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Molitor: volamos a París para sumergirnos en el hotel-piscina más bonito del mundo
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HOTELES DIVINOS

Molitor: volamos a París para sumergirnos en el hotel-piscina más bonito del mundo

En la capital francesa hay muchos hoteles con grandes historias, envidiables colecciones de arte o elegantes piscinas, pero solo uno, nuestro protagonista, lo tiene todo. Bienvenidos a uno de los hoteles más divinos del mundo

Foto: Alojarse en el Molitor es formar parte de una historia fascinante que ha sabido reinventarse sin traicionar su identidad. (Francis Amiand)
Alojarse en el Molitor es formar parte de una historia fascinante que ha sabido reinventarse sin traicionar su identidad. (Francis Amiand)

En 1929, cuando el oeste de París aún era frontera, la ciudad inauguró un edificio inusual: un triángulo de hormigón que albergaba dos piscinas —una cubierta y otra al aire libre— y prometía ser mucho más que un simple complejo deportivo. Nacía así Molitor, bautizado por el nadador olímpico Johnny Weissmuller —el primer Tarzán del cine sonoro, protagonista de doce películas entre 1932 y 1948—, que ejerció allí de socorrista durante su primer verano.

Durante décadas, Molitor fue mucho más que una piscina. Fue pasarela, escaparate y lugar de encuentro; el mejor lugar de la capital del amor para ver y dejarse ver. En 1931 acogió su primera gran gala artística y, a partir de 1934, celebraba el concurso La fête de l’eau, que coronaba cada verano a la bañista más bella. A su alrededor, restaurantes, peluquería, bares y salones completaban el ambiente efervescente de un espacio adelantado a su tiempo.

Pero en los años 70 empezó el declive. Cerró la pista de patinaje que cubría la piscina exterior en invierno, el sistema de filtración fallaba y el cloro había empezado a comerse el edificio. En 1989, sin más remedio, el ayuntamiento cerró el lugar. Lo que nadie imaginó es que, al clausurarlo, se abrían las puertas a una segunda vida tan interesante o más que la anterior

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Del abandono al arte callejero

Como ocurre en muchas ciudades, un edificio cerrado en París nunca está del todo vacío. Molitor fue ocupándose poco a poco. Primero aparecieron los grafitis en la fachada, luego en las barandillas, más tarde en los vestuarios y en las piscinas vacías. A mediados de los 90 ya era una catedral del arte urbano. Artistas que hoy son referentes, como Reso, Katre, Jace o Kashink, dejaron allí sus primeras huellas.

El Molitor más underground se convirtió en plató, sala de conciertos y pasarela improvisada, todo sin permisos. Un espacio abandonado, sí, pero también un taller a cielo abierto. La ciudad parecía haberlo olvidado… hasta que en 2007 se lanzó un concurso para su rehabilitación.

El proyecto ganador, impulsado por AccorHotels —junto con Bouygues Construction y Colony Capital—, prometía reconstruirlo respetando su historia. Las obras comenzaron en 2011: se demolió todo menos la rotonda de entrada original. El resto fue una réplica fiel del edificio de 1929.

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“En la reconstrucción del Molitor se conservaron materiales, proporciones, colores y detalles del estilo art déco original”

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Reconstruir sin traicionar

¿Cómo recuperar un monumento histórico desde cero sin caer en la caricatura? Ese fue el reto. Cuatro estudios de arquitectura se unieron para resolverlo. Se conservaron materiales, proporciones, colores y detalles del estilo art déco original. El resultado fue una simbiosis entre el pasado y la modernidad.

El arquitecto Jacques Rougerie rediseñó las piscinas. El estudio Derbesse coordinó las obras y dio vida a la ampliación que aloja las nuevas habitaciones. Y Jean-Philippe Nuel —todo un referente dentro del diseño francés— imaginó los interiores como un viaje entre épocas, de los años 30 al presente.

Las piscinas siguen siendo el centro de todo. La interior, cubierta por una gran cristalera, mantiene las icónicas cabinas azules de dos niveles y está reservada para socios y huéspedes. La exterior, de 46 metros y climatizada todo el año, ofrece una rara sensación de vacaciones en mitad de la ciudad.

No son solo lugares para nadar. Son la esencia del Molitor: espacios donde todo respira amplitud, calma y una desconexión total mientras París bulle más allá de sus muros.

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Un museo donde se venía a nadar

Durante sus años de abandono, Molitor se convirtió en una referencia del arte callejero. Hoy, ese legado se ha institucionalizado. Más de cien obras decoran los muros del hotel. La programación artística —con exposiciones, talleres y performances— mantiene viva la energía creativa que marcó los años noventa.

Un caso aparte son las cabinas: antes vestuarios para los bañistas, hoy convertidas en pequeñas cápsulas de arte. Setenta artistas urbanos han intervenido estos espacios, creando una galería permanente que se puede visitar todo el año.

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Lujo a dos pasos de Roland Garros

Molitor no ha renunciado a los códigos del hotel de lujo. Alberga 124 habitaciones y suites decoradas por Nuel, donde el agua, la calma y la creatividad son protagonistas. En paralelo, ofrece varios espacios complementarios que completan la experiencia sin robar el foco. La Brasserie Molitor propone una carta francesa de temporada, con productos de cercanía y guiños modernos.

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El rooftop, accesible en verano, se convierte en terraza animada con vistas a París y la piscina exterior. Y el Spa by Clarins, el más grande dentro de un hotel en Europa, con trece cabinas y un enfoque holístico realmente afinado. El club deportivo también mantiene el espíritu deportista del lugar: cardio, musculación, yoga, pilates o aquagym forman parte del menú diario, además de entrenamientos personalizados.

Dormir en el Molitor es algo más que pagar por una habitación. Es formar parte de una historia que ha sabido reinventarse sin perder su identidad. De piscina municipal a centro de arte callejero, de ruina urbana a icono del diseño parisino. Hospedarse aquí es, literalmente, sumergirse en ese otro París donde la magia fluye de forma constante.

En 1929, cuando el oeste de París aún era frontera, la ciudad inauguró un edificio inusual: un triángulo de hormigón que albergaba dos piscinas —una cubierta y otra al aire libre— y prometía ser mucho más que un simple complejo deportivo. Nacía así Molitor, bautizado por el nadador olímpico Johnny Weissmuller —el primer Tarzán del cine sonoro, protagonista de doce películas entre 1932 y 1948—, que ejerció allí de socorrista durante su primer verano.

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