Es noticia
Menú
Los trucos de la anorexia y la bulimia
  1. Estilo
EN EL DIVÁN

Los trucos de la anorexia y la bulimia

Una de las mujeres bulímicas más graves que he tratado me contaba, después de diversos ingresos al borde de la muerte por bajos niveles de potasio,

Foto: Los trucos de la anorexia y la bulimia
Los trucos de la anorexia y la bulimia

Una de las mujeres bulímicas más graves que he tratado me contaba, después de diversos ingresos al borde de la muerte por bajos niveles de potasio, que lo único que le había ayudado a controlar sus vómitos había sido empapelar con fotografías de sus hijos las paredes que rodeaban el inodoro. En un caso publicado por un psiquiatra estadounidense, apelar a esta estrategia no habría servido. En una fase de depresión grave, una paciente anoréxica gravemente perturbada cometió un suicidio ampliado y mató a sus dos gemelos explicando por escrito que los mataba porque su problema con el peso había aparecido después de alumbrarlos.

Aunque como con el microondas, nos parezca mentira que existió un tiempo en que estas enfermedades no formaban parte de nuestro día a día, a lo largo de estos últimos veinte años las diversas caras de estos trastornos han merodeado en torno a los colegios e institutos, y nos han dado el miedo que produciría un violador sádico e inaprensible que como salido de la nada, pudiese arruinar la vida de nuestras niñas y jóvenes.

Si bien hay muchos grados de alteración, las personas más graves producen incluso a profesionales renombrados una sensación de desconfianza y de impredecibilidad, que en mi barrio llaman rechazo, lo que muchas veces condiciona resultados contraproducentes durante el curso del tratamiento. Si la duda es la regla en casi todas las enfermedades psiquiátricas, uno de los mayores márgenes cabe en estos trastornos, en las que raramente se puede prever cómo se acertará y en las que la idoneidad del terapeuta marca la diferencia, porque la mentira, la ilusión y el fraude están encima del diván, son el espectáculo, son la propia enfermedad. Ser complaciente y emitir un mensaje que pueda interpretarse como “ancha es Castilla” o ser desconfiado e implacable y reactivar el trauma que a veces traen estas personas junto a sus problemas de conducta alimentaria es el dilema constante, ante cada nuevo caso.

Saber que cada palabra será juzgada implacablemente, que cada mirada se escrutará e interpretará, invierte los papeles y ya no tanto el terapeuta evalúa a la paciente, como la paciente juzga y condena al terapeuta. Vencer semejante obstáculo no es fácil, pero se puede conseguir cuando la aprendiz de mago todavía no ha alcanzado la maestría.

Las conductas que más utilizan las adolescentes durante las primeras fases de la enfermedad son provocarse el vómito con un cepillo de dientes, realizar ejercicio extenuante a horas de calor intenso o tomar productos de herbolario. Se las apañan para evitar que se oiga el ruido de sus náuseas con el ruido de la cadena o con la música alta. En vez de naipes bajo las mangas esconden delgadeces tras ropas holgadas. Marean los trozos de filete en el plato hasta que un vórtice de prestidigitación avanzada teletransporta la comida que no ingieren a servilletas de colores, de los que inapreciablemente pasan a los bolsillos de esas mismas ropas. Como por arte de birlibirloque enferman y entablan con la muerte una partida de ajedrez en que abren con negras y salen a perder. Partida ésta en que su oponente se recrea vejándolas y escupiéndoles en el pelo y los dientes, en la sonrisa y el útero.

Con el tiempo aprenden a producirse el vómito sin necesidad de estimularlo en sus faringes, y aunque sangran como si andasen aprendiendo a tragar sables, les lleva a la UVI una rotura del esófago y una mediastinitis, o bien una arritmia cardiaca que no siempre se coge a tiempo. La enfermedad las convierte en maestras del más trágico de los engaños, aquel en que hasta ellas, forman parte del truco, aquel en que con el conejo desaparece la chistera, y con ella, mago y escenario. Si llegado ese punto conservan algún público, aún cuando no se convencen ni a ellas mismas, y los amigos y las parejas y los psicólogos rara vez están ya o desean estar, vuelve a existir una oportunidad de curación. Y es que hasta cuando no se puede hacer nada, se puede hacer algo, si uno sabe lo que hay que hacer y quiere hacerlo.

Una de las mujeres bulímicas más graves que he tratado me contaba, después de diversos ingresos al borde de la muerte por bajos niveles de potasio, que lo único que le había ayudado a controlar sus vómitos había sido empapelar con fotografías de sus hijos las paredes que rodeaban el inodoro. En un caso publicado por un psiquiatra estadounidense, apelar a esta estrategia no habría servido. En una fase de depresión grave, una paciente anoréxica gravemente perturbada cometió un suicidio ampliado y mató a sus dos gemelos explicando por escrito que los mataba porque su problema con el peso había aparecido después de alumbrarlos.