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83 cumpleaños del rey Juan Carlos: el 'patrón' no tiene quien le sople las velas
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FAMILIA REAL ESPAÑOLA

83 cumpleaños del rey Juan Carlos: el 'patrón' no tiene quien le sople las velas

El otrora ‘patrón’ de la Zarzuela, al que así llamaban sus propios hijos en la intimidad familiar, se aferra a puerto y a sus recursos, pero ha perdido su gorra y su timón

Foto: El rey Juan Carlos en una imagen de archivo. (Getty)
El rey Juan Carlos en una imagen de archivo. (Getty)

La fotografía no tiene desperdicio. En realidad, es casi una metáfora. Podría titularse ‘el naufragio del patrón’. La ‘robó’ un turista adinerado, y la publicó ‘urbi et orbe’ la que durante 30 años fue en el reino de España “la pantalla amiga” (Telecinco). Otra metáfora. O simplemente, una paradoja. Porque si una certeza traslada la encorvada figura del rey Juan Carlos en su ‘exilio’ de Abu Dabi es que ya no le quedan muchos amigos. Sus guardaespaldas son sus muletas, y la mascarilla, un cerrojo más a los barrotes de su extrema soledad.

Barrotes de oro, desde luego. Es crucial en la metáfora el perfil del yate del que acaba de desembarcar el cuasi crucificado personaje. El otrora ‘patrón’ de la Zarzuela, al que así llamaban sus propios hijos en la intimidad familiar, se aferra a puerto y a sus recursos, pero ha perdido por completo su gorra y su timón. Se diría que los marineros intentan en vano rescatarle del naufragio.

placeholder  El rey Juan Carlos en Abu Dabi. (Telecinco)
El rey Juan Carlos en Abu Dabi. (Telecinco)

Si alguna manera había de remover en favor del real anciano los sentimientos de una parte de la ciudadanía, esto es, la que en su ya lejana juventud fue testigo de la gesta democrática de la Transición, esta era una de ellas. Probablemente habrá removido los de su propio hijo, Felipe VI. Pero no parece que esa vaya a ser la reacción de la otra parte; esa otra España que no es tanto ideológica -aunque también- como generacional. Para los españoles menores de 50 este señor tambaleante pero trajeado y regalado tiene lo que él mismo se ha labrado, una cárcel de diamante.

Es la misma España a la que va dirigida esa ley de La Corona anunciada por el Gobierno de Sánchez y que es un auténtico regalo envenenado, no ya para el emérito en su 83 cumpleaños, sino para el propio monarca, su hijo. Durante décadas, el rey Juan Carlos se negó a que el Parlamento legislara sobre las muchas eventualidades que la propia Constitución señalaba en torno a su Casa: abdicaciones, regencias, sucesiones... Los propios expertos constitucionalistas -como Manuel Aragón- y los padres de la Constitución -Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón- secundaban la tesis doctrinal del ‘ya se verá’. Y así lo veían los propios políticos del final de reinado. Basta recordar la singular Ley de la abdicación pergeñada por Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba.

Pero la nueva política es otra cosa. Y la esquizofrenia de un Gobierno beligerantemente monárquico-republicano, una vuelta de tuerca más. Decía Sánchez que es Felipe VI quien “trabaja” ya en la citada ley. ‘A la fuerza ahorcan’, reza el dicho castellano. Con un Parlamento como el de los tiempos de Rubalcaba, hasta Juan Carlos firmaría ahora una ley de La Corona, que pese a la desidia, siempre fue necesaria. Está por ver lo que sale del actual: tal vez una jefatura del Estado domesticada por los mismos poderes a los que debería arbitrar -previa reducción progresiva de la separación de dichos poderes-; tal vez una nueva brecha entre la izquierda/separatistas y la derecha...

Entretanto, el causante de todo este lío borbónico -tanto de la gesta política de hace décadas, como del deterioro institucional actual- no tiene hoy quien le sople las velas. En la larga Historia de los reyes, la crónica personal y familiar es siempre la más lamentable.

Felipe VI con su padre, el rey Juan Carlos I. (Getty)

La fotografía no tiene desperdicio. En realidad, es casi una metáfora. Podría titularse ‘el naufragio del patrón’. La ‘robó’ un turista adinerado, y la publicó ‘urbi et orbe’ la que durante 30 años fue en el reino de España “la pantalla amiga” (Telecinco). Otra metáfora. O simplemente, una paradoja. Porque si una certeza traslada la encorvada figura del rey Juan Carlos en su ‘exilio’ de Abu Dabi es que ya no le quedan muchos amigos. Sus guardaespaldas son sus muletas, y la mascarilla, un cerrojo más a los barrotes de su extrema soledad.

Barrotes de oro, desde luego. Es crucial en la metáfora el perfil del yate del que acaba de desembarcar el cuasi crucificado personaje. El otrora ‘patrón’ de la Zarzuela, al que así llamaban sus propios hijos en la intimidad familiar, se aferra a puerto y a sus recursos, pero ha perdido por completo su gorra y su timón. Se diría que los marineros intentan en vano rescatarle del naufragio.

Rey Don Juan Carlos
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