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Amor a la primera aria
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Amor a la primera aria

La experiencia es explosiva, toda emoción al principio. Luego poco a poco se convierte en un proceso gradual de aprendizaje, en un camino que se recorre

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Amor a la primera aria

La experiencia es explosiva, toda emoción al principio. Luego poco a poco se convierte en un proceso gradual de aprendizaje, en un camino que se recorre durante años y que sirve para apreciarla por completo. No, no hablamos de conquistas amorosas y pasiones románticas que duran toda una vida, sino de la ópera, de la pasión que sienten los aficionados y que muchas veces es imposible de explicar. Ahora el investigador Claudio Benzecry, de la Universidad de Connecticut, se ha dedicado a analizar al público del Teatro Colón de Buenos Aires para conocer de cerca cómo es el amor por la ópera, un sentimiento que a veces dura más que los que tenemos hacia otras personas.

El profesor Benzecry observó y entrevistó entre 2002 y 2005 a los aficionados que ocupaban los asientos superiores –los más baratos–, especialmente a los del gallinero. En general era gente de clase media y sin una educación especial que les haga admirar la ópera. Estudió como aprendían a sentir, creer y comportarse en la ópera, qué partes de la experiencia destacarían y cómo se entregan emocionalmente una vez que la sensación inicial de descubrimiento termina.

La mayoría de los entrevistados describía ese contacto inicial, esa intensa atracción que sintieron cuando asistieron por primera vez a la ópera, como algo explosivo y con efectos físicos intensos y duraderos similares a los de un flechazo amoroso.

 

A partir de ese momento comienza el aprendizaje, algo que según el profesor Benzecry ocurre de tres modos. En cualquier caso el contacto con otras personas expertas en la experiencia es fundamental. Los fans apasionados aprenden primero a disfrutar de la ópera en su fuero interno, respondiendo a partes de la música que demandan una reacción emocional, y posteriormente de un modo externo reaccionando públicamente del modo apropiado.

 

Hay un aprendizaje informal que tiene lugar en el entorno de la ópera, durante los momentos no musicales como la fila de entrada o en los descansos. En estos momentos se habla y se comparan las distintas impresiones sobre la ópera. De un modo más formal también se aprende de los maestros, asistiendo a clases y conferencias que explicitan lo que un aficionado debe buscar en la ópera y cuál debe ser su comportamiento durante una sesión. En tercer lugar los neófitos también pueden ampliar conocimientos gracias a aficionados experimentados que transmiten la etiqueta de una ópera, incluyendo cuándo es apropiado aplaudir o callar.

“Los aficionados se enganchan a la ópera cuando todavía son outsiders, antes de tener un sistema activo para interpretar la experiencia”, asegura el profesor Benzecry. Por eso su amor por ella crece a medida que aprenden sobre el estilo. Su conocimiento y pasión se hacen más grandes a medida que conocen sobre ella, porque sienten que para apreciarla hace falta formación. Ya lo sabe, si lo suyo no es la ópera nunca es tarde para amarla: sólo tiene que aprender a conocerla. Exactamente como en las relaciones de pareja complicadas.

La experiencia es explosiva, toda emoción al principio. Luego poco a poco se convierte en un proceso gradual de aprendizaje, en un camino que se recorre durante años y que sirve para apreciarla por completo. No, no hablamos de conquistas amorosas y pasiones románticas que duran toda una vida, sino de la ópera, de la pasión que sienten los aficionados y que muchas veces es imposible de explicar. Ahora el investigador Claudio Benzecry, de la Universidad de Connecticut, se ha dedicado a analizar al público del Teatro Colón de Buenos Aires para conocer de cerca cómo es el amor por la ópera, un sentimiento que a veces dura más que los que tenemos hacia otras personas.