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Cristina, la mujer que prefirió ser señora de Urdangarin a infanta de España
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SALE A LA VENTA ‘LA INFANTA INVISIBLE’

Cristina, la mujer que prefirió ser señora de Urdangarin a infanta de España

Sale al mercado 'La infanta invisible', libro de los acontecimientos que marcaron la infancia y juventud de Cristina. Hitos y anécdotas que eran desconocidos

Foto: Los duques de Palma, en una imagen de archivo por las calles de Ginebra. (Gtres)
Los duques de Palma, en una imagen de archivo por las calles de Ginebra. (Gtres)

Todo comenzó el 4 de octubre de 1997 en la catedral de Barcelona, cuando el arzobispo monseñor Ricard Maria Carles preguntó a Cristina de Borbón: “¿Prometes serle fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándole y respetándole durante toda tu vida?”. La novia enamorada respondió con un rotundo “sí”. 17 años, cuatro meses y cuatro días después, el 8 de febrero de 2014, esa misma mujer, hija de rey e infanta de España, declaraba en el juzgado número 3 de Palma ante el magistrado José Castro imputada por un delito de blanqueo de capitales y otro fiscal. El hombre que la llevó al altar también la había llevado al estrado. Para entonces, dos de los tres testigos fundamentales ante los que la infanta había realizado aquella promesa nupcial de lealtad (el Rey y el pueblo) eran más bien partidarios de que la rompiera. Pero ella prefirió mantenerse fiel al tercero de los testigos de aquel juramento, Dios, y fundamentalmente a su marido, Iñaki Urdangarin.

placeholder Portada del libro 'La infanta invisible' (Ediciones B)

Al margen de los hechos contados, los que han llenado las portadas de los diarios españoles, Paloma Barrientos describe los acontecimientos fundamentales que marcaron la infancia y juventud de doña Cristina. Hitos y anécdotas hasta ahora desconocidos, apoyados en los testimonios de las personas que rodearon a la infanta aquellos años. Hitos y anécdotas que son precisamente los que han definido su comportamiento en el presente.

La infanta soberana

Cristina de Borbón es la segunda de los tres hijos de los Reyes de España y eso la convirtió toda su vida en la infanta invisible, de ahí el título del libro. La prensa, la corte e incluso sus padres siempre prestaron una mayor atención a la primogénita, la infanta Elenay, sobre todo, al tercero de los hijos y varón, pronto Felipe VI, porque era quien estaba llamado a reinar. Además, Cristina era “la infanta lista”, como se la conocía popularmente, y nunca necesitó el apoyo de nadie para sacar adelante sus estudios y planificar la que sería su vida fuera de Zarzuela, algo que no ocurriría con su hermana.

Doña Cristina nunca se sintió desplazada por esa condición de hija invisible. Más bien todo lo contrario. El libro de Paloma Barrientos describe cómo aprovechó la coyuntura para hacer en todo momento lo que quiso hacer. Apenas despertaban interés sus correrías nocturnas por Madrid, que preocupaban sobremanera a los escoltas, en las que “le daba al whisky como si fuera una pirata” en locales como Cock o Archy. Tampoco se puso demasiado empeño en sacar a la luz su vida amorosa. De todos los chicos con los que se la relacionó (Fernando León, Cayetano Martínez de Irujo, Juanjo Puigcorbé o José Luis Doreste) apenas se oficializó uno de sus romances: el del aventurero Álvaro Bultó.

Algo parecido ocurrió a la hora de elegir sus estudios universitarios. Su opción se acabó imponiendo. Desoyó los consejos reales, que apostaban por que cursara las licenciaturas de Historia o Filosofía. Ella quería entrar sin embargo en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología y allí apareció una mañana de septiembre de 1984, a los mandos de un Seat Ibiza, para iniciar las clases. Se metió en la boca del lobo, que era precisamente lo que Zarzuela pretendía evitar: que un miembro de la institución entrase en la que era probablemente la facultad más reivindicativa de todas. Los peores presagios se cumplieron, “incluso los alumnos más radicales llegaron a convocar un cónclave público para informar de la llegada de la hija del Rey a las aulas de una facultad eminentemente republicana […] Aparecían pintadas cada día con mensajes de todo tipo. Desde ‘Abajo la monarquía opresora’ a ‘No queremos ni infanta de naranja ni infanta de limón’. Al principio el decanato Salustiano del Campo mandaba que se borraran los mensajes y como era de esperar volvían a aparecer como si fueran las caras de Bélmez”, describe la autora. La presencia de una infanta en la facultad pública provocó no pocos chascarrillos. El más divertidose produjo cuando una de sus escoltas, sentada a su lado en un examen, fue interpelada por el profesor al ver este su folio en blanco. “No soy alumna, soy policía y escolta de la infanta”, le dijo.

Una infanta de España con ansias de libertad

Poco después de cerrar sus estudios universitarios, la infanta echó su segundo órdago al Rey planteándole una posible emancipación. Por aquel entonces sus órdagos no importaban, no tenían trascendencia, como lo harían en el futuro, cuando su marido fue imputado y se negó a seguir en todo momento la hoja de ruta marcada por Casa Real dejando patente que quería “ser esposa antes que infanta y que lo primero para ella era la estabilidad de su familia”, asegura Barrientos. Quería hacer su vida fuera de Zarzuela ya desde los 23 años. Pero su padre se negó. La infanta pretendía huir del clima de desestructuración familiar que se estaba implantando en su hogar. Los Reyes apenas hacían ya vida en común. Vivían por separado. Mientras Doña Sofía“apoyaba a su hijo querido”, el Rey estaba “más cerca de Elena, la más parecida en carácter y aficiones”, y Cristina… “Cristina a su bola como se vio más tarde”.

Ante la negativa de su padre, Cristina hizo igualmente el petate y, con la excusa de completar su formación, se fue a vivir primero a Nueva York y luego a París, donde ejercería de becaria de la Unesco. “Chocaba la necesidad de libertad de una infanta de España cada vez más lejana a los suyos”, se asegura en el libro. De hecho, a su regreso a Madrid, y con 27 años, la infanta vio en los JJOO de Barcelona‘92 la excusa perfecta para huir definitivamente del núcleo familiar. En esta ocasión, con pretexto institucional mediante, el Rey no tuvo más remedio que aceptar, porque era relativamente sencillo justificarlo públicamente.

Cuando dejó de ser 'invisible'

En principio se anunció que esa estancia debía durar ocho meses, pero todos en aquella casa sabían que no iba a ser así. Pasaron los días y los años. La infanta, una mujer acostumbrada a conseguir todo lo que se proponía, vio una tarde de lejos a Iñaki Urdangarin y dijo: “¿Y el rubio, quién es?”. Apenas 18 mesesdespués ambos se daban el ‘sí, quiero’ en la catedral de Barcelona y formarían posteriormente una familia. La familia que la infanta añoraba tener. Volvemos al principio de esta historia, que es también el final. Todo lo demás es de sobra conocido: el palacete de Pedralbes, Washington como escapatoria, Nóos, el retorno fallido a Barcelona, los órdagos de Cristina al Rey y el exilio en Ginebra. Los órdagos de Cristina al Rey, esa es la clave. Los mismos de antaño. Siempre la díscola e independiente Cristina, ahora inquebrantablemente fiel a su marido infiel. Pero ahora ya no tenía coartada, porque ya no era ni es la infanta invisible.

Título: La infanta invisible

Autora: Paloma Barrientos

Editorial: Ediciones B

Páginas: 200

Precio: 16.00 euros

Todo comenzó el 4 de octubre de 1997 en la catedral de Barcelona, cuando el arzobispo monseñor Ricard Maria Carles preguntó a Cristina de Borbón: “¿Prometes serle fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándole y respetándole durante toda tu vida?”. La novia enamorada respondió con un rotundo “sí”. 17 años, cuatro meses y cuatro días después, el 8 de febrero de 2014, esa misma mujer, hija de rey e infanta de España, declaraba en el juzgado número 3 de Palma ante el magistrado José Castro imputada por un delito de blanqueo de capitales y otro fiscal. El hombre que la llevó al altar también la había llevado al estrado. Para entonces, dos de los tres testigos fundamentales ante los que la infanta había realizado aquella promesa nupcial de lealtad (el Rey y el pueblo) eran más bien partidarios de que la rompiera. Pero ella prefirió mantenerse fiel al tercero de los testigos de aquel juramento, Dios, y fundamentalmente a su marido, Iñaki Urdangarin.

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