Combarro, el pueblo de las Rías Baixas donde hasta los hórreos se asoman al mar
Es Galicia pura y dura, el duende del sur haciéndose celta, una suerte de encantamiento sobre pilares acuáticos. Este rincón de Pontevedra es bonito a rabiar. Y mágico, cómo no
Casi una Venecia pero en nuestra Galicia, asomada a todas las atlanticidades y nostalgias. No habrá góndolas ni gondoleros, pero sí barcos de pesca, de los de faenar. Esta región que nos hace más occidentales de lo que somos es turística pero siempre resulta rotundamente literaria, como si donde uno iba a poner una toalla de playa fuera a brotar un galeón o una goleta para luego arrastrarle a la mar, expuesto a un sol para el que desde luego no hay cremas. Estamos en Combarro, quizá un sueño costero (animado) de Wenceslao Fernández Florez, en el municipio de Poio, provincia de Pontevedra, territorio de las Rías Baixas, adiós Portugal. Un duro competidor de Frigiliana y otro de los candidatos a ser elegido el pueblo más bonito de España por Vanitatis en una encuesta que publicaremos en diciembre. ¿Le votarás?
No está perdido en la inmensidad de la terra galega, como un dolmen que se resiste o un castro de los que hay que conquistar, sino que se halla a solo seis kilómetros de la capital (a 14 de Sanxenxo, a 32 de Vigo, a 43 de Tui y a 72 de Santiago), expuesto a las corrientes marítimas y, por tanto, marinero por demás. Proclamándose profundamente gallego con sus 60 hórreos, 30 de los cuales, oh Fortuna, están mirando al mar, casi bañados. Todo en Combarro tiene el aire de la ola y la habanera: hasta los edificios civiles y religiosos que hacen de él una pequeña gran joya arquitectónica (del siglo XVIII). Empezando por la plaza de Chousa, desde donde se divisa la costa de Poio y la isla de Tambo, antes de llegar la hora de sumergirse en su casco antiguo.
Hórreos, míticos y casi mitológicos
Son los hórreos, esos graneros míticos y casi mitológicos, sobre todo para los forasteros que vienen a Galicia en busca de esa magia casi ya inexistente, los que hacen a Combarro tan pintoresco como es -y es mucho-. Y como en Lisboa, que hay que cruzar al otro lado del Tajo para verla en todo su esplendor, aquí hay que irse a la playa de Padrón para admirar, porque no se puede decir otra cosa, el magnífico litoral de ese rosario con mágica aurora que componen Marín, Poio y nuestro Combarro. Los hórreos (o palleiras) resultan casi religiosos, pero eran, bajemos a la tierra, almacenes de maíz y secaderos de pescado (y más). Una bicoca para los barcos que venían cargados desde el otro lado de la ría: llegar y besar el santo. Cuesta poco imaginar que también fueron deseo de piratas.
Cruceiros, cuestión de meigas (que haylas)
Pero no son solo los hórreos los que componen el paisaje mágico de Combarro, también están los cruceiros, que tienen lo suyo. Estos Mercurios (o Hermes) de piedra velaban los cruces de caminos donde se creía que se celebraban las reuniones de las meigas y de paso protegían a los caminantes. Más madera. Y no solo esto, sino que llevan tallada una imagen de la Virgen que acostumbra a divisar el mar.
Casas marineras, como tiene que ser
Y cuando uno se ha empapado ya, como corresponde, de hórreos y cruceiros, aún le quedan por repasar, para redondear una visita que ya le habría gustado al hijo de la gitana de Sevilla y el marinero de Cornualles (Corto Maltés), las casas que se construía la gente del mar, con madera o hierro forjado, pintándolo con el mismo color de sus barcas. Para acordarse de Muxía o de Cadaqués. Las verás por la calle A Rúa y la de San Roque, con sus soportales de columnas, sus solainas, su espíritu barroco; la más conocida es una virguería en la talla de las barandillas que se llama A Xurunda. Y de nuevo orientadas al océano, salvo las de A Rúa Cega, pensadas más para las labores del campo y poder meter el carro en la planta baja. Hay que llegar hasta el Peirao, donde antaño se intercambiaba y se vendía el pescado, y hasta A Gurita, la roca granítica (todo aquí lo es) con forma de escalera.
Aviso a navegantes
No es lo mismo ver Combarro en pleamar, con el agua al cuello de los hórreos, que en bajamar, con las mariscadoras faenando por la playa. La estampa es la misma pero no es igual. Y un aviso menos poético aunque la mar de práctico: no se puede entrar con coche al lugar, hay que dejarlo en el puerto deportivo o en la carretera en los aparcamientos habilitados para ello. Como en las Cinque Terre, hay que entrar a pie. Lo agradecerás.
Dónde comer
Ni que decir tiene que esta vez el festín va a ser de pescado y de marisco, y algo de carne por añadidura, en plan Quijote. Por ejemplo, en el bar Pedramar (Rúa, 49) o en El Ancla (Chancelas, 87). Aquí caerás en la cuenta de por qué hay que venir a Galicia, magia aparte: mejillones, zamburiñas, pulpo, centollo, navajas, almejas... Ya lo decíamos: todo muy marinero.
Dónde dormir
Xeitoxina es una casa típica en el casco urbano convertida en casa rural, por supuesto con hórreos. Se alquila para una o dos personas por 80 euros la noche. Lo mismo que Noelmar, con capacidad para diez (desde 20 euros). A Rega está a un kilómetro de la villa, sobre una colina y con vistas a la ría de Pontevedra, y tiene siete habitaciones desde 68 euros. También hay hotelitos, como el Xeito (desde 38 euros) o el Combarro (desde 43 euros).
No hay que perderse tampoco...
La Festa do Mar, la tercera semana de agosto, una oda a la cultura marinera, con muestra gastronómica, encuentros de embarcaciones tradicionales y mucha artesanía. Y más allá de Combarro, la ruta de los molinos, las Islas Cíes, Baiona, el barrio judío de Tui, el monasterio de Poio, O Grove, Sanxenxo...
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Casi una Venecia pero en nuestra Galicia, asomada a todas las atlanticidades y nostalgias. No habrá góndolas ni gondoleros, pero sí barcos de pesca, de los de faenar. Esta región que nos hace más occidentales de lo que somos es turística pero siempre resulta rotundamente literaria, como si donde uno iba a poner una toalla de playa fuera a brotar un galeón o una goleta para luego arrastrarle a la mar, expuesto a un sol para el que desde luego no hay cremas. Estamos en Combarro, quizá un sueño costero (animado) de Wenceslao Fernández Florez, en el municipio de Poio, provincia de Pontevedra, territorio de las Rías Baixas, adiós Portugal. Un duro competidor de Frigiliana y otro de los candidatos a ser elegido el pueblo más bonito de España por Vanitatis en una encuesta que publicaremos en diciembre. ¿Le votarás?
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