de Madrid, asociados ahora para dar a conocer lo mejor de su carta y su historia a gatos y demás animales de la fauna urbana. ¿Hacen unas tapas en algunos de ellos?

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